Los Danieles. Falso Gabo

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

A fines de 1968 Cien años de soledad era ya un éxito mundial. Se había publicado en mayo de 1967 y no paraba de vender ejemplares en diversas lenguas, mientras la prensa asediaba a Gabriel García Márquez. Sentenció entonces Gabo: “Desde hace dos años, todo lo que se publica como declaraciones mías es pura paja. Y yo no rectifico”.

¿Hasta qué punto merodean el planeta falsas obras de Gabo? Hace dos días, el manizalita Fernando Jaramillo, reconocido especialista, me comentó: “La nube está llena de engaños sobre García Márquez. A cada rato aparecen textos falsificados que le atribuyen”. 

Por esta razón mucha gente recibió con escepticismo hace unos años la vaga noticia de que existía una nueva novela de este autor a quien le han esculcado hasta la mesa de noche en busca de algo desconocido para publicar. Pasadas dos décadas desde su último libro (Memorias de mis putas tristes) y una de su muerte, sonaba extraño que aún hubiese páginas engavetadas en un armario del más grande escritor en español desde Cervantes.

Para convencer a los lectores de que tanta belleza era verdad, fue preciso que los dos hijos de Gabo, Rodrigo y Gonzalo, participaran el martes pasado en el lanzamiento del nuevo libro y que este estuviese en manos de la prestigiosa editorial Penguin Random House. Así aterrizó en miles de vitrinas En agosto nos vemos, novela corta que explora la vida —mitad sentimental y mitad erótica— de una mujer madura. 

GGM mencionó por primera vez la existencia del relato en 1997. Dos años luego leyó un capítulo en público y meses después la revista Cambiopublicó un manojo de apartes. Veinticinco años de silencio hicieron pensar a muchos que no existía una obra terminada sino apuntes sueltos. Pero ahora la criatura respira en las librerías. El embarazo fue lento y el parto, complicado, pero el nacimiento ha sido una fiesta.

No queda nada de Gabo por publicar, afirman voceros del autor. Terminó, pues, la piñata de quienes embaucaban con textos falsos, frases hechizas y poemas chiviados del Nobel. La pieza más famosa de este inventario fraudulento es, sin duda, una supuesta y famosa Carta de despedida dizque dictada por García Márquez al enterarse de que padecía un cáncer. El lacrimoso adiós de página y media —donde rogaba a Dios que “me obsequiara un trozo de vida”— recorrió el orbe. Pero al cabo se descubrió el pastel. Era pura paja. Cierto ventrílocuo mexicano fusiló un poema brasileño, lo atribuyó a García Márquez y lo acopló para que lo recitara su marioneta. Esta vez GGM sí rectificó: “Quiero decirles que estoy vivo y que lo único que me podría matar es que digan que yo escribí algo tan cursi”. 

En Brasil apareció en 1973 un aviso de prensa según el cual Cien años de soledad había sido escrito con una máquina de determinada marca. Engaño absoluto. El ofendido se aprestaba a demandar a la firma abusiva cuando descubrió que los infractores eran unos jóvenes publicistas que de este modo intentaban rendir homenaje a su ídolo literario y político. 

El fantasma de la novela inédita seguía rondando. En mayo de 1999 circularon unas supuestas páginas de En agosto nos vemos. La poeta María Mercedes Carranza las recibió por internet y comentó desfavorablemente lo leído. Para su bochorno, resultó ser un texto falso, una tomadura de pelo. Escribió entonces María Mercedes: “Me equivoqué y punto (…) Toda la responsabilidad es mía y solo mía, pues ni siquiera el mamagallista que tendió la trampa es responsable de mi ligereza. Pido disculpas a los lectores y a García Márquez”.

La falsoteca de GGM es abundante. La Fundación Gabo tiene un archivo de bulos literarios donde pagan condena por falsedad varios cuentos, un manual de vida (el diálogo espurio entre un capitán de barco y un mesero) y el monólogo de Mofles, el muñeco del mago mexicano. Para colmo, han sido alterados muchos billetes de cincuenta mil pesos, que se caracterizan por dos imágenes de GGM. El pasado 4 de febrero El Colombiano denunció la falsificación. Atentos, pues: si les entregan un billete con la figura de Vargas Llosa, rechácenlo. Es chimbo.

En el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas reposan veintisiete mil documentos personales de García Márquez. Algunos visitantes dicen que la administración del Centro es flexible y generosa con los colombianos que se acerca a husmear los recuerdos de su compatriota. Pero en la rica colección faltan algunas cosas. Que yo sepa, los casetes que albergaban el texto de Crónica de una muerte anunciada, robados a su legítimo dueño por una empresa postiza de subastas en España. También, seguramente, el manuscrito donde Gabo cometió el más delicioso gazapo de su larga vida de escritor: aquel diálogo de Memoria de mis putas tristes en que Rosa Cabarcas dice al narrador: 

—Hagamos una apuesta de viejos: el que se muera primero se queda con todo lo del otro.

Como es obvio, el que se queda con todo no puede ser el muerto sino el sobreviviente. Miles de ejemplares salieron con la metida de pata antes de que GGM pudiera corregirla. 

Los libros con el erratón son hoy tesoro y gloria de gabólogos.

El corsario de Macondo

Gabólogos como el susodicho Jaramillo, que ha publicado veintidós ediciones no venales de García Márquez o acerca de él (prólogos, dedicatorias, artículos, entrevistas…) que no forman parte del acervo de las casas editoriales. Muchos lo llamaron pirata, pese a que son fotocopias empastadas ajenas al mercado comercial. Pero el escritor y su agente, Carmen Balcells, acabaron acudiendo a Jaramillo para ubicar textos extraviados. “Para Fernando, este bumerán”, manifiesta el autógrafo de GGM en uno de los artesanales tomos. Ya nadie puede llamar pirata a Jaramillo. Es, si acaso, un corsario, que, como sabemos, hace lo mismo, pero ennoblecido por la venia de la corona.

Imagen gabólogo Fernando Jaramillo

Fernando Jaramillo, gabólogo

ESQUIRLAS. Las últimas noticias de Gaza, donde han muerto numerosos niños y fueron abaleados cientos de ciudadanos hambrientos, justifican las denuncias de la ONU contra el gobierno de Israel y claman que se juzgue a Netanyahu y su Estado Mayor como criminales de guerra.
 

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