Gustavo Petro un año después

El presidente Gustavo Petro Urrego.

Escrito por Javier Duque 

Razón Pública*

Dicen que el presidente está cegado por la ideología, que es megalómano, autoritario y cada vez menos popular. Pero en la vida real las debilidades de su gobierno se deben a otra cosa.

Javier Duque Daza*

¿Más ideólogo que gobernante?

¿El gobierno de Gustavo Petro basa sus decisiones y sus proyectos en convicciones ideológicas más que en el conocimiento y en fundamentos técnicos?

Los medios, gran parte de los columnistas, los partidos de derecha y centroderecha (que son casi todos) y la mayoría de los gobernadores (en declarada oposición al gobierno) dicen que Petro ideologiza todo, que las reformas —especialmente el paquete social sobre la salud, las pensiones, el régimen laboral, la educación superior— están cargadas de ideología, no tienen fundamentos técnicos, no se basan en estudios. Lo acusan de tener ideología y de ser portador de un proyecto contrario a las instituciones y de no “construir sobre lo construido”. Lo califican de estatista de viejo cuño, enemigo del capital, del mercado, de los empresarios.

Dicen y vuelven a decir: el presidente y algunos de sus ministros son ideólogo más que gobernantes o técnicos. Exministros de gobiernos ideologizados —neoliberales— tildan a sus reformas de ideologizadas —progresistas—. Y las descalifican por ello.

Es claro que el presidente tiene convicciones ideológicas y las expresa abiertamente. Justifica sus proyectos de cambio mediante un sistema de ideas, una concepción sobre la sociedad. Gustavo Petro es un presidente con discurso ideológico que siempre enarbola y defiende: se autodefine como progresista. No lo elude, no se esconde ni se anda por los bordes de las paredes esperando no ser identificado. Manifiesta su pensamiento públicamente, incluso hace alusión a los autores que influyen en su concepción de la sociedad (como los citados en sus intervenciones, Thomas Piketty, o Mariana Mazzucato, o Paul Krugman).

Todos, unos y otros, tenían ideología. Solo que sus antecesores eran partidarios del establecimiento que el presidente Petro se propone reformar. En esto radica la diferencia.

Gustavo Petro es un gobernante que no elude los debates, que no duda en expresar su ideología y desde la campaña expuso cuál era su proyecto.

Pero lo mismo hicieron sus antecesores, gobernaron con ideología y así lo dejaron entrever, aunque algunos lo hicieron a hurtadillas:

  • De clara orientación neoliberal, César Gaviria lo plasmó en muchas de sus reformas, en el drástico achicamiento del Estado y en la apertura económica desbocada y sin gradualidad. Esto fue claro y taxativo en el Plan de Desarrollo La revolución pacífica 
  • Ernesto Samper reivindicó con frecuencia su orientación socialdemócrata y su oposición a los gaviristas (no solo por discrepancias personales). Aunque su gobierno tuvo que dedicarse a defenderse del paso arrasador de elefante, insistió en la necesidad de frenar el avance neoliberal de derecha.
  • Álvaro Uribe enarboló siempre un proyecto neoconservador (una sociedad tradicional: familia-orden-autoridad-religión-seguridad) y mantuvo los preceptos neoliberales en la economía.
  • Juan Manuel Santos apeló cada vez que pudo a lo que algunos llaman la tercera vía, reciclada por Tony Blair (basado en su asesor, el prestigioso Anthony Giddens). Una supuesta centro izquierda moderada, aunque en la vida real mantuvo las políticas de cuño neoliberal.

Todos, unos y otros, tenían ideología. Solo que sus antecesores eran partidarios del establecimiento que el presidente Petro se propone reformar. En esto radica la diferencia.

Al final resulta paradójico. Se descalifica a un político porque actúa como tal. Y a un presidente porque tiene ideología. Consideran como un defecto algo que, se supone, es una virtud y que, con matices y diferencias, todos han tenido, incluso hasta los anodinos Andrés Pastrana e Iván Duque, de cuyas ideas nadie parece acordarse.

Foto: Facebook: Gustavo Petro -Gustavo Petro ha sido un político sin partido y su triunfo fue por su persistencia personal. En ese sentido, aparece una política egocéntrica, con un fuerte personalismo. 

Lea en Razón Pública: Los chances de Petro en la segunda legislatura

¿Estilo personalista y egocéntrico?

Algunos periodistas califican a Gustavo Petro como de “Tono egocéntrico” o de “Talante egocéntrico”. Otros le agregan que es “mitómano egocéntrico”. Hubo quienes, como Antonio Caballero, elogiaban su programa y sus ideas de campaña, pero lo criticaban por tener un “Temperamento autoritario y megalómano”. En su crítica fue demoledor: “Su arrogancia y su prepotencia, su  megalomanía, su personalidad paranoica de caudillo providencial, mesiánico, señalado por el destino para salvar no solo al pueblo de Colombia de sus corruptas clases dominantes sino al planeta Tierra de su destrucción y a la especie humana de su extinción”.

Las diversas (des) calificaciones apuntan a dos atributos personales del presidente Petro: su forma de actuar en el contexto de la izquierda y de la política colombiana y su actitud ante lo que suele denominarse el establecimiento.

Una nota característica de la política colombiana ha sido siempre el fuerte personalismo. En el caso de Gustavo Petro se trata de un político sin partido. En su carrera transitó por diversas organizaciones políticas débiles que fueron desapareciendo, fusionándose, agregándose: la AD-M-19, Vía Alterna, el Polo Democrático Alternativo, Progresistas, Colombia Humana y el actual Pacto Histórico. El elemento común y característico de estas organizaciones ha sido la presencia de líderes, en ausencia de organizaciones. Más que partidos, son agregaciones de liderazgos y de ellos ha dependido su existencia y su éxito o su fracaso electoral.

El triunfo de Gustavo Petro fue el logro de la persistencia personal, no de un partido. Un propósito personal de largo aliento durante tres décadas de trabajo político. Fue representante a la Cámara, senador, alcalde de Bogotá y candidato presidencial tres veces (2010, 2018, 2022), siempre sin partido, en representación de minorías y a contracorriente. Además, lo impensado, ganó sin contar con el apoyo de los conglomerados económicos que siempre tuvieron un gran peso en la definición de quién fuera elegido presidente.

El triunfo de un líder de izquierda, que ha remado a contracorriente y ha sido persistente en una sociedad tan conservadora, exacerba el personalismo natural del presidencialismo. Si a esto se suma la acogida internacional del discurso del presidente sobre los graves problemas ambientales y la necesidad de un giro inmediato y radical en la política y la racionalidad económicas, la personalidad de Gustavo Petro crece y se insufla. Ante la ausencia de una política partido-céntrica aparece la política ego-céntrica.

Esta política egocéntrica se combina con una actitud de rechazo a lo establecido, que se expresa en su no llegada o llegada tarde a citas con quienes ejercen el poder económico (gremios y empresarios); los poderes locales (cuestionados alcaldes y gobernadores imbuidos en lógicas transaccionales y con una larga estela de dudosas formas de gobernar), a eventos militares (con sus ceremonias y jerarquías), a encuentros con magistrados (togados y tocados), incluso un encuentro  en el núcleo del poder mundial en Washington. Más que descortesía, tal vez sea una forma de rechazo (consciente o inconsciente) al establecimiento que se empecina en reformar o que ha puesto en tela de juicio.

¿Petro autoritario y antidemocrático?

Algunas de las declaraciones del presidente sobre el Consejo de Estado, la Fiscalía y la Procuraduría han producido reacciones negativas y han hecho que sea calificado de autoritario. No ha faltado quién lo señale de ser una amenaza para el Estado de derecho y para la democracia.

En cuatro ocasiones el presidente ha adoptado posturas especialmente polémicas:

  • Pidió a la Fiscalía en su primer discurso tras ganar la elección que dejara en libertad a quienes habían sido detenidos en el estallido social de 2021:  «yo le pido al fiscal general que libere a la juventud, liberen a los jóvenes».
  • Cuando el Consejo de Estado suspendió el decreto que le otorgaba facultades para asumir la regulación de los servicios públicos, Gustavo Petro señaló: «Está en discusión jurídica mis facultades constitucionales para regular y controlar los servicios públicos. Eso está escrito en el artículo en la Constitución.Y ahora parece que como Petro es el presidente, parece que no puede tener sus facultades constitucionales«.
  • En una controversia con el Fiscal, quien se había negado a enviar una información solicitada por el primer mandatario, el presidente declaró ante varios periodistas: “El fiscal olvida una cosa que la Constitución le ordena.Yo soy el jefe de Estado, por tanto, el jefe de él”.
  • En el caso en que la Procuraduría suspendió al alcalde de Riohacha José Ramiro Bermúdez Cotes, el presidente se negó a acatar la decisión y contradijo a la Corte Constitucional que reafirmó que la Procuraduría era competente para sancionar disciplinariamente a los funcionarios públicos de elección popular. La procuradora (quien en varias ocasiones ha criticado a Petro) declaró que el presidente incitaba a desconocer el Estado de derecho.

Pero una vez despertadas las polémicas, el presidente ha rectificado o en otros casos ha reafirmado su posición sin eludir sus responsabilidades y sus errores.

Sus declaraciones en caliente sobre los jóvenes detenidos no se repitieron.  Lo que hizo fue involucrar a algunos de los detenidos como gestores de paz en insistir en que no se debe criminalizar a la juventud por protestar. Ha sido consecuente con la franja de electores jóvenes que votaron por él.

En el caso del Consejo de Estado, señaló que respetaba la decisión y la vigencia del Estado de derecho. Quedó la sensación de que faltó asesoría jurídica en la presidencia. Y prudencia en el primer mandatario.

Con el fiscal general (amigo cercano, compañero de estudios, exasesor personal y quien fue nominado por Iván Duque) son claras las diferencias. El presidente ha controvertido decisiones, y le ha increpado por no enviarle información ni ser claro sobre procesos sobre criminales del Clan del Golfo. Ante el llamado de atención de la Corte Suprema sobre la condición autónoma del cargo de fiscal, el presidente corrigió públicamente:

Es inocultable la animadversión mutua entre el fiscal y el presidente. Gustavo Petro se ha equivocado al menos en las dos ocasiones mencionadas y no ha mantenido la ecuanimidad y la ponderación a que lo obligan la dignidad del cargo. Y el fiscal ha hostilizado al primer mandatario, ha sobredimensionado sus declaraciones, se ha sobreactuado y ha dramatizado en extremo.

Sobre la Procuraduría, el presidente es coherente desde cuando fue destituido como alcalde de Bogotá por el procurador Alejandro Ordoñez. La Corte Interamericana de Derechos Humanos le concedió las medidas cautelares que él solicitó, y después el Tribunal Superior de Bogotá exigió al entonces presidente Santos reintegrarlo en el cargo. Ahora mantiene la misma postura y se niega a acatar una decisión que considera arbitraria. Es claro el choque de poderes.

Es claro que el presidente suele reaccionar de manera apresurada, es reactivo y es más rápida la mano que digita en Twitter que la mente que la dirige. Lo mismo ha sucedido con algunas declaraciones en caliente. Ha debido corregir en varias ocasiones y se ha equivocado en sus apreciaciones. También suele olvidar que una cosa es ser un congresista de oposición y otra distinta es ser el presidente que debe tolerar las opiniones de otros, respetar la separación de poderes y la dignidad de las cortes.

Pero también es claro que el presidente ha jugado bajo las reglas de la democracia durante tres décadas, accedió de forma legítima al poder y ha respetado la separación de poderes y la vigencia de las leyes. También —aunque sea apretando los dientes— ha enmendado y replanteado sus declaraciones. Ante los errores ha reaccionado, repensado y corregido.

No parecen justificados los apelativos desmedidos que sectores de la oposición y algunas autoridades han expresado sobre el presidente.

¿Un presidente sin partido y sin respaldo en el Congreso?

La respuesta a esta pregunta doble es afirmativa: estas son las grandes debilidades del gobierno. Y el costo lo paga la sociedad.

Por primera vez en la historia reciente de Colombia el presidente ha tenido un doble déficit: no contar con un partido de respaldo ni tener mayorías en el Congreso.

El respaldo del gobierno en el Congreso es frágil e insuficiente para sacar adelante sus proyectos de reforma. La coalición que se fabricó en el primer semestre desapareció. Los partidos que perdieron las elecciones, pero que sumados son mayoría en el Congreso, piensan en sus intereses electorales y en lo que obtienen con ellos sus congresistas, sus políticos de provincia, sus familiares y allegados. No están interesados en reformas que puedan tener algún beneficio para la sociedad agobiada por los problemas, la pobreza, la inequidad y que está cansada de la corrupción.

La doble debilidad del gobierno es, a su vez, la fortaleza de la oposición. Sin asomo alguno de responsabilidad social, la oposición considera que permitir las reformas del gobierno es darle alas a la izquierda y que un gobierno exitoso le permitiría seguir en el poder y ellos serían derrotados nuevamente. Ha adoptado la lógica del bloqueo ciego y sordo, salvo que se les conceda todo lo que desean, olvidando que perdieron las elecciones.

Incluso Vargas Lleras y Cambio Radical (el primero derrotado electoralmente de forma apabullante y su partido con recientes antecedentes criminales de numerosos congresistas) propusieron conformar un bloque de opositores. Una propuesta de inusitada irresponsabilidad y falta de criterio constructivo. Destruir a quien les ganó en franca lid, aunque el costo lo pague la sociedad, especialmente quienes esperan cambios en sus vidas.

Las democracias necesitan de la oposición, pero no una que obstruye y se empecina en apostarle a la derrota del gobierno. Se espera que sea deliberativa, constructiva, propositiva.

¿Un presidente sin apoyo ciudadano?

El presidente ganó en segunda vuelta con una votación del 28,9% del potencial electoral. Como todos los presidentes en países donde hay mucha abstención, una minoría eligió al ganador.

Dado que, en conjunto, los votantes por el otro candidato (al que se sumaron los partidos derrotados y candidatos en primera vuelta) más los que se abstuvieron suman el 71,1%, no es extraño que en las encuestas de favorabilidad el voto anti petrista y los abstencionistas sea ampliamente mayoritario, es decir, que los resultados no favorezcan al presidente.

Ahora, aunque el electorado que respaldó al presidente sea bajo respecto del potencial, cabría esperar que el estilo de gobierno, las decisiones del presidente, su forma de relacionarse con la gente y la ejecución de políticas incidan para que la popularidad del mandatario sea superior al porcentaje de sus electores: al menos entre los abstencionistas, una parte podría expresar su complacencia con el presidente.

Según el seguimiento de Invamer-Poll,  la popularidad del presidente comenzó en el 56% en agosto de 2022, pasó al 44 en octubre, al 49 en noviembre y en diciembre bajó un poco, al 48%. En 2023 descendió: fue del 35% en abril y en junio bajó al 33. Aunque ha sido decreciente, la favorabilidad del presidente nunca ha estado por debajo del porcentaje de su electorado.

Si esta y otras encuestas son confiables, el núcleo que respaldó a Petro candidato mantiene el apoyo a Petro presidente. Y la favorabilidad fue más alta mientras se mantuvo la coalición fabricada del primer semestre, aunque decayó cuando esta se deshizo. Esto da pistas de acción a la oposición.

Pero también es claro que el presidente ha jugado bajo las reglas de la democracia durante tres décadas, accedió de forma legítima al poder y ha respetado la separación de poderes y la vigencia de las leyes. También —aunque sea apretando los dientes— ha enmendado y replanteado sus declaraciones.

Suele decirse que el primer año del mandato de un presidente es de luna de miel y la favorabilidad suele ser alta. Pero, no hay que olvidar lo inédito de la situación al menos en cinco sentidos:

  • Petro es el primer presidente elegido a nombre de una coalición de organizaciones de izquierda.
  • Se trata de un exguerrillero, en un país largamente afectado y agobiado por la violencia insurgente.
  • Ha sido un gobierno dividido, con un mandatario de una orientación ideológica y un Congreso mayoritariamente con posturas contrarias.
  • Es un mandatario con un discurso claramente distinto del de sus antecesores y contrario a la estructura económica y a las políticas imperantes.
  • Un mandatario y un gobierno que no contaron con financiación de los grandes conglomerados económicos y que no comprometieron ni condicionaron sus decisiones.

Bajo estas circunstancias, no puede esperarse que Gustavo Petro alcance altos niveles de favorabilidad.

Las cinco respuestas

En suma: las respuestas a las cinco preguntas sobre el primer año de gobierno de Gustavo Petro pueden sintetizarse:

  1. El gobierno de Gustavo Petro está tan ideologizado como todos los anteriores. Solo que su concepción de la sociedad y sobre la existencia del planeta y de la humanidad es diferente de la de estos.
  2. En un régimen político altamente personalista, algunos elementos particulares de la trayectoria del presidente y de su modo de actuar le dan el carácter de un líder egocéntrico y no partido-céntrico.
  3. Gustavo Petro le ha apostado a la democracia, ha jugado con las reglas de esta y actúa en consecuencia. No obstante, su personalidad y su modo de actuar denotan apresuramiento y comete errores que después enmienda. Hay, en todo caso, debates y enfrentamientos con el fiscal y la procuradora. Estos no están exentos de diferencias personales.
  4. Las grandes debilidades del gobierno son la ausencia de un partido organizado y el no contar con mayorías en el Congreso. La combinación de esta debilidad con la apuesta de la oposición al fracaso del gobierno constituye un serio obstáculo para adelantar las reformas que el país necesita y que la población espera.
  5. Los niveles de favorabilidad de Petro en las encuestas no son más bajos de lo previsible, pueden ser mejores, pero no es factible que aumente de manera sustancial, dada la fragmentación de las preferencias y la existencia de un núcleo fuerte de anti petrismo en el país alentado por los partidos de derecha, que son casi todos.
  • *En Revista Corrientes reproducimos artículos publicados en otros medios de comunicación con respeto y crédito a sus autores por considerar que son de interés público. W.G.C
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