El auge de las mascotas en Colombia causa problemas de convivencia: “A usted la detestan por su perro”

Nathalia Caballero abraza a su perro gran danés, en Bogotá (Colombia). NATHALIA ANGARITA

PAULA CALDERÓN B.

Bogotá –

Nathalia Caballero, de 37 años, siente un amor profundo por los animales. Tiene cuatro perros: los yorkies Dolce y GabbanaScarlett, una pomerania; y Crixus, un gran danés que llegó a su vida hace dos años como un apoyo emocional para ayudarle a sobrellevar un duelo. Aceptó que el padre de sus hijos se llevara a México a Sergio, el mayor, de 13 años, para celebrarle su cumpleaños, no que lo llevara a Estados Unidos. Desde entonces, no ha regresado. Unos meses después, en agosto de 2023, Nathalia y sus otros dos hijos, Valeria y Ricardo, se trasladaron a un conjunto residencial en la localidad de San Cristóbal, en el suroriente de Bogotá. Ahí empezó otra pesadilla. Sus vecinos y la administradora del conjunto rechazaban a Crixus por su tamaño. Mide 90 centímetros de alto y pesa 90 kilogramos. “Me llamaban todas las semanas a quejarse por los olores, por las huellas, porque lo sacaba sin bozal. Según ellos, Crixus era el responsable de todos los daños del edificio”, dice Nathalia. Para comprobar si sus perros generaban mal olor, solicitó una visita de la Secretaría de Salud de Bogotá, que negó los malos olores. “Lo que pasa es que a usted la detestan por su perro”, cuenta Nathalia que le dijo un funcionario. Nathalia compró un purificador de olores, medias para su perro, polainas para ella; incluso, lo sacaba menos que antes. Pero las críticas nunca pararon. Se sintió acosada y, tras cinco meses, se mudó.

La historia de Nathalia es una más de una nueva realidad cada vez más presente. Una encuesta publicada en marzo de 2024 por Cifras y Conceptos, en colaboración con la Universidad de los Andes y el Instituto Humboldt, revela que si en 2011 el 38% de los hogares colombianos tenía mascotas, para 2018 la cifra ya iba en 50% y en 2024 es del 57%. Además, el 40% de ellos asegura haber experimentado algún tipo de conflicto en su entorno residencial por el hecho de tener animales. Es decir, uno de cada cinco hogares dice haber sufrido problemas de convivencia por sus mascotas.

Un asunto de intolerancia

La convivencia entre los humanos es un desafío y, con mascotas de por medio, puede llegar a ser aún más retadora. Los ladridos de los perros, los maullidos de los gatos, los excrementos sin recoger, las huellas en las zonas comunes y la omisión del bozal en los perros de razas consideradas potencialmente peligrosas son algunos de los principales inconvenientes que enfrentan los dueños de mascotas. “Nos hicieron tanto acoso que la verdad ya era invivible. Ya no soportaba más. Incluso, el perrito se empezó a estresar de que yo ya no lo sacaba tanto. Se lamía mucho las patas y se arrancaba el pelo. Si sacarlo a las zonas verdes implicaba el trauma de ponerle las medias, ya era muy difícil”, dice Nathalia Caballero, la dueña de Crixus. “Estoy traumatizada, ahora me reduje a vivir en un lugar súper pequeño donde sé que nadie me va a molestar”, afirma.

Oscar Jiménez Mantha, subdirector de atención a la fauna del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal de Bogotá, señala que los problemas de convivencia relacionados con las mascotas son, en realidad, “situaciones de intolerancia”. “Ellos son seres vivos”, destaca Jiménez, citando un pronunciamiento de la Corte Constitucional que resalta que no se puede ir en contra de la esencia de los perros, la mascota preferida por los colombianos: según el estudio liderado por Cifras y Conceptos, el 71% de los dueños de mascotas tiene un perro, el 51% un gato, el 4% otros animales como conejos, tortugas y ratones, y un 2% que tiene peces. “Es propio de la naturaleza de los perros ladrar, y no es razonable exigirle a sus dueños que lo impidan, estén pendientes del momento en que lo hacen o regulen la intensidad de los ladridos”, aseguró el alto tribunal en la sentencia T-119 de 1998.

Jiménez pide a los dueños de las mascotas seguir el conducto regular en caso de tener inconvenientes. Deben empezar por presentar el caso ante el comité de convivencia de su edificio o conjunto, y solo luego buscar ayuda de la Policía. La institución, según la encuesta de Cifras y Conceptos, dedicó en 2023 alrededor de 550.000 horas en mediar conflictos relacionados con los dueños de perros que no recogen los desechos de sus mascotas en los parques o zonas comunes de los conjuntos.

Un miedo latente

Armando Velásquez, de 55 años, vive desde hace 25 junto a su esposa y dos hijas en el conjunto residencial Pablo VI, una tradicional zona de vivienda de clase media en la localidad bogotana de Teusaquillo. Tienen tres mascotas: Tequila, un perro belga de cuatro años; Bombay, un pastor belga groenendael de un año; y Jager, un american bully de tres años. Velásquez dice que Jager es muy noble y sociable, sin problemas de agresividad. “Yo llevo el bozal, pero no tengo que reprimirlo porque no hace nada malo, pero la gente piensa que sí. Solo se lo pongo si veo más perros, porque, si me descuido, puede atacar”, dice, y recuerda que algunos vecinos le gritan constantemente por la ventana, pidiendo que le ponga el bozal.

Nathalia Caballero conversa con otras dueñas de animales de compañía en Bogotá, el 22 de mayo de 2024.
Nathalia Caballero conversa con otras dueñas de animales de compañía en Bogotá, el 22 de mayo de 2024. NATHALIA ANGARITA

Los riesgos son reales, y no solo de ataques caninos. Picos, otro perro de raza american bully y cuya historia contó El Espectadorel lunes 20 de mayo, fue testigo de ello. El 12 de mayo, Día de la Madre, sus dueños, María Fernanda Aguilar y Mauricio Torres, lo sacaron al parque de barrio Moralba, en el suroriente de Bogotá, como era su costumbre. Allí se encontraba otro hombre con su perro. Al ver que Picos se acercaba a su mascota, lo apuñaló en el pecho y lo mató. Argumentó que Picos parecía un perro peligroso, que debía estar amarrado, con bozal. Sus dueños recuerdan que, a pesar de que su aspecto puede generar temor en algunos, la raza american bully no está catalogada como potencialmente peligrosa, la clasificación legal que obliga a usar el dispositivo de protección. Interpusieron una denuncia ante la Fiscalía, donde esperan recibir justicia.

Reclamos constantes

“Un perro mordió a un guardia del conjunto”, dice una anotación del libro de quejas y reclamos del conjunto residencial Parques de San Cristóbal II, al suroriente de Bogotá. “Un perro hace sus necesidades, pero no las recoge”, ”Un perro mordió a un niño del apartamento 6-503″, “Dos perros pitbull sin bozal”, “Gatos que causan daños y ruidos al subir al tejado del primer piso”, dicen otras. Luz López Moreno, miembro del comité de convivencia del conjunto desde 2022, explica a este diario que ese año el 15% de las quejas estaban relacionadas con las mascotas y que en 2023 disminuyeron al 11%, pero en lo que va del 2024 han aumentado al 23%. Cuenta que, al notar la molestia de muchos vecinos, comenzaron a monitorear a las mascotas con las cámaras del conjunto y decidieron imponer multas a los dueños que no recojan los excrementos o evitar el bozal que sea obligatorio. También señala que otro problema recurrente es el abandono de perros en los apartamentos. “Encontramos dos pastores alemanes solos y ladrando todo el día. Esto incomoda a los demás vecinos y lo consideramos un caso de maltrato animal”, asegura López.

Juan Pablo Olmos, activista por los derechos de los animales y referente animalista de esa localidad de clase baja y media-baja, señala que en esos casos es fundamental tomar medidas para evitar problemas de convivencia. Recomienda a los dueños que deben dejar a sus mascotas solas que busquen a un paseador, pidan ayuda a sus vecinos, inscribir a las mascotas en escuelas caninas o les dejen juguetes, de manera que puedan entretenerse y quemar energía. También destaca la importancia de evaluar si la mascota experimenta “apego emocional”, lo cual requiere la intervención de un veterinario especializado en etología animal, encargados de estudiar los comportamientos de los animales.

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