Lunes del ajedrez: Ajedrez para La Paz

Ernesto "Che´" Guevara estuvo también atento a los movimientos de ajedrez. Foto Cubaperiodistas (tomada en La Habana en 1962)

Por Óscar Domínguez G.

Apertura

Ahora que las disidencias de las Farc y los elenos vuelven a sentarse a la mesa de negociaciones, no sobra recordar que, casi sin excepción, quienes regresan a la civil después de algún forzoso sabático por cuenta de los alebrestados en armas, cuentan que entre sus mínimos y liberadores pasatiempos estaba el ajedrez. También el parqués, el dominó y las cartas aportan tranquilidad en medio de la zozobra.

El ajedrez que nos deparó el primer Nobel de Literatura también nos podría llevar a la paz. En sus memorias, García Márquez, contó que su primera gran frase solo tenía seis palabras. Las pronunció de niño: ”El Belga  no volverá a jugar ajedrez”. Su entorno familiar se encargó de agregarle arandelas a la metáfora que tuvo efectos en su prontuario de narrador feliz que a la postre haría escala en Estocolmo para recibir el premio con jet lag encima…

Para lograr la paz, la fórmula es simple: “Bombardear” los campamentos guerrilleros con ajedreces y otros juegos de mesa.

La propone un exsecuestrado, el maestro Guillermo Angulo, orquideólogo de profesión (selfi)  de quien sus carceleros se enamoraron perdidamente en un extraño gambito del síndrome de Estocolmo.

El maestro Guillermo Angulo en la selfie o autorretrato con sus amadas orquídeas

En la apertura matinal lo saludaban con una orquídea en la siniestra mano y una ametralladora en la derecha para conservar la puntería si les tocaba conjugar el verbo matar en el que son duchos.

Anguleto, como lo bautizó el Nobel, fue el encargado por el entonces presidente Belisario Betancur de escoger a los doce amigos más próximos a García Márquez para que lo acompañaran a recibir el premio enfundado en su liquiliqui.

En sus mocedades Belisario Betancur fue jugador de ajedrez de medio pelo. En el prólogo que escribió para el libro “Jaque al Olvido”, de Boris de Greiff, habla de nocturnas jornadas ajedrecísticas en la que midió fuerzas con María Cano, la Flor del Trabajo, y con Eddy Torres. Se abstiene de dar resultados.

Muchos personajes de García Márquez, además del belga, juegan ajedrez.

Uno de ellos es el Libertador Simón Bolívar.

Según relata en “El general en su laberinto”, a Bolívar “poco le faltó para hacerse un maestro jugando con el general O´Leary en las noches muertas de la larga campaña del Perú. Pero no se sintió capaz de ir más lejos. ‘El ajedrez no es un juego sino una pasión’, decía. Y yo prefiero otras más intrépidas’”.

Por cierto, un fraile, Sebastián de Sigüenza, para mantenerle en alto la moral al Libertador, se dejaba ganar. Hoy los presidentes ganan fácilmente sus partidos de tenis… o en los juegos de póquer.

Políglota, periodista, corrector, diplomático, conversador prohibido para todo católico,  Angulo tiene “a México lindo y qué herido” (Roca dixit) como segunda patria. Como nada le es ajeno, también es cineasta egresado del Centro Sperimentale de Cinematografía de Roma, en Cinecittà.

Su receta de bombardear los campamentos con ajedrez y otros juegos de mesa para lograr la “reconcilia”, supera la de Lisístrata quien les propuso a las mujeres de Atenas no darles a los guerreros ni la hora a menos que hicieran la paz. Se salió con la suya.

“Abandonarían las armas y correrían a buscar los productos del bombardeo”, asegura el maestro Angulo, un nonagenario avanzado (tiene 94 abriles y monedas) que nunca ha jugado ni pisingaña y quien conoció esa guerrilla por dentro y padeció su precario menú, él gourmet-gourmand consumado. En los campamentos donde sobrevivió al menú fariano la joya de la corona lúdica era el pacífico guachaqueo de los dados del parqués.

“Lafar” casi le paga para que se quede en sus filas. Además, de contertulio insigne e insomne, Angulo, el hijo de la Negra Peláez, les enseñó inglés con acento anoriseño  e italiano con sonsonete florentino, un guiño a Vanna Bandestrini, su fallecida esposa italiana.

 La orquídea que el maestro Guillermo Angulo trajo del cautiverio:
Hay orquídeas terrestres, como la Anguloa, litófitas (que viven sobre las piedras), como la Laelia (antes Schomburgkia), pero la mayoría crecen sobre los árboles y se llaman epífitas. (No son parásitas, como muchos creen). 

Esta bella orquídea la traje a mi regreso del «paseo ecológico» al que me invitaron las Farc, y durante el cual me permitieron hacer (y me ayudaron en la tarea) varios jardines de orquídeas. Este bellísimo ejemplar me lo traje del secuestro (retención, para las Farc) y su nombre científico en ese entonces era Oncidium ioplocon. Ahora se llama Cyrtochilum ioplocon.

Según Kew Gardens, Colombia es el país con mayor cantidad de orquídeas nativas. Con la paz, los investigadores, que antes se iban a Costa Rica, país ejemplar en sensibilidad ecológica y conservación, ahora podrán venir a Colombia. 

“También se jugaba ajedrez y había buenos jugadores en ambos bandos. El desafío, por no ser fruto del azar sino de la inteligencia, adquiría un significado de guerra, de pelea entre buenos y malos y los secuestrados ponían todo su esfuerzo, apoyados por los otros secuestrados que hacían barra para ganar”, me contó el abuelo primerizo a los noventa por cuenta de de  Martín Angulo Camargo, el nieto.

“Era, como decían nuestros secuestradores, una pelea entre las Farc y la civil”, comentó.

Medio juego

La teóloga y excandidata presidencial Ingrid Betancur, rescatada en la  operación jaque dejó consignado en sus memorias su experiencia ajedrecística nada grata: 

«Vimos un juego de ajedrez en la esquina de un amasijo que hacía las veces de mesa. La existencia del juego me pareció inesperada y sorprendente  en medio de este mundo cerrado. Lo miramos con deseo como si fuera un objeto prohibido. Sin embargo, una vez delante del tablero, el pánico me ganó la partida. Nosotros éramos esos peones».

A su compañera de fórmula política y de cautiverio, Clara Rojas, le fue mejor con el ajedrez que en unas elecciones en las que se quemó. 

En su libro «Cautiva», Rojas  cuenta que  “el tablero de ajedrez nos permitió crear un pequeño espacio donde no teníamos encima a los guardias, pues pensaban que estábamos distraídas. Así, simulando que estábamos concentradas en las piezas, fuimos ideando, diseñando y concretando nuestro plan de fuga”.

Agrega que “durante esos meses jugué asiduamente al ajedrez… Había adquirido el don de la paciencia y estar frente al tablero me permitía abstraerme durante un tiempo de las noticias y hacía que el tiempo pasara más rápidamente”.

Otro secuestrado por las Farc, liberado en la misma operación Jaque, el norteamericano Marc Gonsales, admitió que cuando jugaban ajedrez con unas piezas labradas por él, se sentían libres.

Al jugar, engañaban a los guerrilleros que los creían presos. Sucedía todo lo contrario pues se sentían lejos, sin ataduras.

Óscar Tulio Lizcano, uno más en la larga lista que padeció el secuestro que se resolvió a su favor,  se enteró por Isaza, su carcelero, de los planes de fuga  mientras movían los trebejos en la selva del mosquito.

Reveló Lizcano en diversos escritos que Isaza «me lo propuso con extrema cautela  mientras jugábamos ajedrez. Lo tenía todo calculado, pero yo desconocía sus planes y sus intenciones».

«Aun recuerdo su voz cautelosa de aquella noche: viejo, nos vamos». Y coronaron la esquiva dama de la libertad para decirlo en una metáfora que envidiaría doña Corín Tellado.

Ya en libertad, y cuando allegaba materiales para su narrar su experiencia, encontró en Pereira al hijo de uno de los guerrilleros con el que podía dialogar. Lizcano y el niño, practicaron el juego que parece una ciencia y al revés, según un retruécano muy socorrido en el mundillo blanco y negro.

FINAL

Una artista y escritora colombiana de origen rumano, Mónica Savdié, convirtió en obra de arte la pesadilla que vivió un empresario secuestrado cercano  a sus entretelas.

Savdié se valió de la estructura de una famosa partida de ajedrez, La Siempreviva, una especie de Circo del sol dentro del tablero, para narrar en su libro La Partida ese secuestro que también tuvo desenlace feliz

La célebre partida que enfrentó al ganador Adolf Anderssen y a Jean Dufresne, se jugó en 1852 en Berlín. «Recurrí al ajedrez, precisa Savdié, como estructura narrativa porque el protagonista del relato, talló las piezas del juego ciencia durante su cautiverio. Ese es el motivo. En un comienzo yo narraba episodios de su cautiverio, refiriéndome a cada pieza que él tallaba. Al terminar la historia me di cuenta de que tenía un reguero de piezas pero ninguna partida. Entonces me puse en la tarea de buscar una partida que pudiera utilizar como estructura y cuya apertura fuera de peon-peon, caballo-caballo y encontré La Siempreviva. Ahí comenzó un apasionante y delicado ensamble de una historia con una partida…».

Una partida para La Paz en la reinserción de ex guerrilleros a la vida civil. Foto Diario de Las Américas

La artista, en diálogo con este aplastateclas aficionado de vieja data al ajedrez, contó que «me siento feliz con este resultado no solo como escritora y diseñadora, sino como amiga del protagonista a quien quise hacerle un homenaje y rescatar del olvido su experiencia de vida. Hay muchos detalles en esa vivencia que no merecen quedar archivados”.

Icono se encargó de convertir en libro artístico el trabajo de Mónica y el secuestro.

Claro que no todos los que se asilaron en el ajedrez para seguir viviendo, esperanzados, tuvieron buena suerte.

El sacrificado exministro y gestor de paz, Gilberto Echeverri Mejía, en el diario que escribió en cautiverio, avala el pretexto del ajedrez como refugio para los secuestrados.

En su libro “Bitácora desde el cautiverio” (EAFIT) cuenta que los secuestrados con los que compartía no solo jugaban sino que tallaban piezas que eran verdaderas obras de arte en madera.

“Para Camila (su nieta) tengo un microajedrez fabricado de chonta (macana) por dos amigos; espero llevarlo el día del día de nuestro reencuentro”. (Ese ajedrez tallado en su mayor parte por el cabo Francisco Manuel Negrete, otro de los sacrificados, fue  encontrado entre las pertenencias de Echeverri, según ha revelado su familia, pero nunca llegó a su destino).

El rector de EAFIT, Juan Luis Mejía, escribió en el prólogo del diario de Echeverri: “Las condiciones que generaron el secuestro se iniciaron  como una utopía de paz. A medida que pasaron los interminables días de cautiverio, se marchitó la esperanza de recuperar la libertad”.

Pasados los años, la utopía empieza tomar cuerpo de nuevo con las disidencias de las Farc  que lidera “Iván Mordisco” y con los ELNnos sentados a la mesa. Ojalá el sacrificio de Echeverri y sus compañeros militares y de otros no sea en vano. (Líneas pasadas por latonería).

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