Enrique Santos Calderón
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Desde esas primeras líneas, quedé tan enganchado que durante dos días no salí a la calle.
Me leí Cien años de Soledad a los 22 encerrado en el apartamento de un amigo en París, a donde había llegado por primera vez a finales de 1967 con ganas desenfrenadas de probar cuanto antes todos los encantos y tentaciones de la Ciudad Luz. Pero fue más fuerte la seducción de Macondo: no me moví hasta llegar a la frase final sobre “las estirpes condenadas a cien años de soledad (…) que no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
No sé bien cómo describir la fascinación que me produjo la obra maestra de García Márquez, pero fue total e inmediata. Similar, imagino, a la que ejerció sobre millones de lectores que ha tenido en todos los rincones del mundo. Convertir la saga de la familia de una polvorienta aldea caribeña en una historia con embrujo universal demuestra hasta dónde llegó la prosa genial, el talento narrativo y la autenticidad personal de quien en su momento dijo que “no olvidaré nunca que, en la verdad de mi alma, no soy ni seré nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca”.
Conocí a Gabo años después, en 1972, y tuvimos una larga amistad llena de sobresaltos, pero eso es historia patria. Lo que hoy me pregunto es qué saben y qué les dicen a las nuevas generaciones la figura y obra de Gabriel García Márquez. Lo pregunto a propósito del estreno esta semana por Netflix de la primera temporada de una serie filmada en Colombia sobre Cien años de soledad. Casi 60 años después de la aparición de la novela que desde el primer momento se consumió como pan caliente.
Hace mucho tiempo es lectura obligada en el pénsum escolar colombiano y sería inconcebible que haya jóvenes que no sepan de qué se trata. Pero poco se sabe de cómo ha sido asimilada y es evidente que las nuevas generaciones no se caracterizan por su afición a la lectura. Llevar Cien años… a Netflix, una tarea admirable y difícil dada la mágica exuberancia del texto, es la forma de acercarlas a través de lo audiovisual.
Gabo nunca quiso que se adaptara para el cine porque prefería que los lectores siguieran imaginándose a sus personajes, pero me atrevo a pensar que le hubiera gustado esta versión de Netflix. Entre otras cosas, porque además de ser filmada en Colombia y en español, será una serie larga de muchas entregas, como él alguna vez dijo que tendría que ser cualquier versión para la pantalla. Yo ya vi la primera parte y estoy pendiente de las que vienen.
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Lluvia de furiosos regaños recibí por haber dizque proclamado la candidatura de Germán Vargas Lleras tras escribir que está seriamente proyectado hacia la Presidencia. También efusivas felicitaciones de viejos críticos de esta columna porque al fin reconocí que “Germán es el man”.
Ni lo uno ni lo otro. No deja de impresionarme la emotividad con que la gente opina por las redes sociales cuando de política se trata. Con más vísceras que razón. Afirmar que Vargas Lleras está avanzando en las encuestas no es endosarlo. Y decir que encarna una imagen de “mano dura” no es proclamar que sería un buen presidente. Son simples hechos, escuetos y fríos. Gústennos o no nos gusten. “Vargas Lleras no es de mi agrado, lo no significa que no tenga chance”, me escribió un tuitero más reposado.
No falta quienes piensan que es Petro el que le está haciendo la campaña a Germán Vargas. Por su mala gestión, nula ejecución y por la persistencia de tanta inseguridad y corrupción política. Sin hacer mucho, solo por estar ahí, Vargas se está volviendo el anti-Petro. “Con el coscorrón como lema de campaña podría ganar”, me comento un burlón pero sagaz observador del acontecer político.
También sin hacer mucho, Sergio Fajardo sigue sólido y es una especie de contracara de Vargas Lleras. Dos personajes que representan opciones distintas del antipetrismo, mientras el petrismo se congrega tras figuras como Gustavo Bolívar. Pero es probable que este no aguante y tenga entonces que coquetearle a Claudia López, la otra aspirante seria, que tuvo afinidad con Petro, pero hoy se muestra muy distanciada y crítica del Gobierno.
Y ahí está, claro, desde el Ministerio del Interior, la figura del veterano dirigente liberal Juan Fernando Cristo, ducho componedor y negociador, que puede ser pieza clave de cualquier transición política que se venga.
Nada está escrito, aún falta mucho y sobra tiempo para seguir en ociosas especulaciones politiqueras.
P.S.: Las imágenes de los rebeldes sirios saqueando el palacio presidencial del fugado Bashar al-Assad en Damasco son casi idénticas a las que se vieron hace 21 años en Bagdad con la caída de Sadam Hussein. Difícil olvidar el derribo y destrucción de su gigantesca estatua por la turba enardecida, la imagen más simbólica de la guerra de Irak.
Retratos que se repiten a lo largo de la historia: los tiranos huyen y el pueblo entra a saco roto en los aposentos del dictador que lo oprimía. Quien quita que, más temprano que tarde, algo parecido suceda en un país vecino.
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