Contraplano: Unas prácticas muy malucas

Cuando se trata de Colombia, no hay regionalismo. Foto El Universal

Por Orlando Cadavid Correa

La detestable práctica probablemente tuvo origen entre los bogotanos que jamás se han considerado cundinamarqueses, porque la denominación no les da caché o les quita posición o importancia social, y se expandió como por arte de magia o como verdolaga en playa por las demás regiones del país.

La antipática fórmula consiste ni más ni menos que en separar lo inseparable, cuando se trata de aplicar gentilicios desde el centro hacia la periferia, verbigracia, manizaleños y caldenses, pereiranos y risaraldenses, o armenios y quindianos.

Esta mortificante discriminación, que es un atentado contra la unidad espiritual y territorial de nuestros pueblos, ha calado de tal manera que ha generado una fisura en Antioquia, donde está la población más regionalista de los 32 departamentos de Colombia.

En los medios de comunicación paisa es corriente leer y oír la desagradable referencia a medellinenses y antioqueños. “Siquiera se murieron los abuelos”, dijo Jorge Robledo Ortiz, el poeta de la raza.

En Caldas, el fastidioso fenómeno tuvo una procedencia sui géneris: fueron los hinchas del Once radicados en Bogotá los que, al organizarse en una especie de club llamado Fidelidad Blanca para tributarle culto permanente al campeón de la Copa Libertadores del 2004, crearon una base importante de datos para distribuir boletines regulares dedicados a hablar de las actividades del equipo amado. La entrada de costumbre de cada comunicado era de este desafortunado tenor: “Para todos los manizaleños y caldenses residentes en Bogotá”.

Hasta donde la geografía elemental lo enseña, todos los nacidos en Manizales son caldenses. Y los de Pereira, risaraldenses.  Y los de Armenia, quindianos. Y los nativos de Medellín, antioqueños.

¿Acaso guardará algún discreto encanto la manía de tratar de levantar una barrera entre los nacidos en una capital departamental y los que son oriundos de pueblos cercanos o apartados de la urbe?  ¿Supondrá alguna ventaja para el manizaleño que no se le incluya o se le revuelva con sus paisanos caldenses en su conjunto?

Esta situación, que seguramente será recibida por algunos como un brote estúpido de sensiblería regional, duele más cuando se practica entre hijos de Caldas, el departamento que sufrió dolorosamente una doble segregación en 1966 para satisfacer las apetencias políticas y las vanidades lugareñas de un puñado de dirigentes comarcanos.

Para quienes amamos al Caldas integral, al del centenario, al que nos dejaron Ancízar López y Camilo Mejía, es imposible concebirlo sin Manizales, la ciudad sabia y medular.  

La apostilla: Que muera el llamado innecesario de manizaleños y caldenses que se han inventado los fanáticos del club blanco, y que subsista el último, o sea, el de los caldenses, como un solo haz.  Y que se haga lo propio en las demás provincias del país amenazadas por la mala práctica que nos ha impuesto el separatismo sin ton ni son. 

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