¡Ingratitud!

El expresidente de los Estados Unidos, Richard Nixon.

Por Jaime Burgos Martínez

En estos días, me puse a releer una obra que escribió al final de los años 80 el expresidente de Estados Unidos Richard Nixon (1969-1974), En la arena, memorias de victorias, derrotas y renovación, publicada por Plaza & Janes Editores S. A., en noviembre de 1990, en la que consignó el siguiente axioma: «En política existe una regla inflexible: todo candidato vencedor cree que ha ganado por sus propios méritos. Por su parte el perdedor experimenta una deuda de gratitud hacia aquellos que intentaron ayudarle, no obstante estar casi seguros de su derrota» (p. 32).

Esta reflexión se grabó en mi alma para toda la vida y la he tenido en cuenta para distintas situaciones, no necesariamente en la actividad electoral al aire libre, sino también en las elecciones que realizan las distintas corporaciones públicas y en los nombramientos de competencia de nominadores de cualquier naturaleza. Porque el enunciado, antes transcrito, no hace más que referirse, sin expresarse, a la ingratitud, que, como bien se ha dicho, se incurre en ella cuando se ignora el bien que han hecho los demás.

Esta falta de gratitud o reconocimiento por los beneficios recibidos, en el campo de las relaciones de poder se da con mucha frecuencia por la carencia de una dimensión ética y estética de la política, lo cual no se ignora pero es inaceptable, pues ocurren cosas cochinas y torpes en su nombre; de ahí que el desaparecido filósofo español José Luis L. Aranguren, como lo recuerda Victoria Camps [Isegoría/15 (1997), p. 181], rechazaba «…una política maniobrera de la moral, y a favor de una política servidora de ideales y principios morales: una política que sea de veras moral».

Pero la práctica de la política en este mundo, se aleja cada día más de estos ideales, puesto que quienes la ejercen, en su mayoría, solo les interesa réditos electorales o económicos; al político o más bien politiquero— únicamente le seduce que le hagan el favor, aunque quien lo haga —obnubilado por el etéreo poder, en un futuro pueda salir perjudicado; esa son las cosas que los mercaderes de la política no miden y…, en verdad, les importa un comino.

Es vergonzoso todo lo que se escucha; por ejemplo, miembros de corporaciones públicas (congresistas, magistrados, concejales, etc.) que en el ayer, imbuidos de sentimientos de estima y reconocimiento hacia una persona que les sirvió en un pasado reciente, lograron que la nombraran en un cargo público en alguna de las entidades del Estado; sin embargo, hoy, después de transcurrido algún tiempo, por cosas aparentemente inexplicables, le piden que renuncie al puesto porque lo necesitan para cumplir un compromiso, cuando, en realidad, se filtra que el sucesor ofrece parte del salario que va a percibir. ¡Qué horror!

Esta gratitud parcial, que, por intereses espurios, se convierte en ingratitud —se borra con los pies lo que se hizo con las manos en tantos años—, no tiene en consideración las circunstancias en que se encuentra el empleado próximo a ser desplazado de la noche a la mañana, con la difícil situación que vive el país. Si en caso de que dicho servidor, tenga en trámite la pensión de jubilación y nada que se le reconoce, ¿cómo va a renunciar?, ¿cómo va a vivir, mientras que le sale la pensión si su sustento es su salario? No se entiende que al llegar a la vejez burocrática, y no fisiológica, ya el camino se ha recorrido y no hay tiempo ni oportunidad para andarlo otra vez. A veces no quisiera creer que estos actos de inmoralidad y corrupción se den en la vida real, y que rayan con conductas penales. Por ello se dice que la ficción supera la realidad. ¿Políticos así para qué? 

Para terminar, a esta clase de políticos que se apartan del carácter misional de la política (la convivencia humana), les recordaría que en la vida ayudar a otros lo hace a uno sentir mejor, como lo dijo el científico Albert Einstein, y lo evocó en su obra el expresidente Nixon: «Vivimos en el mundo cuando amamos. Solo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida».

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