Contraplano: El discreto encanto del Palacio Amarillo

El Palacio Amarillo, sede de la gobernación del departamento de Caldas, Colombia. Foto Wikipedia

Por Orlando Cadavid Correa

La hermosa edificación de estilo republicano fue construida hace más de nueve décadas. Sus tres pisos han albergado innumerables personajes que son testigos de la historia administrativa de Caldas.

El viejo y querido Palacio Amarillo -ahora remozado, restaurado, remodelado, embellecido y fortalecido en sus estructuras para soportar los embates de futuros sismos- guarda en su hermosa infraestructura de la más pura arquitectura republicana ecos de muchas gestas y retazos de la historia ya centenaria del departamento de Caldas.

El bonito edificio -en cuyos augustos recintos hicimos la primaria y el bachillerato como periodistas de tiempo completo- se yergue majestuoso hace 94 años en la esquina del costado norte de la memorable Plaza Mayor y parece que siempre quisiera rendirle tributo de admiración, acatamiento y respeto a su vecina insomne, la gótica Catedral Basílica de Manizales, a la que le tiene envidia de la buena, de la sana, porque cosquillea delicadamente con su enhiesta torre principal de 106 metros el cielo de la urbe amada.

El Palacio y la Catedral -cuyas construcciones se iniciaron entre 1925 y 1927, tras el voraz incendio de la gran colina iluminada, son los edificios más bellos, emblemáticos y representativos de la zona histórica de la ciudad. Si la pica infame no hubiese hecho el daño irreparable, el Teatro Olimpia sería hoy la tercera joya arquitectónica del Manizales de ayer. La otra, la Capilla de la Enea, está bien retirada del corazón de la Gran Aldea. Sede de Gobierno de la más importante provincia cafetera de Colombia hasta cuando triunfaron los brotes separatistas, producto de las vanidades lugareñas y los apetitos politiqueros, la Gobernación fue, ha sido y será la casa de los buenos hijos de Caldas.

Por sus tres pisos de libre acceso al público correteábamos a diario cuando comenzábamos a formarnos como reporteros, siempre a la caza de las noticias o de las mini entrevistas para la próxima emisión del noticiero radial. En los recorridos de la mañana y de la tarde íbamos con la misma facilidad desde la portería que atendía el inolvidable agente de policía José del Carmen Cetina -fallecido hace 35 años, en una calle de Manizales al ser arrollado por un carro- hasta el despacho del gobernador de turno, venciendo los obstáculos que ponía celosamente en recepción la finada Amparo Naranjo, en cumplimiento de su deber cuando pretendíamos entrar a hablar con la primera fuente informativa del departamento.

La belleza interior del Palacio Amarillo de la gobernación de Caldas. Foto Rutas del Paisaje Cafetero.

Allá, al fondo, después de atravesar el largo salón de sesiones del consejo del gabinete, estaba la siempre discreta, fiel y solícita Cielo Arboleda Toro, la secretaria de muchos gobernadores, que luego echaría raíces en Nueva York.  Y muy cerca, a pocos metros, el primer despacho del departamento modelo de Colombia, por el que pasaron indistintamente más gobernantes civiles que militares.

Al siempre estricto agente Cetina le hacía la segunda, en el manejo de la portería del Palacio Amarillo, sin los grandes despliegues de fuerza pública que generó la posterior llegada del terrorismo, el señor Carlos Castañeda, todo un experto en lidiarle el genio al uniformado.

Hombre clave en el engranaje del despacho era Hernando Galvis, el chofer que se ganaba la confianza de todos los gobernadores porque parecía sordo y mudo, comportamiento que les encantaba a los mandatarios por razones obvias. Su invulnerable discreción le permitió mantenerse en el volante del auto del gobernador hasta cuando entró a disfrutar de su pensión de jubilación.  Estuvo reducido al lecho en su casa cercana al cementerio de San Esteban a causa de unas lesiones que sufrió al ser arrollado por un vehículo automotor. ¡Curiosa coincidencia entre Cetina y Galvis!

Otro hombre sencillo y bueno de aquellas calendas fue el mono Bernardo Mejía -hermano de los comerciantes de calzado Carlos y Félix- que compartía con sus hijos el manejo de la pequeña cafetería de la primera planta de la gobernación, aledaña al recinto de la Asamblea. Era ese rinconcito el sitio ideal para el desayuno rápido o la “tintiada” de rigor.

En la reducida centralita telefónica que funcionaba en la segunda planta, al pie de la secretaría de Gobierno, oficiaba como operadora la siempre risueña Martha Lucía Montoya Velázquez, quien dedicaba sus pequeños recreos a adivinarle la suerte a las secretarias leyéndoles las cartas del tarot o las líneas de la mano diestra. Como no era escaparate de nadie: chisme que le llegaba, chisme que ponía en circulación. No se lo guardaba.

Era una delicia circular por las cuatro plantas palaciegas, partiendo, claro está, del sótano donde estaba la inolvidable Imprenta Departamental, cuya parafernalia producía un ruido que era verdadera melodía para los amantes de las letras y de la lectura, y encontrarse, en el último piso, con aquel gran pozo de sabiduría jurídica llamado Eduardo López Agudelo, el eterno procurador general de Caldas. O coquetear con secretarias tan bonitas como Nelcy Lucía Aristizábal, Miriam Castellanos o Yolanda Naranjo, que ya deben peinar canas y vivir la dicha de “ennietecer”, como nosotros los admiradores de entonces.

Subrayemos, finalmente, que nos tocó también deleitarnos viendo en funcionamiento aquel pequeño Parlamento que llegó a ser la Asamblea de Caldas, antes de su doble segregación, con diputados de la talla de Jesús Jiménez, Rodrigo Marín, Jorge Mario Eastman, Omar Yepes, Luís Prieto, Dilia Estrada, Yesid Toro y Marconi Sánchez, entre otros valores de la política de la vieja guardia.

La Apostilla: Nos preguntó una mañana, en su despacho, el entonces gobernador militar de Caldas, brigadier general Armando Vanegas Maldonado, por qué le habíamos puesto el apelativo de Palacio Amarillo a la sede de la gobernación, y le respondimos: Porque si los gringos tienen su Casa Blanca; los argentinos, su Casa Rosada, y los rusos su Plaza Roja, los caldenses merecen tener su Palacio Amarillo. ¡Y así quedó!.

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