Los Danieles. Culpas caprichosas

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

Esta nueva versión de la democracia plebiscitaria ha habilitado una cantidad de argumentos mareadores sobre el alcance del voto. Es producto del manoseo del concepto del pueblo, de la protesta social y en general de las manifestaciones del sentir popular desde todas las esquinas del debate público. Y hace carrera un argumento corrosivo que resulta muy elocuente sobre la visión que algunos tienen de los deberes y derechos íntimamente ligados a la ciudadanía, como el voto. 

Todos los días aparece un nuevo político, opinador, periodista a regañar a los votantes de Petro; pedir arrepentimiento; preguntar con sabiondería elevada si alguien volvería a marcar el tarjetón por el candidato del Pacto Histórico si hubiese conocido lo que resultó después de dos años de gobierno (o a ratos ausencia de). 

Una cosa es el remordimiento que pueda evocar la gestión de Petro sobre alguien que le dio el voto. Por supuesto que es un derecho ciudadano, que se ejerce casi sin excepción, el decepcionarse de los políticos. Pero otra muy diferente es culpar a quienes votamos por Petro por lo que algunos ya rotulan de “desastre”. 

Esta nueva forma de señalamiento vergonzante es antidemocrática, mentirosa e ignorante. Si el país realmente se escurre por el hoyo que los expertos en cataclismos describen, es imputable al presidente, a su gabinete y a una cantidad de otros señores poderosos, pero no a quienes votaron por Petro.

El hecho de que un político venda promesas falsas, incurra en actos de corrupción o cualquiera otra de las mil maneras que tienen de decepcionarnos no es atribuible a los votantes que lo eligieron. Al contrario: los habilita aún más para ejercer control y crítica una vez en el poder.      

No son moralmente superiores quienes marcaron a Rodolfo Hernández o al voto en blanco, ni los que se abstuvieron. Es una futurología extraña en la que se apuesta que cualquier otro resultado hubiese sido probadamente mejor para el país (como si además supiéramos eso cómo se ve), porque así lo dibujan sus bolas de cristal ladeadas y sucias.  

¿Acaso pretenden insistir en que era una mejor opción el rancio señor de los insultos y agresiones físicas, actualmente inhabilitado por su demostrada corrupción, que era cooptable por cualquiera de los oscuros avispados que lo abrazaron calculadamente? Si aspiran a mirar al resto desde ese podio moralista, ¿realmente lo quieren hacer en hombros de semejante figura que era el ingeniero Hernández? Como si un gobierno de Hernández no hubiese estado plagado de los mismos escándalos, desorden e improvisación que ahora vemos. 

Incluso si Petro emprende la causa demencial de perpetuarse en el poder, con lo que ya se acostumbró a amenazar de vez en cuando, ¿qué es lo que nos asegura que un gobierno del ingeniero no nos hubiese conducido a algo igual o peor? Si se cumplen las profecías de la dictadura de izquierda que nos prometieron los asustadores profesionales de la política, ¿será por culpa de la gente que creyó en Petro o lo prefirió al otro abismo, o de los siglos de oligopolios rampantes que habilitaron y habilitan su discurso? ¿Acaso la clase política venezolana no tuvo nada que ver con el ascenso y permanencia de Chávez en el poder?  

Ellos, los del dedito predicador de te lo advertí, también cocinaron el sancocho de pobreza, desigualdad y violencia que nos comemos desde siempre en Colombia. 

Es la manipulación que busca mover a la gente desde el miedo; estigmatizar a un sector político, a toda una ideología para que en cabeza de nadie se atrevan a volver a tocar las puertas de la Casa de Nariño.   

Por supuesto que es importante reflexionar sobre el poder del voto y llamar a rendir cuentas fuertemente a los señores que lo traicionan. Aprender de las malas elecciones y no repetirlas. Pero eso es diferente a este reparto miope de culpas que solo consigue atrincherar aún más a la discusión pública y que además distrae la responsabilidad de los poderosos y la asigna a los gobernados.  

Y cuando me vuelvan a preguntar sí volvería a votar por Petro en la segunda vuelta con toda la información que nos han dejado dos años de gestión, la respuesta es: inequívocamente sí. Porque la otra opción era un imposible; un experimento volátil, tal vez más que el que ahora practicamos. Este salió como un político tradicional más, uno que incluso parece estar tentado a cumplir todos los desastres que le auguraron, como por ejemplo intentar quedarse en el poder.  

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