Cecilia Orozco Tascón
Luz Adriana Camargo, fiscal general de la nación electa, es una penalista de las más experimentas en investigación criminal del país, como lo sabe todo el mundo, entre otras razones porque después de que 18 de los 23 magistrados de la Corte Suprema votaran por su nombre, las pesquisas sobre su historia profesional, personal y familiar, han sido tan exhaustivas que casi llegan a ser morbosas. No se trata solo del escrutinio al que, por ocupar ese tipo de posiciones, deben someterse los altos funcionarios del Estado; también hubo publicaciones con hedor antifeminista que buscaban enturbiar su imagen por las supuestas amistades corruptas de su esposo, una versión que no tenía sustento según se supo. Algo similar le sucedió a la exaspirante a ser fiscal, Amelia Pérez, quien muy probablemente perdió la elección y los apoyos con que contaba en la Suprema por el lenguaje brusco que su cónyuge utilizó en las redes sociales, aunque lo hizo en ejercicio de su derecho constitucional a la libertad de opinión. Tanto en el caso de la pareja de Camargo como en el de Pérez, los hechos se referían a un pasado más bien lejano cuando nadie podía prever, ni de lejos, que algún día ellas serían postuladas a tan poderosa ocupación oficial. En cierta forma, la distancia temporal y la “culpa” de otros, no de sí mismas, eximía a las dos candidatas de responsabilidad pero, siendo mujeres, se les presumió condenadas en momentos clave, al menos en el consenso público. A la tercera postulada, Ángela María Buitrago, ni siquiera la consideraron los togados, gran mayoría hombres, por el “delito” de no arrodillarse ante ellos.
No recuerdo revisión tan profunda sobre el comportamiento de las esposas de los fiscales que ya pasaron por la entidad: ¿alguien indagó, con el objeto de impedir la elección de los antecesores de Camargo, por las conductas de las parejas de Alfonso Valdivieso, Luis Camilo Osorio, Mario Iguarán, Guillermo Mendoza Diago o Néstor Humberto Martínez, por mencionar solo a unos exjefes del ente investigador? Claro que no: hubiera resultado exótico. Cosa diferente y completamente legítima es usar la lupa inquisitiva sobre las compañeras de vida de los altos funcionarios siempre y cuando sus actividades y nombramientos se ejecuten de manera simultánea con el ejercicio oficial de los elegidos. Por ejemplo, la esposa de Barbosa, Walfa Téllez, se puso en la mira –sin que la Corte se hubiera pronunciado al respecto– una vez recibió el privilegio de un alto cargo y sueldo en la Contraloría General de su amigo y amigo de su marido, Carlos Felipe Córdoba, mientras la cónyuge de este, Marcela Yepes (hija del cacique conservador Ómar Yepes Alzate), era ascendida al tercer puesto en poder e importancia en la fiscalía de Barbosa: un trueque inmoral de puestos. Además, Téllez fue beneficiaria de costosos favores estatales mientras Barbosa era fiscal, pero ese es cuento largo.
El sesgo machista frente a una terna de mujeres sin tacha, competentes y, por fortuna, alejadas del alto mundo económico y político no se limitó a esculcar a sus familiares. Ellas fueron insultadas por su género y, asombrosamente, por no integrar los círculos de poder, los mismos que, de acuerdo con la experiencia, tienden a presionar a los fiscales generales para ser favorecidos por fuera de la legalidad. Jaime Arrubla Paucar, un expresidente de la corte que elige al jefe del ente investigador, sorprendió con su declaración discriminatoria. Sostuvo que “si a usted le envían una terna de gente muy clara, muy prestante que conoce el Estado, pues eso facilita… Pero cuando le envían una terna de tres señoras que (aunque) conocen el oficio… no nos olvidemos que el fiscal general tiene un cargo de los más altos de la nación…”. Traducción: pese a brillar en sus carreras, por ser “señoras” y por no pertenecer a la “gente prestante que conoce el Estado”, no eran dignas de llegar a “un cargo de los más altos de la nación”. No podría encontrarse mejor descripción del fenómeno llamado misoginia. Además de reconducir la Fiscalía y de sacarla de la corrupción en que la dejó sumida Barbosa; además de tener que identificar, para alejarlos, a los periodistas lagartos que desde ya están haciendo negocios con su nombre; a los litigantes aprovechadores y a los exfiscales con “cuotas”, en fin, a la fauna que contamina esa entidad, su entrante jefa tendrá que enfrentarse a la aversión abierta o soterrada que despertamos las mujeres que no nos sometemos a ciertos yugos masculinos. Alerta.