Buen corazón

El dolor de la partida de un ser querido

Por Carlos Alberto Ospina M.

Es elemental que hay gente que se especializa en llevar el correo de malas nuevas, con la pésima fortuna para ellos, que otros captan la novedad a modo de deshacer los yerros lejanos que, por no decir esta boca es mía, dejaron pasar oportunidades, sueños, gozos y amantes; entre una infinidad de expectativas e inquietudes.

A diferencia de la ley de arrepentimiento no existe la manera de reducir las penas agitadas por la frustración y menos, en el momento en que los sentimientos son precarios y carentes de armonía interior. Cada quien da lo que tiene dentro del corazón. A simple vista, esa expresión raya con el simbolismo en virtud de que la cavidad torácica alberga el estado de ánimo, los prejuicios, los rencores, las ideas, las ilusiones y los comportamientos. Este músculo proyecta el cómo abandonamos el alma, el espíritu y la mente, desviando en ciertas ocasiones, el buen sentir.

De una forma muy somera, es fácil distinguir la perturbación de distintos individuos que anda por el mundo echando a perder las efímeras briznas de alegría. Siempre ocurre un pretexto, una excusa o un para qué, a semejanza de barrera, que quita el entusiasmo y rompe la magia de la espontaneidad. La vida es asombro en cualquier dirección que se mire, tanto en la impensada tragedia, como en los sucesos placenteros.

Nadie sabe de qué es capaz hasta que lo sorprende la inevitable desdicha, la obligatoria aceptación del fallecimiento de los seres queridos o arrastrar con una penosa enfermedad. Por supuesto que duele el desgaste de la inestabilidad económica; no obstante, ese apego material no se compara con las vicisitudes que produce la muerte. Escueto, sí nada posees, ninguna porción viaja contigo al vacío.

La falta de amor propio representa el carácter de los disimulados. Así las cosas, los prepotentes quedan reducidos a la mínima expresión y al inapelable olvido; los hipócritas pasan a beber su propia bilis; los pesimistas derrochan el tiempo y los enfadados no conocen de nobleza del ánimo. 

Alguno que otro confunde la gallardía con la hosca actitud de superioridad y la humildad con falta de voluntad. El modus operandi de unos consiste en juzgar y ‘escupir por el colmillo’, ¡cuánto les gusta arruinar!, sin ponderar el grado ni la intensidad del daño que causan a la humidad. Sin duda, están desorientados en medio de la inmovilidad moral de adjetivos y adverbios que destruyen el bienestar. 

El día de hoy que el dolor toca a la puerta de todos sin distinción de raza ni estrato socioeconómico, decidí hacer oídos sordos; es decir, no parar bolas a las estupideces de los canallas. Me importa, sí, la hambruna que trajo consigo el abominable virus, la soledad que disimulan millones de personas, la agonía de los enfermos, la depresión poscovid, la incertidumbre, el miedo, la ansiedad del adulto mayor, la rutina, el sufrimiento de mi familia, los abrazos restringidos, los funerales virtuales, las lágrimas de mis amigos y los besos que aún no he dado.

En este minuto sé a cabalidad lo que significa esperar el santo advenimiento que nunca llegó y a cambio, recibir las cenizas de un ser amado después de varios días de su defunción. Ahora es cuando, el buen corazón, debe prevalecer para entender que solo contamos con este instante para vivir. ¡De nada sirven las nostalgias, sino disfrutaste aquel tiempo!

Enfoque crítico – pie de página. Quien más, quien menos.

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