Esteban Jaramillo Osorio
El fútbol cambió cuando dejó de ser juego y se convirtió en negocio, cuando el futbolista dejó de ser jugador y pasó a ser trabajador, el aficionado fue cliente, el árbitro un instrumento, el estadio no fue fiesta sino guerra y el dirigente dejó de lado sus sentimientos, subordinado por el dinero y no por el espectáculo.
Cuando las “barras estúpidas” se apropiaron de las tribunas y los alrededores de los estadios fueron tierra de nadie.
Cambió cuando el número de kilómetros recorridos fue más importante que la alegría de las gambetas, los taquitos, los sombreros y los túneles. Cuando desaparecieron los goles olímpicos, los magistrales cobros de faltas. Ocasionales fueron los de chilena y los frentazos imparables dirigidos a los ángulos. Cuando los futbolistas no jugaron, sino que trabajaron.
El fútbol fue otro cuando jugar, divertir, pensar y dominar para ganar, no fue importante… Cuando el resultado fue el único objetivo
Cuando el bombardeo sentimental fue exitista y nacionalista, cuando las celebraciones se desbordaron y los futbolistas alternaron licor de noches desbocadas, con parrandas, escándalos, peleas, colchones y condones. Cuando a los cuerpos de las futbolistas los invadieron los tatuajes, la ropa ceñida, las rayas en la cabeza, proliferaron los espejos, los coches lujosos y la ostentación.
Cuando se premió la mediocridad con preferencia a los entrenadores recomendados, bien apadrinados… Cuando se relevó el talento en el fútbol base, donde están los formadores, para darle impulso a los protegidos de los empresarios.
Cuando las palabras de técnicos charlatanes, no fueron respaldadas por el juego practicado y se reemplazaron la calidad y el conocimiento por las justificaciones. Cuando se irrespetan los procesos y a los directores técnicos reconocidos, avalados por su experiencia y sus conocimientos.
Cuando se gritaron e insultaron árbitros y futbolistas. Cuando el gol fue un milagro. Se preparó la forma de celebrarlo y no como conseguirlo.
Cuando el monitoreo de pases y metros recorridos, mapas de calor y cuadrados mágicos en el campo, con sombras, rayas y círculos, desplazó el sentimental análisis de las jugadas prodigiosas.
El fútbol cambió cuando las polémicas de los medios perdieron sustancia, relevadas por provocaciones e insultos, con discursos enardecidos de hinchas con micrófono.
Cambió porque no se habló de la pelota sino de los escándalos. Se redujeron los momentos excitantes, aparecieron las noticias falsas, y se pregonaron los códigos de vestuario. Los futbolistas fueron infieles a los clubes, se volvieron mercenarios.
Cuando volvieron a escena los malos perdedores, cuando los periodistas fueron ventrílocuos de los dirigentes, proliferaron los futbolistas invisibles, los maniquí o de florero, que sólo sirven como adorno.
Cuando las redes sociales escandalosas insultaron y ridiculizaron a los deportistas y a cualquier roce con su cuerpo, los futbolistas sufrieron espasmos.
El fútbol cambió, pero, como paradoja, es el mismo. Es el mismo porque en el alto nivel, el de élite, aún hay espectáculo, con juegos magistrales, con jugadores con clase rebosante.
Porque hay entrenadores de avanzada, innovadores y ganadores, futbolistas comprometidos, periodistas serios, dirigentes pensantes y capaces, e hinchas como tú, la razón de ser del encanto que lo hace único.
El fútbol cambió…