Por Óscar Domínguez G.
Al padre Hernando Uribe Carvajal, salud.
Según el almanaque Brístol, por haber cumplido años el 24 de octubre, usted debería llamarse Rafael, Arcángel, Luis o Antonio. Pero sus padres encontraron sin ayuda de nadie nombres para veinte hijos. ¡Veinte, y eso que su padre, don Antonio José, era analfabeta!
Fueron apenas dos vástagos más de los que tuvo mi abuela Ana Rosa Jiménez. Claro que mi abuela, además de sus dieciocho, tuvo cuatro “novedades” como se les decía a los embarazos que no pelechaban. Mi abuelo Lubín jamás le vio los jarretes a su recatada amada. Los críos se amasaban a oscuras. ¿Qué tal que se los hubiera visto?
Un extraño lujo se dio mi abuela sobre doña Benicia, su madre: vivió en tres siglos: nació a finales del 19, se gozó todo el 20 y abrió el paraguas a principios del 21.
Este devoto suyo lo ha leído y oído al mediodía en la emisora de la UPB (92. 4. FM) pero solo lo ha visto dos veces en sus 89 octubres: en la primera compartió espiritual cháchara con el presidente Belisario en una charla coordinada por Juan José García. El tema era su querida santa Teresa.
La segunda vez fue en una misa de dos yemas de las que oficia los sábados en su oasis de Monticelo, el vaticano de los carmelitas descalzos, su comunidad, de la que fue provincial a los 34 años. Había feligreses hasta debajo del altar mayor. No me aceptó la proletaria invitación al delicioso corrientazo de 20 mil pesitos que preparan allí. “Ego te absolvo” por el desplante.
Una homilía, una clase, una conferencia, un saludo, una sonrisa suyas, tienen el efecto de una sesión de sauna y turco espirituales. Y como además de líder religioso tocado “un poco muy mucho” de santidad, es docente, filólogo, trotamundos, filósofo, teólogo, columnista, poeta y escritor de exquisita pluma, uno sale enriquecido lícitamente de su compañía. Desde su “comba altura” usted habla, mira y sonríe como en susurros.
El día de la misa constaté que “por ser vos quien sois” tiene adoradores y adoratrices. El consejo que suele darles a sus fans es más corto que suspiro de monja: ”Quiérase”.
De su edad me comentó hace poco: “La vejentud se me está viniendo encima. ¡Auxilio!”. Me alegra que los místicos también sonrían.
Tiene razón Ana Mercedes Gómez Martínez, unas de sus adoratrices, que lo califica de “místico como lo fueron santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz y santa Teresita del Niño Jesús”.
Su WAZE espiritual lo conduce a Teresa. Su GPS a Juan. Ambos lo llevan al misticismo. Cito palabras suyas tomadas del libro “El camino de un viajero espiritual”, que compilaron Lina Espinal y Julián Vélez: “El punto clave de la mística es el amor pues la vocación mística es propia de toda la creación”. Japiberdi y larga vida, padre Ángel Hernando.