Gobierno de Petro, segunda parte: el presidente revolucionario

El presidente Colombiano Gustavo Petro junto a su esposa Verónica Alcocer, en su alocución en conmemoración del día del trabajo en Bogotá, Colombia el 1 de mayo de 2023. NATHALIA ANGARITA

INÉS SANTAEULALIA

Bogotá – 

El reflejo en el que se miró Colombia en los últimos meses resultó ser un espejismo. En un país atravesado por medio siglo de guerra y una profunda polarización política, la idea de que un exguerrillero de izquierdas podía gobernar de la mano de los partidos tradicionales conservadores ha llegado a su fin. Nueve meses después de que comenzara el mandato de Gustavo Petro, las fichas han vuelto a su posición. El presidente llama a la movilización, a los campesinos, a los trabajadores, ataca a las élites neoliberales. Los partidos de la derecha lo acusan de amenazar la democracia, de saltarse la institucionalidad, de querer perpetuarse en el poder. En política, Colombia ha vuelto a ser Colombia, solo que ahora, por primera vez en la historia moderna del país, el presidente es quien incita a la revolución.

Petro no lo tiene fácil para “cambiar el país” en cuatro años, como promete, pero al menos ahora se sentirá más cómodo. La coalición con la que arrancó el Gobierno funcionó solo al principio. Después de sacar adelante con bastante éxito y en tiempo récord la reforma tributaria, el acuerdo con los partidos de la derecha empezó a tropezar. El presidente comenzó a desesperarse. Petro no tiene tiempo que perder, necesita resultados. Le ha costado décadas de oposición llegar al poder y los logros de su Gobierno marcarán el futuro de la izquierda en un país de tradición conservadora.

La idea de un gobierno de concertación le vino grande a una Colombia en la que, aunque las desigualdades son sangrantes, en muchos sectores no existe esa sensación de urgencia que tiene Petro, ese deseo de darle la vuelta al país. La pobreza supera el 40%, pero la realidad macroeconómica pinta un escenario de estabilidad en el que las élites empresariales, políticas y económicas se sienten cómodas; hechos como la reducción del desempleo dan alivios a las clases medias. La certeza de que hacen falta reformas es mayoritaria, pero las resistencias a cambios profundos son más fuertes.

El presidente sabe exactamente lo que quiere hacer, lleva años diseñando unas reformas para transformar los pilares del Estado, quiere cambiar el sistema sanitario, hacer una reforma laboral, otra de pensiones, lograr un reparto más justo de la tierra. Eso, por un lado, porque también quiere desarticular al ELN ―la última guerrilla activa de América Latina―, lograr una desconocida paz en todo el territorio colombiano, cambiar el paradigma mundial de guerra contra las drogas o liderar una solución a la crisis venezolana. Casi nada, por eso las negociaciones con los clanes políticos tradicionales que acaban desvirtuando sus reformas en el Congreso le exasperan.

Ahora ha recuperado al Petro de siempre, al que quieren ver los suyos, la izquierda acostumbrada a la calle y a la protesta. Aquellos a los que el Petro pragmático del principio dejó fríos, poniendo la economía del Gobierno o la reforma agraria en manos de liberales moderados. La semana pasada despidió a siete ministros de 19, entre ellos los que formaban parte de las cuotas de los partidos de la derecha que le aseguraban una mayoría en el Congreso. Se rodeó de gente de izquierdas y de excompañeros de su época como alcalde de Bogotá (2012-2015). Ahora busca entre las bases y esencias del Partido Liberal, dirigido por el antipetrista y poderoso aunque en horas bajas César Gaviria, los votos que necesita en la Cámara para que sus reformas sobrevivan. No lo tiene fácil.

Por eso el apoyo de la calle se le hace necesario. Este lunes, Día del Trabajo, buscó la primera gran movilización de su Gobierno. Después de la remodelación del Gabinete, anunció un discurso desde el balcón del palacio presidencial. Ya lo había hecho en febrero, pero la cita entonces fue descafeinada. Ahora los sindicatos pusieron el resto y el presidente habló ante una plaza que lo aclamaba y abucheaba a sus adversarios. Eso es lo que le gusta y se le da bien, fue en las calles donde creció su figura política. El plan se basa en hablar durante horas para enchufar a los suyos con proclamas de izquierdas mientras vuelve locos a sus opositores y adormece con su tono monocorde a los que pasan de la política.

En la hora larga que duró esta vez su diatriba, Petro recuperó al candidato de la campaña y al líder de la oposición del pasado. “Querer coartar las reformas puede llevar a la revolución”, advirtió. Y les pidió a los suyos que se movilizaran para empujar su trabajo en las instituciones. Él quiere encargarse de doblegar a Gaviria para ganarse al puñado de liberales que podrían darle una mayoría en el Congreso, mientras los jóvenes, los pensionistas, los campesinos y los pobres jalean sus reformas desde la calle. Con esa vieja receta, Petro busca desencallar un mandato en el que ya ha lanzado decenas de redes, pero aún no ha recogido nada.

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