Cenizas en Otraparte

EduardonEscobar y su último libro. Foto El Colombiano

Por Óscar Domínguez Giraldo

Hace ocho días, las cenizas del poeta Eduardo Escobar hicieron escala por una   noche en el cuarto donde murió el filósofo Fernando Gonzalez uno de sus mentores intelectuales. Al día siguiente,  el viernes 22 de marzo, las cenizas fueron llevadas de Otraparte al cementerio de Envigado. 

Sus cuatro hijos, hermanos y los miembros de la Corporación Otraparte prepararon un adiós laico y  sobrio para no incomodar a quien había terminado su viaje a Itaca. Lo habría resucitado un adiós con tufillo a iglesia.

En la mesa principal huérfana de  gente, una vela encendida montaba guardia ante sus cenizas. También decía presente una foto de Escobar hojeando el último de una treintena de libros que nos dejó “Escritos en contravía” (foto odg).

Mozart y Pederencki aportaron sus réquiems en la que se llamó escuetamente “Despedida a Eduardo Escobar” que tuvo lugar en la Casa Museo. (La despedida fue documentada por el director Víctor Bustamente, quien grabó el homenaje. Lo encuentran en YouTube).

En sus años mozos Eduardito, como le decía su red de afectos,  y Gonzalo Arango, habían sido interlocutores  del inquilino de la vieja casona que a la entrada tiene una inscripción en latín que él había convertido en lema de su existencia: Cave canem seu domus dominum (= Cuidado con el  perro, o sea, con el dueño de la casa). La vez que le pedí una traducción del latinajo, el exseminarista Escobar me respondió: “Yo traduzco distinto: Cuidado con el perro, que es el señor de la casa”.

La noche del adiós con lleno hasta en los jardines y en el cuarto de Ramiro, donde murió su padre y pernoctaron las cenizas de Escobar, fueron proyectados videos que recrearon una vida que no se dio reposo para crear e impactar en verso y en prosa. 

Por la familia, se dejó venir con una bella pieza fúnebre su sobrino David. Hernando Escobar, primo de Eduardo, sorprendió al respetable al contar que una vez  su pariente lo invitó a conocer las ondinas. Ocurrió durante una visita suya a la casa de los Escobar Puerta  en la Loma del Chocho. Contó Hernando: 

“Me guió hasta una pequeña quebrada donde había una también pequeña cascada. Me invitó a sentarme junto él pero con la advertencia de absoluto silencio. Y me pidió que me concentrara en las gotas que se producen cuando el agua golpea las rocas hasta que él me diera licencia para volver a hablar. 

Con el pasar de los minutos (no sé cuántos, pero si sé que fueron muchos) empecé a percibir que esas gotas cada vez eran más cercanas a mí, incluso hasta llegar a tocarme y darme la sensación de tener la cara completamente mojada. Él que ya tenía los tiempos medidos me pregunó si las había podido conocer. La respuesta fue obvia. Había acabado de ocurrir”. 

Feliz eternidad, “Diosecito”, el inri que te colgó el Brujo González.

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