Enojo ciego

Imagen lasillarota.com

Por Carlos Alberto Ospina M.

La ligereza al instante de examinar un mensaje interfiere en la fluidez y la naturalidad en la comunicación. Ahora que el diálogo persona a persona, en buena parte, es suplido por el código binario, jeroglíficos, símbolos primitivos, formas fónicas, errores ortográficos, fotos manipuladas y emoticonos; la mayoría de la gente es incapaz de expresar los sentimientos de forma abierta.

El relativo anonimato y el supuesto control de qué y cómo lo quiero decir, favorece el ocultamiento de la verdad. Ciertas conversaciones virtuales sitúan arriba del comentario una película viscosa y desabrida de vulgar fanfarronería. Parece una competencia de mire quién cuelga más estupideces, chismes, burlas, falsas noticias, envidias e injurias. En otras palabras, una jauría a la caza de los llamados “estados” y de las pifias que ayuden a devastar la moral del otro.

No tiene cuando terminar la intensidad de algunos. El miedo a no ver el símbolo azul de verificación de la lectura de un simple “hola” o el juzgamiento irreflexivo de aquel que no pone foto en el perfil, desfigura al husmeador hasta los tuétanos. Él considera que la discreción, la intimidad y la privacidad no es un derecho, sino una sospechada manifestación de clandestinidad. 

El fisgón desperdicia el tiempo productivo, el plan de datos y la duración de la batería por estar atento a si fulano y zutano están en línea. Pasa revista a los perfiles, inspecciona de arriba abajo los distintos contactos, recorre archivos, roba imágenes personales y en su infortunada soledad deja abierta la mensajería instantánea en espera de un fugaz saludo. 

Este tipo de entrometido que, aplica a cualquiera de las categorías de género humano, en el momento de observar que alguien está escribiendo adopta la postura de corredor de 100 metros planos, en punto de partida, para leer o ver el nuevo recado. El mirón opina por completo de: “Qué bonitos aretes, tu novio está más gordo, yo también fui a comer a ese restaurante, parce el man me quería comer, no te diste cuenta que se te salió una …, ¡quierooo pizza!, ¡uy! mijo lo cogieron borracho, péguele a ese tombo, ¿está haciendo mucho frío?, ¡con esa luna me enamoré!, ¿por qué te quitaste el tapabocas?, dame el número telefónico de tu cirujano plástico …”; entre otras envidias de falso.

El indiscreto paga muy caros los minutos de encierro. Gasta cuanto posee con vistas al reconocimiento social, no logra conciliar el sueño a causa de dar una ojeada el celular ni advierte la insatisfacción espiritual que lo aflige.

Por eso, bloquea y desbloquea de acuerdo con el estado de ánimo; toma la frase “mañana hablamos” a manera de desprecio y un escueto “estoy cansando” como el grito abominable del adiós definitivo. Para el impertinente casi todo es personal y actúa de modo testarudo debido a la baja autoestima.

El fastidioso es un adicto a las redes sociales existentes e inventa las que no están. Saca a relucir las bajas inclinaciones, destruye, espía, difama, controvierte, acosa y elimina relaciones según el nivel de ofuscación. Así mismo, coge la costumbre de cazar peleas, desestimar opiniones y echar a perder la armonía familiar. 

El latoso vive su vida sembrando cizaña a punta de lanzar, a todos lados, su enojo ciego.

Enfoque crítico – pie de página. La Guía de buenas prácticas para anunciadores e influencers de la Superintendencia de Industria y Comercio en el marco del Estatuto del consumidor pretende incentivar algo elemental, el principio ético de no disimular publicidad a través de un validador pagado que exalta las presumidas bondades “milagrosas” de algún producto o servicio. ¡Ver para creer!

Sobre Revista Corrientes 4564 artículos
Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]