Por Carlos Alberto Ospina M.
Hay dos caminos respecto a una persona desdeñable que no deja títere con cabeza a partir de la acción de violentar a la opinión crítica. Por un lado, ignorar el arrebatado salvajismo conceptual, y por el otro costado, poner en conocimiento público el podrido movimiento de intereses creados en contra del mejoramiento social.
El atarván siempre encontrará la forma para taparse los oídos, negará las cosas que se saben sin duda alguna e intentará proceder con desgano frente a los hechos que lo pusieron en evidencia. Para hacerse sentir a causa de la develación de sus delitos y las prácticas corrompidas, desciende al nivel de desconocer la ley a punto de profetizar un tsunami arrasador del principio de legalidad, la protección judicial, la separación de poderes, las libertades y los derechos fundamentales.
El arbitrario está dotado de una habilidad innata para distorsionar el contexto y mostrar afinidad por la malevolencia; convertir la sinceridad en una sombra de duda y confusión; cerrar los ojos a la razón y a la decencia; en último término, busca transformar la verdad en una víctima más de su retorcido juego psicológico. Cada vez que es confrontado debido a sus frecuentes transgresiones, la reacción es impugnar todo, incluso lo que existe más allá de la duda razonable.
La presencia de este individuo es como una mancha de tinta sobre un lienzo blanco, representada por el comportamiento despreciable y los modales que encarnan una amalgama de actitudes repulsivas que, a su vez, semeja a los parias de la convivencia civilizada.
El injusto es un maestro en el arte de refutar la evidencia palpable, un experto en la construcción de marañas verbales y un especialista en manipular a ciertos borregos que duplican sus oscuros intereses. De manera literal, la derrota en franca lid le parte de los huevos y lo lleva a su lugar favorito, la despiadada ira.
Su vileza no se detiene en tal espacio. Ese personaje no sabe de honestidad ni carece de un extenso prontuario delictivo, el cual quedó archivado gracias a un acuerdo de paz. Expuestas las acciones delincuenciales a la luz pública, desciende aún más, en su espiral de depravación. Por esto, difama y califica de “marcha de la muerte” (sic) la incontestable expresión de oposición; aprovechando el escenario de amnésicos sindicalistas, subyugados indígenas, fingidos estudiantes, agitadores profesionales, vándalos de la denominada Primera Línea, prepagos huelguistas, avezados en sembrar discordia y mercenarios de la desinformación; entre otros apátridas.
En la concentración del primer de mayo, muchos pasaron de agache al observar la capacidad del inmoderado para torcer la realidad y lanzar sofismas de distracción a modo de rotura de las relaciones diplomáticas con Israel; cuando la casa propia arde a consecuencia de los miles de desplazados, el asesinato de lideres sociales, el reclutamiento forzado de niños, los bombardeos de las disidencias Farc, las ‘pescas milagrosas’ y los delitos de lesa humanidad. En manos de un inocuo, el país retrocedió dos décadas acerca de los altos niveles de inseguridad; al mismo tiempo que buena parte del territorio se halla bajo el control de las distintas organizaciones criminales, narcotraficantes, paramilitares, guerrilleros y terroristas. Hoy día, investidos con el ‘cargo’ de gestores de paz.
El histérico sujeto de marras escupe flema encima de la dignidad humana con el fin de tapar la olla podrida de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, los presuntos sobornos para sacar adelante los proyectos de ley, el ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña presidencial, el lavado de dinero por parte de su hijo, las negociaciones non santade su hermano, la pereza congénita de la Vice, el despilfarro, el caos en la implementación del nuevo sistema de salud para los docentes, la escasez de medicamentos de carácter vital, el desgreño administrativo, la baja ejecución presupuestal, la omisión del deber de socorro a los soldados en el sur del país y los demás actos corruptos de este gobierno fallido.
A pesar de las circunstancias desfavorables persiste en el afán por defender la máscara de respetabilidad; recurriendo a tácticas de control, coerción e intimidación. Detesta las normas sociales y legales. Utiliza la posición de poder para someter a aquellos que se atreven a desafiarlo, porque vive convencido que puede escapar indemne de cualquier situación. Por algo, las diversas expresiones democráticas producen espasmos histéricos dentro de la quinta esencia del intransigente.