Los Danieles. ¿Sin salida digna para Nicolás?

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

En la medida en que se consolida el fraude electoral de Maduro —bastante descarado, la verdad sea dicha— crece el clamor para que la comunidad internacional haga algo. Pero fuera de condenarlo en todos los tonos y procurar su aislamiento diplomático y económico, no puede hacer mucho más. Y no es garantía de que vaya a caer, o siquiera cambiar.

Como se demostró con Cuba en los años sesenta, cuando apareció un implacable bloqueo comercial y político, esto no basta para tumbar a un régimen y sí lo empuja hacia el nacionalismo radical, o en brazos de aliados indeseables. La Unión Soviética en el lejano caso de Fidel Castro y Rusia, China e Irán en el muy actual de Nicolás Maduro.

Hace cincuenta años, ante una crisis como la venezolana, Washington hubiera despachado sus marines con la misión de “salvar la democracia”. Como lo hizo varias veces con pésimos efectos en Centroamérica y el Caribe, cada vez que sentía que peligraban sus intereses. O simplemente para reafirmar su hegemonía sobre el “patio trasero”, como cuando nos arrebató a Panamá a comienzos del siglo XX. Hoy ya no es concebible aquella “diplomacia de las cañoneras” que tanto practicó el Tío Sam.

Pero como están las cosas hoy tampoco se vislumbra una “salida digna” para Maduro, que pensé que sería posible antes de que decidiera jugarse los restos. La detención de más de mil disidentes y carcelazos anunciados para María Corina Machado y Edmundo González confirman que no está en plan conciliador. Está en el de atornillarse en el poder a toda costa.

¿Qué puede venir ahora en Venezuela? ¿Golpe militar? ¿Levantamiento popular incontenible? ¿Intervención militar de Estados Unidos, que ya advirtió que se le “agota la paciencia”? ¿O la perpetuación de una dictadura cada vez más cerrada y represiva, que cuenta con recursos internos, apoyos externos y el respaldo de un cuerpo militar cooptado para sostenerse durante un buen tiempo? Es la perspectiva más probable a corto plazo e inclusive a mediano, aunque hay quienes opinan que lo sucedido presagia “el comienzo del fin” de una dictadura que ya lleva más de veinte años.

En materia de plazos de tiempo, y a riesgo de sonar muy pesimista, no dejo de pensar en los derrotados republicanos españoles que al final de la guerra civil (1936-39) decían que la dictadura de Franco no aguantaría mucho, y duró cuarenta años. O en los primeros exiliados cubanos en Miami que aseguraban que Fidel no demoraría en caer y duró cincuenta años. La tapa de la olla sería que a Maduro lo sucedería su hijo, Nicolasito, que a los 34 años ya habla como si fuera el heredero designado.

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También hablan por sí mismas las imágenes que proyecta Venezuela: marchas multitudinarias, estatuas derribadas de Hugo Chávez, pistoleros del régimen disparando en la calle. Hablan de un pueblo que perdió el miedo, de un régimen que se defiende a sangre y fuego y de un dilema para los gobiernos democráticos de la región, que en su mayoría han cuestionado la legitimidad del triunfo electoral de Maduro. Un hecho bien significativo (y para algunos precipitado) es que Estados Unidos ya reconoció a González como el ganador.

En Colombia el silencio inicial de Petro desató fuertes críticas, aunque después emitió un acertado mensaje hablando de “graves dudas” sobre la elección y reclamando “escrutinio completo y transparente”. Pero a continuación su embajador en la OEA se abstuvo de votar una resolución que pedía lo mismo. Contradicción evidente y un equilibrismo que terminó por favorecer a Maduro puesto que la resolución no pasó. No son gratuitos, pues, los elogios que el sátrapa venezolano le dirigió luego a su colega colombiano como un hombre serio con el que estaba conectado.

La postura de Petro es la de no hostilizar a Maduro y proyectarse como uno de los tres presidentes de izquierda (con Lula y López Obrador) que pueden mediar ante el mandatario venezolano para que no siga incendiando al país. Tiene su lógica y los tres le han pedido que muestre todas las actas de la votación, pero Maduro prefirió acudir a un Tribunal Supremo que maneja con el dedo meñique para que dirima la disputa. Campeón de la desfachatez.

Maduro tiene que saber que el pueblo no lo quiere. Las huestes que moviliza con los rezagos del chavismo y los recursos del Estado no tapan su impopularidad. Y da tristeza y mucha rabia ver como a millones de venezolanos de todas las clases que hicieron largas filas para votar por un cambio se les arrebata la voluntad. Hace tiempo no se veía tan nítida radiografía de un robo electoral ni tan grosera perversión de un proceso democrático. Pero dicen que no hay mal que dure cien años ni pueblo que se lo aguante. 

Cabe esperar que el mal de Maduro dure mucho menos, so pena de ver a Nicolás II encaramado en el trono.

P.S.1: “Colombia rozó el bronce en París” fue un divertido titular de El Tiempo sobre los Olímpicos. Más triste que divertido en realidad, porque desconsuela que en la semana que llevan los Juegos, un país de más de cincuenta millones de habitantes no tenga una sola medalla (ni la de  Mariana Pajón). La drástica reducción de novecientos mil millones que propone el Gobierno para el rubro deporte en el presupuesto no ayudará a que nos acerquemos al oro o la plata. ¿Condenados a “rozar el bronce”?   

P.S.2: Medalla de oro a la corrupción es la que merecen los contratistas de las obras de La Mojana. Después de los miles de millones que les entregaron para construir el dique de Cara de Gato el consorcio favorecido dejó botada la obra. No hay nadie trabajando y el agua sigue pasando, denuncia el director de las Unidad de Riesgo, Carlos Carrillo. Indignante. Seguimos  esperando que sean plenamente identificados y sancionados todos los cómplices privados de Olmedo López y su combo.

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]