Los Danieles. El Periódico del pueblo

Luis Tejada Cano Foto archivo El Espectador

Luis Tejada (1898-1924)

Hace un siglo, el 15 de marzo de 1924, el columnista Luis Tejada —nacido en Barbosa (Antioquia) y fallecido en Girardot en septiembre de 1924— publicó su famoso Libro de crónicas. Siete semanas antes, el 20 de enero, había aparecido en El Espectador su crónica (así se llamaba entonces a las notas ligeras) titulada “El periódico del pueblo”. Los Danieles la reproduce como homenaje a Tejada, no sin antes advertir que cualquier parecido con algunas de las redes actuales es pura coincidencia.

Leyendo ayer los partes de policía —lectura fecunda, edificante y purificadora que debería hacer todo hombre cotidianamente— he visto que fue llevado a la cárcel un muchacho del pueblo porque se le encontró escribiendo en la pared de uno de esos sitios que, empleando una mentira convencional de civilización, se llaman inodoros públicos.

Al leer esta sencilla noticia he sentido, en mi calidad de periodista libre, un movimiento de indignación. El encarcelamiento de ese muchacho implica, aunque no se le quiera dar ese significado, una represión de la palabra escrita en su forma más sincera y revolucionaria. La pared del inodoro público es el verdadero, el único periódico del pueblo, la sola prensa automáticamente popular posible en este mundo moderno lleno de convencionalismos sociales. Lo que allí se escribe, a veces extraordinariamente terrible y justiciero, es, en un sentido profundo, bíblico, entrañable, la voz del pueblo. Allí quedan consignados los pensamientos y los sentimientos más recónditos, más íntimos de la muchedumbre oscura. El hombre que se encierra dentro del cuarto de un inodoro se encuentra singularmente a solas con su conciencia, se halla más aislado del mundo y de sus influencias sociales que en cualquiera otra parte; por eso está en posibilidad de ser absolutamente sincero de expresar la verdad pura, tal como la siente bullir en sí mismo; y lo hace irremediablemente sobre la pared, con esa violencia instintiva, desnuda y certera, llena de un realismo expresivo con que se inician siempre en el légamo fecundo del alma los pensamientos y los sentimientos íntimos: las cosas se escriben en forma de ultrajes rudos o de ardientes adhesiones, se consignan opiniones personales, sociales, políticas, religiosas; se comenta la actualidad pública en forma de epigrama o de sentencia; se hace, sobre todo, crítica social, saturada de amargas y evidentes verdades que nadie se atreve a pronunciar públicamente en otra parte; se escribe el pecado de la dama hermosa y aristocrática, las flaquezas vergonzosas del grande hombre, la caída secreta del sacerdote, la improbidad del alto empleado público, la incapacidad del gobernante, la crueldad del tirano. El pueblo desahoga allí su necesidad histórica de venganza, de reacción contra la opresión de los poderosos, de crítica a la corrupción de las altas clases sociales: manifiesta, en cortas frases rudas, sus odios y sus adhesiones, sus esperanzas y sus desalientos. Y la forma estilística, llena de una sincera crudeza, está de acuerdo con el significado violento de la frase. La literatura ardiente de los inodoros es en cierto modo la única supervivencia que nos queda en esta decadencia espantosa de la sinceridad del estilo, de aquel magnífico realismo satírico de los clásicos del Siglo de Oro, que tuvo su representación más ilustre en Quevedo, el admirable.

La prensa de hoy es excesivamente honesta, es demasiado prudente y convencional para que pueda recoger el grito verdadero del pueblo; pero el pueblo siempre ha buscado su medio de expresión. En la oscura Edad Media, el proletariado artesano eternizó su instinto de reacción antirrealista, antiaristocrática, anticlerical, en la monstruosa florescencia y en la fauna extraña labrada en la madera y en la piedra de las sillerías corales y de los adornos murales de las iglesias y los palacios. La piedra y la madera fueron en este momento la prensa del pueblo, y allí quedó escrita para siempre la sátira tremenda, la admonición candente, el insulto sacrosanto, contra las tiranías de toda especie.

Hoy el pueblo escribe con carbón sobre una blanca pared de tierra. El órgano es más pequeño y más efímero, pero el significado de esa bíblica literatura popular es todavía más terrible, más espantoso, más preñado de profundas y justicieras profecías.

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