Por Óscar Domínguez G.
La muerte es de las cosas que no me pienso perder. Así la pelona sea para toda la vida. ¿Y qué tal que no fuera así? Felizmente, “morir es una costumbre que sabe tener la gente” (=Borges).
Confieso que me gustaría repetir la gracia del personaje de Papini que regresó para contar cómo es la cosa más allá de nuestro ombligo. Parece que no le fue nada mal. Tenía razón y le sobraba para comprar aguacates quien que dijo que si todos nos vamos a morir, entonces el asunto no es tan grave. Eso sí, desde Edith Piaf, está claro que “uno tiene que merecerse la muerte”.
El fúnebre noviembre suele alborotarme la tripa por el más allá. Pero sobre todo por el más acá que me quedó gustando desde que me conozco.
Mi espantapájaros es obra de una artesana descendiente del general Rafael Uribe Uribe, que los hace a partir del maíz en la población de Chía, Cundinamarca, y los vende, siempre en domingo, en el animado mercado de las pulgas del barrio Usaquén, en Bogotá. Foto ODG
Tenía tres ingenuos años cuando desperté a la vida en la huerta de mi casa en una acuarela llamada Versalles, cerca de Santa Bárbara, Antioquia. Esa acuarela parece pintada por el maestro Gonzalo Ariza después de atragantarse de sushi en Japón donde estudió.
Tan pronto desperté, eché una mirada de perplejo Subuso a mi alrededor y me vi acompañado de un espantapájaros. Por su cara de social bacano me pareció que ese oficio no le gustaba ni poquito. Leí en su cara que los frutos deben ser para todos.
El mío con el espantajo, como lo llama el traductor de Jalil Gibran en uno de sus versos, fue un caso de amor a primera vista. En reciprocidad por hacerme compañía desde siempre, en mi pequeño estudio comparto cotidianidad con un espantapájaros de paja comprado en el mercado de las pulgas. Todos los días nos damos el besito de las buenas noches.
«Siento al atemorizar a la gente, un placer que no es fácil de sondear», dice el poeta del Líbano en su poema.
Como ese despertar se dio por azar, decidí que este trabajaría por mi el resto de mi andadura por la pasarela. Nunca me fijé metas. Le endosé ese chicharrón al azar que se ha portado a la altura. No tengo quejas de él ni de la ternura.
En vida del poeta tolimense Óscar Echeverri Mejía creamos la Sociedad Protectora de Espantapájaros. Mi tocayo asumió la presidencia, yo me quedé con la vicepresidencia. A su muerte, asumí ambos cargos. Es demasiada responsabilidad. Cedo uno de los cargos. Interesados, favor pasar hoja debida.
Réquiem por un espantapájaros
Por Oscar Echeverri Mejía
Proyecto de hombre. Ayer
Amigo y protector de la cosecha,
Hoy te acoges a un árbol vencido y solitario.
Has perdido tu embrujo,
Ya no inspiras respeto:
Te ha destronado el Tiempo.
Caído rey de burlas,
Ha coronado un ave
Con desafiante nido tu humillada cabeza