Por Óscar Domínguez G.
Los del poderoso DIM están cumpliendo 110 años pero sus jugadores conservan arrestos de recién casados. Derrotaron a Nacional por un avaro 2-1 y van por otro título.
De cumpleaños, se regalaron otra sede en Itagüí de 47.540, 09 metros cuadros, 6 mil de ellos construidos. Los no construidos podrían habilitarlos para que el pueblo haga allí sus pícnics dominicales.
Domingo es el mejor sinónimo de fútbol, definido este deporte como “la recuperación semanal de la infancia”. Lo sé desde que hacía parte de la “culicagadocracia” de gorriones que pagábamos la entrada al Atanasio Girardot en ganas de ver fútbol. Era la época de un crac de barrio llamado Carlos Arango.
Recordé a Caliche porque tiene el mismo nombre del utilero del DIM a quien le celebraron 30 años en el club. El utilero es ese personaje discreto, imprescindible, inolvidable, que no aparece ni en el pasa del periódico. A Arango lo mencionaron tímidamente al principio de la transmisión radial del partido que tiene al técnico Bodmer pasando hojas de vida. En Nacional cambian de técnico hasta cuando un domiciliario pasa con su piza frente a las instalaciones del club.
El fútbol sin utileros sería como un soneto sin el último terceto. Son de los personajes más queridos por los jugadores. Son una fiesta. El utilero de un equipo europeo se preguntaba cómo pretendían ser campeones si el 70 por ciento de los jugadores eran fieles a sus esposas.
Entrado en gastos por el aniversario 110, recordé a otro viejo personaje del DIM. Me refiero al famoso Cura Burgos, fundador, dueño, director, redactor, corrector, señora del tinto, publicista, aguatero, utilero, voceador, de la desaparecida revista La Cátedra.
Solía incluir avisos de este tenor: Fulano de tal, desocupado y vago argentino del Nacional (o del Medellín) le debe 200 pesos a La Cátedra.
El Cura patentó una forma original de hacer publicidad: redactaba el aviso de equis empresa y cuando salía la revista le llevaba ejemplares al dueño… con la factura correspondiente. Mi taita, don Luis, dueño de una empresa de transportes, aportaba a regañadientes pero con una cierta sonrisa a la causa del ingenioso Cura.
Como Juan Manuel Roca, mascota del DIM, fracasó en su intento de ser interior derecho del equipo, resolvió volverse poeta. Suyo es este verso: “Los niños ciegos remplazaban el balón por una caja de lata y jugaban con el ruido”. El cineasta italiano Pasolini sugería que el goleador del campeonato fuera proclamado poeta del año. El rojo Edwin Cetré podría ostentar esa doble condición. (Otro que quería ser alero derecho del DIM es el poeta santarrosano Darío Jarmillo Agudelo. Tampoco tuvo éxito. El equipo del pueblo perdió dos troncos pero la poesía se enriqueció con dos talentos fuera de serie).
El DIM tiene bar propio en Manrique. Me refiero al octogenario Café Alaska, de Gustavo Rojas, quien sonríe malévolamente cuando los parroquianos leen este texto en la pared: Sea breve, si viene a hablar mal del Medellín.
Al fondo se oye la sinfonía que interpretan las bolas de billar cuando se dan el besito al hacer tas-tas ¿Más ternura roja para dónde?