Los Danieles. Inventario de daños

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Muchos récords se rompieron y muchas cosas se quebraron el 4 de febrero en aquella reunión del gabinete ministerial cuyos ecos nos acompañarán durante largo tiempo.

Entre los récords, el de duración: cerca de seis horas; el de charlatanería improcedente; el de sinceridad, a cargo de la vicepresidenta y la ministra de Medio Ambiente (“Con Benedetti no comparto mesa”); de sentimentalismo laboral (“Yo lo amo, presidente”); de irrespeto de Gustavo Petro hacia sus colaboradores, sometidos a un fogueo inesperado y público; de irrespeto de algunos colaboradores hacia Petro (“Póngame atención, señor presidente”); de impertinencia (“Dentro de algunos minutos trasmiten un partido de fútbol”), de harakiri en vitrina y finalmente de hipocresía, pues la tortuga critica la impuntualidad de la marmota. 

Víctima ilustre de la jornada fue el propio jefe del Estado, cuyos desvaríos flotaron desde Hegel —filósofo alemán solo apto para presos incomunicados— hasta el sancocho trifásico. Se calcula que cientos de miles de personas observaron espantadas el inesperado espectáculo vespertino. Súmenlas a las víctimas. Añadan también a los funcionarios humillados ante Armando Benedetti, ese convidado de piedra y goloso poseedor de secretos que fue causa eficiente del desastre. Pero, ante todo, anoten entre los primeros caídos en el derrumbe a quienes supusieron hace dos años y pico que Petro abría el camino hacia una política progresista duradera. 

Yo fui de esos ilusos que, ubicadas las figuras en el tablero electoral, repudió al esperpéntico candidato de la derecha y apostó por el guerrillero arrepentido. Pese a su discutible paso por la Alcaldía de Bogotá, Gustavo Petro había sido un valiente senador, un tipo honesto y un amigo de la paz. Más de once millones de ciudadanos pensamos lo mismo: que él iba a encabezar una coalición de izquierda capaz, por vez primera, de iniciar una honda transformación social del país. Mi referencia histórica eran los dieciséis años de gobiernos liberales que entre 1930 y 1946 sacudieron el polvo de medio siglo de godarria y abrieron nuevas ventanas a la sociedad colombiana, antes de hundirse a consecuencia de las divisiones cainitas. 

Como dijo la senadora Clara López al comentar la catástrofe ministerial del 4-F, los colombianos eligieron en 2022 una alianza progresista encabezada por Petro y su Pacto Histórico, donde también cabían otros grupos de ideas socialistas no violentas, liberales de izquierda y colombianos independientes. Era un mosaico dispuesto a cambiar esta sociedad aquejada por la desigualdad y la penuria, devorada por la corrupción y anquilosada por costumbres políticas perversas.

En un principio el experimento pareció funcionar. A figuras curtidas amigas del cambio se sumaron caras nuevas, algunas de ellas con interesantes proyectos y posibilidades. Pero al cabo de pocos meses Petro ofreció la primera de sus alarmantes chiripiorcas: despidió a los aliados con mayores conocimientos del Estado y los reemplazó por militantes ajenos al difícil mundo de la política y las habilidades ejecutivas. La máquina se trabó y el presidente dio en responder las críticas con lo que su ministro de Hacienda de entonces llamaba “divagaciones”. La cartilla didáctica del buen ejemplo, que fue, con la honestidad, la mejor arma del admirable Salvador Allende, se extravió en conductas punibles o reprobables. Los escándalos de diversa índole opacaron los logros meritorios. Para completar, los enemigos de la paz avanzaron en medio del panorama de confusión.

El incendio de hace trece días confirmó que Benedetti, personaje de dudoso comportamiento, detenta un recurso secreto que le permite maniatar al jefe del Estado. Me temo que pese a los esfuerzos por reconstruir llaves con el Partido Verde y otros socios, la segunda etapa de una maratón progresista en 2026 es menos que una utopía. Visto lo visto, es por ahora una irrealidad. 

ESQUIRLA. Sería interesante que los príncipes y princesas de la ultraderecha nacional (que se pavoneaba el día que ganó Trump ) dijeran qué opinan de las atrocidades propuestas por sus héroes Donald y Elon Musk: expulsar a trabajadores del tercer mundo —entre ellos miles de colombianos encadenados—, amenazar con apoderarse del canal de Panamá, construir un balneario gringo sobre los muertos de Gaza, forzar a Groenlandia para que se asocie a Estados Unidos, recortar fondos que permitían alimentar a millones de menesterosos, rebajar los derechos femeninos y de LGBTI y castigar las discrepancias políticas elevando tarifas. Por ahora solo eso. Los escuchamos.

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