Historia de la 7.ᵃ

Cuando la carrera séptima era la Calle Real de Bogotá. Foto Pinterest

Por Enrique Santos Molano 

La avenida carrera 7.ᵃ de Bogotá existió varios siglos antes de que los conquistadores españoles invadieran nuestro continente. La vía que hoy conocemos como carrera 7.ᵃ nació con la civilización mwiska, constituida hacia el año 101 d. C., al terminar la gran inundación de la sabana, causada por fuertes cambios climáticos que desbordaron los ríos. Un terremoto produjo derrumbes que taponaron la desembocadura de las aguas y originaron la inundación, prolongada por cuatro milenios.

En los períodos anteriores a la inundación (abriense y holoceno), la sabana estaba habitada por grupos humanos que se concentraron, sin formar gobierno ni comunidades, en la región del Tequendama. Eran gente muy industriosa y crearon herramientas novedosas para la agricultura, la caza y la recolección. La inundación los obligó a refugiarse en las montañas y planadas que no estuvieran en riesgo de ser alcanzadas por las aguas. Establecieron la agricultura de ladera con terrazas móviles, que les permitían trasladar sus productos. Así iniciaron un comercio de intercambio. También inventaron un vehículo para navegar por la sabana inundada, al que llamaron canoa, vocablo que, según lo documenta Carlos Rodado Noriega en su excelente y ameno ensayo sobre el origen de la lengua española, fue la primera voz indígena incorporada al castellano, de las muchas que hoy lo enriquecen.

Cuando Bochica, una especie de ingeniero, se las arregló para destaponar la salida de las aguas, que al caer revivieron el Salto de Tequendama, los indígenas que, en el correr de ese período habían preconcebido una organización comunitaria, bajaron de las montañas, organizaron un sistema de gobierno y fundaron la civilización mwiska, con dos gobiernos de tipo monárquico y dos capitales. Bacatá, gobernada por el Zipa, y Hunza, gobernada por el Zaque, conectadas por un megasendero en cuyo recorrido se instalaron numerosas poblaciones (Funza, Usaquén, Chía, Cajicá, Zipaquirá. Zipacón, Nemocón, Gachancipá, Tocancipa, etc., hasta llegar a Hunza).

A los conquistadores no les costó el menor trabajo, una vez que se apoderaron de Bacatá, recorrer, para caer a Tunja, el sendero ya casi milenario, rodeado de árboles, de flores, cruzado de trecho en trecho por corrientes menores (quebradas) y próvido en especies frutales variadas, en plantas medicinales o alimenticias. Habrían disfrutado los invasores con la contemplación y el éxtasis que produce un paisaje semejante, si no hubieran tenido la mente conturbada por la codicia y el afán de encontrar el tesoro de El Dorado. Sin embargo, la belleza del altiplano sabanero les inspiró el nombre de Valle de los Alcázares.

Finalmente, los conquistadores destruyeron la civilización mwiska, como destruyeron las demás civilizaciones del continente, pero el sendero de Tunja sobrevivió a la barbarie. Siguió siendo la vía fundamental entre la capital del Nuevo Reino de Granada y las regiones del mismo en los años de la colonia.

Al hacer los españoles el primer trazado urbano de Santafé de Bogotá, el antiguo sendero se dividió en calles con diferentes denominaciones. De Las Cruces a Santa Bárbara, en el borde sur del río San Agustín, se llamó Calle Real de Santa Bárbara. Del río San Agustín al Norte hasta la calle 10.ᵃ, limitando con la plaza Mayor, Calle de la Carrera, bautizada así porque servía de hipódromo en el que los grandes encomenderos competían en carreras de caballos criados en sus dehesas. De la calle 11 a la calle 14, borde sur del río San Francisco, le dieron los nombres de Primera Calle Real, Segunda Calle Real y Tercera Calle Real, sobre las cuales se movía el ochenta por ciento de la actividad comercial de Santafé. Del río San Francisco al norte hasta la calle 24, se conoció como Camellón de Las Nieves, zona de barrios residenciales habitados por las familias aristocráticas. Conservó esa denominación hasta finales del siglo XIX. En los períodos colonial y republicano, la carrera 7.ᵃ fue escenario de interesantísimos episodios históricos y anecdóticos que veremos en la siguiente columna.

Enrique Santos Molano

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