Digno de desprecio

Palacio de Nariño, sede presidencial de Colombia. Foto Presidencia

Por Carlos Alberto Ospina M.

¡Qué espectáculo deprimente de carácter vomitivo! observar las genuflexiones de cierta gente que vende su honra al poder de turno, y de manera simultánea, hacen oídos sordos sobre la comisión de varios delitos relacionados con la omisión del deber, la financiación ilegal de la campaña Petro presidente, el desfalco del erario, los actos de violencia contra la mujer y en particular, la evidente incapacidad para resolver el fenómeno social de pobreza y violencia que azota el territorio nacional. 

El vago que anida la Casa de Nariño se caracteriza por la mera habladuría, el populismo, el odio y la indolencia, siendo la causa de la ruina de todo aquello que funciona o marchaba bien en el país. Este proceder no es de un hombre de bien dado que su nivel de bajeza emerge de la maquinación y la planeada conspiración contra el Estado social de derecho. Puras patadas de ahogado recurrir a decretar un día cívico con el objetivo de movilizar a la recua de descerebrados, holgazanes, resentidos e iracundos, lo que ratifica el alcance de su perturbación mental y la carencia de logros tangibles que puedan facilitar el flujo natural de la afinidad ideológica.  

¿Cuándo van a actuar y cumplir el mandato constitucional los órganos de control fiscal y disciplinario?, ¿Pasan de agache la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, la Personería del Pueblo, la Fiscalía y la Procuraduría?; en pocas palabras, ‘sirven igual para un fregado que para un barrido’, es decir, para nada. Al mismo tiempo aumentan los casos de ilícitos contra la administración pública, la coacción, la extralimitación de funciones, los daños a bienes del Estado y de modo especial, la utilización de los recursos destinados a la inversión social en actividades proselitistas tal y como es la marcha del 18 de marzo de 2025.

A pesar del obsesivo proceder de volver lo de abajo arriba o lo de arriba abajo, algún día sucumbirá con esa cara de hediondez siendo un don nadie, después de intentar reducir a pedazos la democracia colombiana.  Este ordinario hombrecillo que fue pillado en infinidad de inconsistencias y actos de corrupción, miente con descaro, a medida del calculado deseo de incrementar la ignorancia y la pauperización de los desesperados. Le importa un comino el bienestar general.

En dos años y medio de desgobierno, haraganería, calumnias e injurias la nación ha sido condenada al subdesarrollo, la inequidad y la muerte a mano airada. Al respecto, cabe parodiar la ausencia de modales de un tercero desquiciado para interpretar el oportuno sentimiento colectivo: “zurdos de m…da”.  

Por su parte, el confeso alcohólico y drogadicto, Armando Benedetti, se pavonea por el recinto del Congreso de la República, alzándose con el santo y la limosna. Tanto que algunas féminas le tienden el tapete y sonríen con suma coquetería en espera de la asignación de un beneficio, contrato o puesto burocrático. El servilismo de unas u otros no conoce el menor vestigio de vergüenza y dignidad.

Lo único relevante para los zalameros es asegurar un lugar en la nómina estatal, una buena untada de mermelada o una licitación amañada. ¡Qué sensación de asco! Los delincuentes autores de delitos de lesa humanidad fungen de ‘honorables congresistas’, mientras que los lavaperros de los narcotraficantes organizan la agenda de la Cámara de Representantes. 

La putrefacción queda demostrada en función de individuos que se arrodillan sin pudor y señoras que se suman al desfile de la obscenidad, una de las peores prácticas de la vida pública y privada. La fingida independencia de los poderes públicos y los aparentes arrebatos de descontento muestran la dimensión sombría de las transacciones económicas y la abyección de la mayoría de políticos; quienes están dispuestos a arrastrarse, callar en presencia de prácticas indebidas, justificar lo ilegal y mirar hacia otro lado en el momento que la extrema izquierda atropella los derechos ciudadanos y los principios éticos. 

Véase la instrumentalización de los jóvenes aprendices del Sena, unos cuantos menores de 18 años, que protestaron a las afueras del Congreso sin conocer ni saber el porqué de sus arengas contra el posible hundimiento de la reforma laboral. Los agitadores profesionales del Pacto Histórico, el técnico operario Wilson Arias y el tecnólogo en autotrónica Alfredo Mondragón, sacaron adelante ese esquema de manipulación y desinformación.  Ambos tienen un rasgo en común, el comportamiento escatológico. 

Hay aduladores, cortesanos y oportunistas que mudan de lealtad con la misma suerte que el viento favorable, defendiendo lo insostenible. Para ellos, la rectitud es una moneda de cambio que lleva a ‘olvidar’ las nociones fundamentales y a justificar lo que antes repudiaban.  

En cualquier circunstancia esta degeneración expone la falta de condena moral y el grado de complicidad de los múltiples rastreros que aclaman al malvado y guitón anarquista, el cual es ¡Digno de desprecio!

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