El día que se agotaron los adjetivos

Darío Arismendi Posada. Foto OPI

Por Oscar Domínguez Giraldo

Al mediodía del viernes 5 de julio, no se conseguía un adjetivo ni para remedio: Todos se habían agotado en la despedida al director de Caracol Darío Arizmendi.

La parroquia desfiló por la pasarela radio para decirle  que no le quita más tiempo y de refilón darle gracias por sus treinta años madrugando a triturar la cotidianidad noticiosa.

De manos de Yamid Amat, quien lo impuso como sucesor, recibió la Gran Compañía en el primer lugar, y en primer lugar le entrega los trastos al cuate Gustavo Gómez, quien empieza cursillo como vaca sagrada radial (y quien ha dicho que estará en la chanfa dos, cuatro años… salvo que le pidan que se quede).

El ametrallado a punta de ditirambos agradeció a sus patrocinadores Augusto López y Julio Mario Santodomingo y a sus maestros Amat, Julio Nieto Bernal, Antonio Pardo y Alfonso Castellanos. El cronista grande Juan Gossaín y  “Julitonomecuelgue”, de la W, dijeron presente.

Darío se irá sin irse: después de décadas de  moler-moler-moler se dará un treintazo vacacional. Chuleado el sabático  volverá a la lidia al mismo lugar pero con distinta gente. Y con otras funciones.

Como tantos que seguimos dando lora en los medios cuando deberíamos estar acariciando el gato, el hermano del doctor Otavio no se resigna al oficio de mueble viejo como el compañero jefe Alfonso López bautizó a los expresidentes. En Colombia la gente dura más como ex que en servicio activo.

No precisó cuáles serán sus nuevas tareas pero dio puntadas con dedal. Atando cabos que para algo reencarnamos en Sherlock Holmes, seguirá en el mundo de las chivas y de la opinadera.

El uribismo purasangre se abstuvo de consignar en el sombrero de las alabanzas. Al fin y al cabo, Arizmendi les migó sin miseria a Uribe y a su séquito. También se le iba la mano a la hora de elogiar a quienes eran de su riñón. 

Si los organizadores de la despedida esperaban aplausos de parte de la cofradía de mi presidente Uribe, perdón Duque, se montaron en el bus que no era. Nadie se imagina batiéndole incienso a Paloma Valencia, la Cabal o José Obdulio.

Muchos en sus trinos – o en su intimidad- dieron gracias al Espíritu Santo por el favor recibido de alejar a Darío.

Como no le cabe un encomio más prefiero darle la bienvenida al gremio de los pensionados que nos despertamos y se nos agota la agenda.

En reciprocidad por lo que me enseñó en la Udeá y que olvidé cristianamente, a través de la estatal 4-72 le enviaré el manual del perfecto pensionado a sabiendas de que le llegará cuando sea tatarabuelo. 

Recomendación ya pi’rnos: recuerde Darío que saber que mañana, ningún mañana, hay que madrugar, vale oro y adelgaza.

(Supongo que se arrepintió de haber propuesto a su sucesor Gustavo por haberlo despertado a las seis de la mañana del primer día no laborable. La voz de Darío se oyó empiyamada. Roncaba profundamente). 

Ñapa

Una carta a Darío Arizmendi por haberme negriado en el matrimonio de su hija hace ya muchos años:

Gracias por el olvido

Señor Darío Arizmendi:

Creí que el hecho de haber sido usted mi profesor de (p)sicología de la comunicación en la U. de Antioquia, y la circunstancia de haber pretendido –en vano- tumbarme una novia, me habilitaba para figurar en la lista de los 300 invitados a bebérselo a usted en la boda de su hija Ana contra el señor Rosso, noticia de la que me entero por Semana.

Claro que no le escribo para protestar, sino para alegrarme por haberme liberado del regalo y de alquilar pinta para tan magno acontecimiento. La pareja se escapó de que hubiera barrido con la barra de martines, perdón, martinis y con el caviar importado para la ocasión.

No lo siento por la comida de Gun Club. He estado allá –invitado, claro- y es más la bulla. Regular tres cuartos el Chateaubriand que me empaqué en una ocasión. Y el Bloody Mary que pedí para abrir las ganas, estaba tan mal preparado que parecía hecho por el Papa que de licor pocón. 

Porque no creo que la receta del martini se la hayan pedido al maestro Bernardino Hoyos. O al barman de la película Casablanca, ese que dijo: “El mundo tiene tres güisquis de atraso”. (Bueno, no tengo claro si fue el barman o Humphrey Bogart, de quien Álvaro Gómez se copio en su oportunidad la sonrisa de perfil y la mirada lánguida).

Le reitero que no le guardo rencor por haberme negreado. Menos mal invitó a la doctora Noemí Sanín bella, como de costumbre, aunque no ví por parte alguna a Er Javier Aguirre, su entera naranja española. (Finalmente nos escapamos de tener chapetón como primer damo de la nación. Dios es grande y misericordioso, como reza el Salmo cuyo número le quedo debiendo).

También me alegra saber de la presencia del presidente Samper y de su esposa: eso garantiza un espléndido regalo. (Yo suelo regalar licuadores o ajedreces, así sea en las bodas. De la que se escapó el dueto Ana-Juan. En la luna de miel en lo que menos se piensa es en aperturas, jaques y mates).

Me alegra saber que si bien no me invitó a mí, tampoco invitó a José Obdulio y demás integrantes del uribismo purasangre. Usted es una persona sensata, doctor Darío. Así podrá seguir dándole en la cabeza a José Obdulio, un día sí y otro también, en la grata compañía de su talentosa mesa de trabajo.

Ni crea que lo de la lista de 300 invitados me va a dañar lo bailado en mi matrimonio: asistimos seis personas: los novios, por razones más o menos obvias, y cuatro padrinos, entre ellos un amigo común: Alvarito Vasco, quien ya no nos acompaña.

La comida no la pedimos a ninGUN club, sino que nos aplastamos en Las Acacias, de Chapinero. Allí fue la fiesta de matrimonio de la lengua más brava del oeste, hoy por hoy: la de Daniel Samper Júnior, a quien no creo que usted haya invitado al despelote party al Club Mesa de Yeguas, de Anapoima, donde suele reunirse el blancaje bogotano. (Donde yo escribiera una sola columna de las del chino Samper, mi madre me pelaría la nalga por “irrespetuoso con los mayores, mijo”. Qué lengua: agradece uno no ser importante, ni apellidarse Arias, Sanín o  Uribe. Samper sí, porque con la familia uno no se mete. O le hace pasito).

Esto va para largo, exprofesor Arizmendi. Termino con un consejo: si no le ha medido bien el aceite a Rosso, su yerno, haga lo que hizo un concuñado mío: emborrachó a su yerno para  ordeñarle información privilegiada. El hombre pasó la prueba, y mi pariente accedió al casorio.

Tampoco es para empezar a acosar a los Rosso para que taquen de una y salgan para el primer  bebé para que los hagan abuelos a usted y a doña Ana. Todos tenemos ganas de ser abuelos, pero es mejor no mostrarlas (las ganas) porque eso hace emberriondar a los espermatozoides y a los óvulos y no se viene el petacón, como dicen en el Yarumal de sus mayores,  en mi Montebello.

Le recuerdo que soy abuelo de repetiditos (mellizos) australianos, próximamente de un bebé carioca,  y que si necesita cartilla sobre cómo ejercer el abuelazgo sin perecer en el intento, soy todo oídos. Tarifa privilegiada para mi exprofesor de Psicología (en esa época todavía sonaba la p).

No quiero ni pensar cuánto le costo la fiesta, pero para la fortuna que su educación se gana, supongo que pagó con plata de bolsillo.

Felicitaciones a los padres de los novios, a los recién casados y que no se afanen por hacer “ennietecer” a los cuatro abuelos. Eso será “cuando llegue la ocasión”, como dice el tango. Además, todo tiene su tiempo bajo el sol, decimos, en su orden, yo y el libro del Eclesiastés.

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