Otraparte. Gracias por el guiño, don Gabo

Caricaturas de Andrés Acosta Domínguez

Por Óscar Domínguez Giraldo

Como los borrachitos que niegan la cuenta, los aficionados al ajedrez no tenemos con qué pagarle a García Márquez el guiño que le hace al jurásico juego en su novela póstuma. Lo de jurásico no es paja. En “El arte de amar”, el poeta Ovidio  ( 43 a.C – 17 d.C) les recomienda a las mujeres utilizar el ajedrez como arma para engatusar al “bobo sapiens”. 

Le pongo tarea a Inteligencia Artificial: inventar otro juego que dure dos mil años. Le hago esta rebajona: que sean 300 no más…

También don Gabo vivía agradecido con esa ciencia que parece un juego, según Capablanca. Al fin y al cabo el camino hacia el Nobel empezó con la frase: “El Belga ya no volverá a jugar ajedrez”. 

En “En agosto nos vemos” García Márquez le hace este guiño: “No se sabía que jugara ajedrez hasta la noche en que lo desafió Paul Badura Skoda después de un concierto glorioso y empataron once partidas hasta las nueve de la mañana siguiente”. Si el Nobel me hubiera consultado le habría sugerido que repartiera triunfos y derrotas. Las tablas son la muerte del ajedrez. 

Puede que Doménico Amaris, el esposo de la protagonista Ana Magdalena Bach, no supiera que su mujer iba en agosto, un mes con piel de viento, a llevarle flores a su mami al cementerio, y  a desastrarse de canitas al aire. La  Bach sabía con García Márquez que uno nace con los polvos contados y decidió ponerse al día. 

Pero si el cornudo  Doménico jugó contra Badura no era ningún pintado en la pared.  Como cuenta Gabo en la crónica que escribió para El Espectador (“La larga noche de ajedrez de Paul Badura Skoda”), el pianista perdió con Boris de Greiff, trebejista de élite, hijo de León, quien le enseño a Gabo el abc de este deporte. Jugaron en casa de Fernando Gómez Agudelo. Otto, tío de Boris, ponía la música. En la revancha que jugaron años después Badura Skoda ganó una de las dos partidas.

En reciprocidad, “Manos brujas”  le regaló a García Márquez la sonata Hammerklavier, de Beethoven, con esta dedicatoria: “En recuerdo de la noche más larga, le envío la sonata más larga”.

En sí, la novela da la sensación de lo ya leído, no es caviar. Dejémoslo en pargo rojo, también rico. Pero solo quería dar gracias por el guiño.

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