Por Jairo Ruíz Clavijo
En Dallas, Texas, cae asesinado John F Kennedy y, como en el caso de Bogotá, culpan a quien conviene. Esta vez no es un Juan Roa sino un Lee Harwey Oswald.
El arma no coincide con la bala ni la bala con los agujeros ni el culpable con las cualidades que debería tener el tirador, porque según la versión oficial actuó como un campeón olímpico del tiro al blanco y carreras de velocidad. Disparó un viejo fusil a un ritmo imposible y su bala mágica ha dado vueltas acrobáticas para atravesar a Kennedy y al gobernador de Texas, Connally ,quedando milagrosamente intacta.
Oswald lo niega a gritos, pero nadie sabe ni sabrá nunca qué fue lo que dijo y a los dos días se desploma ante las cámaras de televisión. El mundo entero asiste al espectáculo: le cierra la boca Jack Rubí, un hampón consagrado al tráfico de mujeres y de drogas.
Dice Rubí que ha vengado a Kennedy por patriotismo y por la lástima que le da la pobre viuda.
(Henry Hurt, Dudas razonables, Una investigación del asesinato de John F. Kennedy, Nueva York, Holt, Reinart and Wiston, 1986)Jairo Ruiz Clavijo