Ella lucía falsamente fascinada, como si lo estuviera convenciendo de que él tenía la razón —asintiendo, inclinando la cabeza, entrecerrando los ojos, sonriendo un poco y luego un poco más—, una serie de imágenes que pronto serán memes, gritando un silencioso desconcierto con una mano en la barbilla.
Él lucía terrible.
La pregunta inicial, al menos, debería haber sido terreno fértil para el expresidente Donald Trump: una pregunta para la vicepresidenta Kamala Harris sobre inmigración, una vulnerabilidad para ella, y cómo podría alejarse de la postura de su jefe en el tema, cuyas políticas sobre la frontera a menudo han sido objeto de críticas mordaces.
Pero para cuando Trump empezó a hablar, tenía otra cosa en mente: la asistencia a los mitines.
También tenía en mente a los gatos.
Se puede decir que Harris estaba bien preparada para llevarlo por el mal camino. Después de culpar a Trump de ayudar a hundir un proyecto de ley sobre fronteras del Congreso, Harris soltó una frase de ataque que parecía hecha a mano por un equipo de trumpólogos para enfurecerlo, distrayéndolo con su propia vanidad.
“En realidad voy a hacer algo de verdad inusual”, dijo, dirigiéndose a la audiencia en casa. “Voy a invitarlos a asistir a uno de los mítines de Donald Trump. Porque es algo realmente interesante de ver”.
Sonriendo con superioridad y provocación, Harris repasó algunas de las divagaciones habituales de Trump, como los molinos de viento y el asesino de ficción Hannibal Lecter. Trump entrecerró los ojos y ladeó la cabeza hacia la izquierda.
“Y lo que también notarán”, dijo, mientras Trump se balanceaba un poco, como un péndulo, “es que la gente empieza a abandonar sus mítines antes de tiempo por agotamiento y aburrimiento”.
Ante esos dos sustantivos, los ojos de Trump se dispararon. Harris completó su reflexión: “De lo único que no lo oirán hablar es de ustedes”.
Y entonces, Trump habló de Trump.
Al expresidente, un alegre anarquista del debate desde su primera campaña, se le puede pedir que toque todos los fogones y haga sonar todas las bocinas. Se trata del hombre que una vezcontempló un eclipse.
Sin embargo, en una noche plagada de oportunidades perdidas y situaciones complejas para Trump, este fue el intercambio en el que pareció perder el rumbo, la tentación a la que no pudo resistirse, sin importar cuántos aliados pudieran haber esperado que escuchara sus súplicas para dar marcha atrás.
Cuando el moderador de ABC, David Muir, se esforzó por reconducir la conversación, preguntándole a Trump sobre el proyecto de ley de inmigración que Harris había mencionado, Trump no se mostró interesado.
“Primero permítanme responder sobre los mítines…”.
Pronto, la mano derecha de Harris volvió a su barbilla.
Cuando Trump terminó de litigar sobre sus mítines (“Tenemos los mítines más grandes, los mítines más increíbles de la historia de la política”) y de hacer teorías conspirativas sobre los de ella (“La gente no va a sus mítines —no hay razón para ir— y la gente que va, ella los trae en autobús y les paga para que estén allí”), pasó a una historia ampliamente desmentida sobre inmigrantes haitianos en Ohio que secuestraban y se daban banquetes con las mascotas de sus vecinos.
“Se están comiendo a los perros”, dijo. “La gente que llegó se está comiendo a los gatos”.
Harris echó la cabeza hacia atrás. Juntó las manos. Muir refutó las afirmaciones mientras Trump fruncía el ceño.
“¡He visto a gente en televisión!”, protestó. “La gente en televisión dice: ‘¡Se llevaron a mi perro y lo usaron como comida!’”.
Harris sacudió la cabeza, proyectando la profunda preocupación de un familiar decepcionado. Se rio un momento.
“Hablando de extremos”, dijo, un poco reacia a arriesgarse después de haber conseguido lo que quería. Otro candidato —Bill Clinton, Trump— podría haber soltado una pulla feroz, no ensayada y despiadada. Ella no mencionó nada.
Pero tenía algo más que añadir, y de nuevo lo extrajo de su lista de frases de moda que hacen que Trump se ponga colorado.
Se preguntó si a los espectadores les gustaría saber quiénes son los republicanos que han apoyado su campaña. ¿Republicanos como Liz Cheney, excongresista e implacable enemiga de Trump?
Trump levantó la cabeza hacia el cielo. Ahora fingía reír, de forma poco convincente.
Matt Flegenheimer es un corresponsal del Times que se enfoca en escribir perfiles de figuras poderosas.