Los Danieles. El regreso de los tesoros

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Empecemos por las buenas nuevas.

Según fuentes oficiales, más de 560 piezas elaboradas por indígenas colombianos antes del descubrimiento de América han sido rescatadas en diversos países y regresaron ya a su patria a bordo del avión presidencial durante los viajes de Gustavo Petro. Todas ellas fueron recuperadas merced a gestiones diplomáticas con los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Bélgica, España, Italia, Alemania y México. 

Museos y colecciones particulares fueron fuente principal de los rescates, procedentes en su mayoría del tráfico ilegal de reliquias. En enero pasado, por ejemplo, Italia entregó a la embajada, y esta envió a Bogotá en el avión FAC-1 (supongo que así se llama), 180 piezas —tunjos, cerámicas, vasijas, figuras humanas, adornos, collares— decomisadas por la Policía. 

Sigamos con las intenciones loables.

Tanto la Cancillería colombiana como otras dependencias del Estado —la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo— han mostrado su voluntad de continuar las recuperaciones arqueológicas internacionales, tarea que, según el ministro Álvaro Leyva, “reviste la mayor importancia para nuestro gobierno”. Ojalá sea así, porque el mediocre cuatrienio de Iván Duque solo repatrió 18 piezas: una cada tres meses…

Continuemos con las noticias a favor.

Después de un prolongado colonialismo durante el cual los imperios avasallaban y expoliaban a los países y comunidades más débiles, el siglo XIX escuchó el grito de independencia en América Latina y el XX vio cómo se sacudían Asia y el África de las naciones que las sojuzgaban. 

Tras la II Guerra Mundial, hace casi ochenta años, empezó a reconocerse a los países y grupos atropellados el derecho a recuperar los bienes objeto de robos. Los nazis habían vaciado, en toda Europa, las obras de arte vinculadas a miembros de la comunidad judía. Desde entonces, la ONU, a través de la Unesco (rama para la ciencia y la cultura), lucha por lograr que los objetos escamoteados por el colonialismo regresen a sus lugares de origen.

Gracias a este empeño, existe una larga lista de obras rescatadas en todo el mundo. Solamente en el siglo XXI suman cientos los expolios desmontados por acuerdos entre países. Algunos ejemplos:

Siria devolvió antigüedades robadas a Irán… Francia restituyó 262 piezas a Burkina Faso… Dinamarca regresó a China 156 reliquias… Grecia entregó a Albania dos estatuas de mármol… Estados Unidos mandó a Argelia un busto icónico del emperador Marco Aurelio… Alemania devolvió cientos de antigüedades a Grecia… Suiza entregó artefactos a Afganistán y una estatua a Grecia…

Latinoamérica ha sido remanso para la pesca milagrosa de tesoros. Perú recuperó 350 objetos incas en poder de una universidad de Estados Unidos. Entre 2008 y 2016 se subastaron allí y en Europa más de 7.000 trabajos precolombinos peruanos.

En fin, multitud de piezas han vuelto a sus dueños, lo que hace pensar en la extraordinaria cantidad que se perdió, se fundió, permanece escondida o se niegan a restituir los actuales poseedores ilegítimos.

Y aquí vienen las malas noticias.

Algunas naciones, aquejadas por la tusa del poder imperial perdido, siguen comportándose como en los viejos tiempos. Es famoso el caso de los frisos del Partenón ateniense, inaugurados hace 2.400 años, que un conde británico desmontó, robó, transportó a Londres y son desde 1816 atractivo central del Museo Británico… y mecha de conflictos con Grecia. Hace cuatro días el primer ministro inglés le dio un grosero portazo a su colega griego en Londres porque este mencionó lo que es bien sabido: que estas figuras en mármol de 160 metros de largo son suyas.

Colombia mantiene con España un litigio semejante al de los frisos. En 1890 unos guaqueros descubrieron en Filandia, Quindío, la más valiosa colección de arte en oro precolombino. El Tesoro Quimbaya, como se le denominó, se hizo célebre, pasó velozmente por diversas manos y en 1891 el ciudadano Fabio Lozano Torrijos —miembro de una poderosa familia de políticos— lo vendió al presidente conservador (encargado) Carlos Holguín Mallarino —miembro de otra poderosa familia de políticos—, quien lo pagó con dineros del Estado. Admirado por la magnificencia del tesoro, se le ocurrió que podía exhibirlo en la Expo 1892 de Madrid y obsequiarlo luego a la regenta española María Cristina, en agradecimiento por un veredicto que emitió ella favorable a nuestro país en un diferendo entre Colombia y Venezuela. 

Eran dos pésimas ideas juntas. Ni Holguín podía regalar frescamente el patrimonio nacional, ni tenía presentación esta especie de soborno real a posteriori. Como dijo el desaparecido jurista Enrique Gaviria Liévano, “¡Cuándo se ha visto que el presidente de una nación agradezca con objetos de oro en un proceso arbitral!”. En tiempos más cercanos, semejante ligereza podría haber provocado justa denuncia de Venezuela contra el laudo arbitral, y adiós alegrías colombianas por los beneficios del nuevo trazado fronterizo…

Pese a que Holguín carecía de potestad para semejante abuso y de que saltaba a la vista la vergonzosa mermelada que la soberana no pidió pero sí recibió y no tuvo la entereza de devolver, la operación siguió su curso. En julio de 1892 llegó el tesoro a España y durante unos meses fue objeto de admiración en la Expo. Por fin, el 4 de mayo de 1893, el embajador del gobierno de Miguel Antonio Caro —miembro de otra poderosa familia de políticos— lo entregó a María Cristina. 

Curiosamente, la colección ya no constaba de las 433 piezas originales sino solo de 136. Igual que la custodia del vallenato de Escalona, no tenía el mismo tamaño y no pesaba lo mismo. Pero encerraba la semilla de un pleito que lleva 130 años vivo y aún no se resuelve.

(Continuará el domingo próximo).

ESQUIRLAS. Ni una sola lágrima por Henry Kissinger, criminal de guerra que acaba de morir.  
 

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