Berlín, ciudad de sueños e insomnios

Centro de Berlín

Por Óscar Domínguez Giraldo

Berlín lleva por dentro la tragedia de una mujer fatal y la  leyenda de una mujer hermosa. Es  misteriosa como un gato con sus  sietes vidas intactas. Tiene la alegría de unos ojos que por primera vez se tutean con el mar. O con el amor.

Si Berlín tuviera piernas, llevaría las de la divina Marlene Dietrich quien cantó: «Berlín sigue siendo Berlín». Cuando murió la Dietrich, un cronista francés escribió : “Tenía la edad de nuestros sueños”. Algo similar podemos quienes hemos recorrido sus calles.

 Los orgullosos berlineses le dicen «Belín», tragándose la solitaria ere a la hora de nombrar esta deliciosamente anárquica ciudad alemana que en la  pasada guerra mundial sacó un master en dolor. Testigo, la  trágicamente bella e imponente catedral decapitada por los bombardeos. (foto)

Berlín, ciudad que alguna vez ganó el premio Príncipe de Asturias a la Concordia,  tiene su otro yo en la Kurfurstendamm, la popular avenida, sitio obligado de redentores del mundo, estudiantes desarraigados, apátridas, mujeres con o sin pasado, líderes, genios, punks sin tiempo, ricos sin plata, pobres millonarios, aristócratas venidos a menos. Esa arteria es la ventrílocua de Berlín. Habla por ella. Es su intéprete simultánea.

Berlín es barrio de dudosa reputación, metrópoli del mundo, suburbio barriobajero cuando le da la gana.

Berlín es ombligo del mundo. Allí todo es posible. “En Berlín se puede ser persona”, rezaba la propongada oficial de hace aaños, cuando era imposible pensar siquiera en un 3 de octubre para brindar con champaña y salchichas por  la reunificación.

En Berlín no se peca. Se cometen licencias etílicas, culturales, gastronómicas, sociales, sexuales. Como aquella que, en tiempos del muro, protagonizaron berlineses del Este que salieron felices y deshinibidos de una tienda de objetos sexuales de la parte “occidental”. Nunca habían visto un pipí fuera de su contexto anatómico. 

Alexanderplatz, Berlín

En Berlín los títulos salen por chatarra. Todos son iguales como quien comparte el mismo bus sin subsidio, el mismo metro, la misma champaña viuda de estampilla,  idéntico naufragio, idéntica propiedad horizontal en el cementerio…

Berlín es barrio latino del mundo, un New York en alemán  que en sus peores días estuvo abrazado por 163 kilómetros de muro marxista. Aunque desde hace varios años, lo de  Marx  es lo de menos. Groucho Marx derrotó a Carlos.

Cuando uno abandona Berlín se va con la extraña sensación de que se lleva un manicomio adentro. El mismo Berlín padece una locura geográfica.

En otro tiempo, para un berlinés oriental, pasar de Berlín Este a este Berlín, era como atravesar el espejo para reunirse con uno mismo. Y al revés. Muchos años después,  ¿cómo no envidiar esta orgía de fraternidad para decirle adiós al muro,  esa maldita pared que fue una piedra en el zapato de la libertad? (Líneas pasadas por latonería y pintura).

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