Lunes del ajedrez. Loro viejo sí aprende a jugar, hombre Jota

Jota Enrique Ríos, periodista listo para el "enroque"

Por Óscar Domínguez Giraldo

Con el sol a la espalda, el colega Jota Enrique Ríos me pidió luces porque desea regalarse el ajedrez.

Me dijo que a sus 82 años “se me han ocurrido muchas cosas que, unas a pedalazos, otras a camandulazos, y las otras en la chuzografía de la Olivetti, las he materializado exitosamente. Al ajedrez llego con miedo. Lo poco que sé lo he aprendido, no en las aulas, sino trabajando. La vida ha sido mi universidad y ahora espero darle jaque, así no sea mate, a mi soledad, dentro del silencio del juego”.

Mi respuesta: Jota, doble colega, de mensajería en la infancia, y de periodismo en el resto de la andadura. Sería capaz de venderle mi alma al gato con tal de reclutar a un solo catecúmeno para esa religión del silencio llamada ajedrez.

Entrando en materia, te juro por Nacho, mi chihuahua, que loro viejo sí aprende a jugar ajedrez. Basta con tener ganas y estar dispuesto a “desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo”, como en el soneto al amor de Lope de Vega.

Llegas un poco tarde al mundillo blanco y negro pero te recibimos con los 64 escaques abiertos. Nunca es tarde para acceder a la belleza y al misterio que encierra este juego que le lleva dos mil años a cualquier solar de los empinados barrios que recorrías en tus inicios de turismero como mensajero estrella de la botica de los Isaza.

Mientras hacías mandados en cicla, yo los hacía reventando infantería llevándoles leche, arepas y huevos a las señoras de la cuadra para financiarme la entrada dominical a la aristocracia de gallinero en los cinemas paradiso del barrio Aranjuez. 

Si nos hubiéramos encontrado, habríamos inventado el moderno servicio a domicilio que se tomó la aldea global. Nos perdimos de ser ricos, pero hemos vivido que es de lo que se trata, finalmente.

En tu caso, para constatar que no viniste a calentar la banca, bastaría con leer algunos de tus libros: Vida conquistada, El kínder de los cacaos, La lupa de Jota y  La universidad de mi vida (foto). 

Para no hablar del Noticiero Económico Antioqueño que fundaste en mayo de 1975 y que fue eterno mientras duró como en el verso de Vinicius de Moraes…

Para empezar tu cursillo de desanalfabetización, te recuerdo que el ajedrez es fácil de jugar: no es sin aprenderlo, como nos decía el maestro Ossaba quien a sus 95 años que cumplirá en septiembre sigue tan campante moviendo piezas todos los días en la Panadería El Dorado, de Envigado.

Este deporte se juega sobre un tablero que recuerda las banderas que encontrabas al final de tus carreras de ciclismo. Tienes camino adelantado.

Las piezas o trebejos se distinguen sin problemas: las que parecen caballos, son caballos, las torres, torres, y así…

La reina puede realizar cualquier movimiento, salvo el del caballo que no rima con su fragilidad. El rey es apocado rey de burlas que apenas se mueve torpemente una casilla hacia cualquier lado. Tiene su parecido con los reyes de hoy que desempeñan el oficio de no hacer un carajo pero los salva el hecho de haber nacido en el lugar correcto.

Jota, ojo con los peones porque son la sal y al azúcar de este jurásico deporte. Su oficio, aparentemente modesto, no lo es tanto porque si logras llevarlo a la tierra prometida de la octava casilla, podrás convertirlo en reina sin pasar por el bisturí del cirujano plástico. Del peón dijo Cabrera Infante en el perfil que escribió sobre su paisano Capablanca “que se parece extrañamente a un clítoris que se mueve inexorable hacia la reina opuesta”.

No es por pereza ni por bajarme por las orejas, pero en internet encuentras métodos que te enseñarán desde atravesar un paso cebra hasta penetrar en los intríngulis del ajedrez. (El maestro Emilio A. Caro G., en cualquier , te aporta luces adicionales. Tiene el palito para enseñar).

Por hoy, no te atraganto de más información porque te indigestas y te puede dar un patatús a tus almanaques. No nos quitemos más tiempo, turismero eterno, porque me voy a reproducir una partida del iconoclasta Miguel Tal, el Mago de Riga, quien dijo en una ocasión: “Un jugador de ajedrez es primordialmente un actor. Se sienta en el escenario preguntándose qué jugada la va a agradar más a la concurrencia”. (Líneas pasadas por latonería y pintura).

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