Cosas que van y vienen

Nebulosa. Ilustración NASA

Por Carlos Alberto Ospina M.

Una simple promesa manifestada en todos los tonos y a manera de súplica, por lo general, cae en el vacío. La declaración si te he visto, no me acuerdo, coincide con ciertas expresiones: “Préstame la coca de plástico para llevar un poquito del sancocho que sobró”, “Tía, yo le pago los 50 mil la semana entrante”, “No seas egoísta, yo te devuelvo el libro cuando lo lea”, “Dale, arrímame que es allí cerquita y no me demoro”, “Estoy llegando, ¡hay un taco impresionante”, “Te juro que no me interesa esa muchacha de la empresa”, “¡Ah!, no, yo no sé quién se comió último chicharrón”, “No tenía idea que veníamos para acá y me vine sin plata. ¿Quién me presta hasta el lunes o me lleva a un cajero?” y demás evasivas para sacarle el cuerpo a la responsabilidad sobre un determinado acto trivial o un hecho de carácter trascendental.

Casi siempre el pretexto se basa en la naturaleza humana y no, en la condición particular. Muchos están conscientes de su error y de las consecuencias que trae consigo traicionar el trato habitual. En innegables ocasiones pasan de largo sin cumplir la palabra ni reparar el perjuicio causado. 

Por algo se empieza. Desde el relato de un suceso curioso hasta llegar a ser caradura. Partir de la diferencia da un toque de bondad que justifica la eventual omisión. No obstante, algunos van más allá de los límites del voto de confianza y con su proceder reducen a cenizas el vínculo existente.  

En este caso, la contraparte ejerce el legítimo derecho a exigir, afirmar y preguntar: “Pero, me la trae que ya no tengo dónde guardar la sopa”, “Recuerda, hija, que me quedo sin cinco”, “¡Hijueputa! Quién me robó ‘El amor en los tiempos del cólera’. Por eso, no presto nada”, “¡No jodas! ¿Cerquita? Y encima haciendo visita”, “¿Cuál congestión si hoy te tocó pico y placa?”, “¿Dizque, no te interesa la de sistemas?, umm, y te trata de hola mi cielo, amor, lindo... Usted cree que soy boba. ¡Sí, cómo nooo!”, “Yo no sé, pero en la olla dejé un chicharrón carnudo”, “¡Tan de malas, vos! Siempre andas sin plata”; etcétera.

Varias personas acuden al reclamo explícito, la cantaleta y el sarcasmo debido al escenario cotidiano de repetidos incumplimientos. En cambio, terceros desarrollan mecanismos de prevención, distanciamiento físico e incredulidad. No es del mismo calibre el extravío de un recipiente y el no pago de una deuda que la pérdida de esperanza a causa de la trampa, el engaño y la ingratitud. Una cosa es dejar algo en el tintero sin mala fe y otra muy diferente, hacer uso indebido del grado de familiaridad.

Ese es el cuento. Unos son bisoños en atravesar razones sobre cosas vanas, olvidos involuntarios y devoluciones tardías. Al fin de la jornada, estas se perciben como ideas pasadas de moda y asuntos materiales de poca importancia. Mientras que, ajenos, son expertos en penetrar de dolor a los demás a partir de la alevosía y la falta de lealtad.

Al respecto, el anecdotario cruza el meridiano superior de la idiosincrasia, abre la puerta a la risa falsa, mantiene las costumbres fuera de razón, saca a alguien de su paso, confunde e inquieta el buen orden. A la postre, las cosas van y vienen; y nunca alcanzan el cero absoluto de los principios, puesto que todo termina dentro de un vetusto armario o encima de un corazón cegado. 

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