El arsenal del embustero

Palacio de Nariño, el lugar en donde nacen escándalos de corrupción en Colombia (Tomada de la página de Presidencia).

Por Carlos Alberto Ospina M.

En el siglo de la tecnología, la información y la inteligencia artificial, la verdad se convierte en una moneda ambigua e inestable que ejerce un poder peligroso sobre la sociedad. El comportamiento patológico de los promotores de la mentira socava la confianza en las instituciones y produce un daño irreparable en cada círculo social a raíz del hábito de posicionar ficciones. En esa misma línea, la tendencia a la victimización para ocultar los propios deslices. 

El arma de la manipulación se hace más letal en el momento en el que va acompañada de una actitud socarrona y soberbia. El mentiroso arroja la piedra con astucia sin importarle a quién descalabra y esconde la mano detrás de la firme negación. Esta actuación apoyada en el desdén corroe la confianza interpersonal y la posibilidad de un diálogo abierto. Nadie que sea libre y tenga el control de sus cinco sentidos se sienta a conversar con un marrullero.

Otro recurso común depositado bajo el arsenal del embustero consiste en la propagación de cifras inexistentes, la paja mental acerca de supuestas teorías siderales, la utilización de la bola de cristal para invocar la sabiduría ancestral y las interpretaciones sesgadas de los datos concretos. El engañador vive en permanente estado de deslumbramiento y resguardado de sus convenientes miserias.

La narrativa preconcebida no refleja la realidad, tanto en razón del fondo como de la forma de mercancía maleable, de acuerdo con los intereses destructivos. Por añadidura, la maniobra de victimización trabaja en el ámbito populista y demagogo, y en las sesiones en presencia del psiquiatra. Esa táctica temerosa, desorientadora y dañina desvirtúa el sufrimiento humano genuino.

La agresión verbal sin fundamento argumentativo es un claro síntoma de la conducta anómala del farsante. Ante la exposición de los dobleces y la evidencia del alto grado de ineptitud recurre al ataque personal, el manejo retórico y la difamación como arma injuriosa para minar la credibilidad de sus diferentes críticos.

El tramposo es igual a un zángano que se alimenta de los bajos instintos, los sofismas de distracción, la incertidumbre y la perversidad. Por lo que intenta desviar el foco de discusión lejos de sus actos corrompidos a partir de cortinas de humo y medidas dirigidas hacia temas irrelevantes. 

La incapacidad para dar la cara, la visión unilateral de las cosas, la descalificación pública del desempeño de sus cooperantes y el refugio en las redes sociales son características adicionales de ese dañino personaje, el cual toma distancia virtual para evadir la responsabilidad y la confrontación de las ideas. 

Por naturaleza, es cobarde e irresponsable. Carente de un liderazgo genuino y efectivo. En lugar de fomentar un ambiente de colaboración y respeto mutuo, impone su propia agenda a cualquier precio, invalidando a aquellos que se interponen en su camino. 

Las multitudinarias marchas protegidas por la resistencia moral y la integridad en todo momento, instauran el verdadero poder constituyente de una sociedad vigilante y comprometida dispuesta a defender la democracia del déspota que habita la Casa de Nariño.

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