Los Danieles. Muertos fuera de Colombia

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

No paran de saltar muertos colombianos en la prensa internacional. Disminuido el escándalo del médico cordobés descuartizado en Tailandia, llegan noticias de Guayaquil sobre seis sicarios colombianos asesinados en una cárcel, y de Murcia, España, de tres jóvenes compatriotas fallecidos en un incendio.

Los sicarios habían participado el reciente 9 de agosto en el asesinato de Fernando Villavicencio, candidato a la Presidencia de Ecuador. Uno de ellos fue dado de baja ese día y los demás quedaron presos. El viernes los ahorcaron a todos en el presidio. Dentro de una semana será la vuelta final de las elecciones.

En circunstancias distintas —el incendio de una discoteca en la madrugada del domingo pasado—, perecieron una pareja de novios y un aprendiz de cocinero llegados de Colombia. Leidy Paola Correa, la chica fallecida, envió un audio de despedida a sus familiares: “Mami, la amo: vamos a morir” 

Es triste y curiosa la frecuencia con que aparecen víctimas colombianas en accidentes o catástrofes alrededor del mundo. Unos años antes, en junio de 2021, otros colombianos monopolizaban la información: un grupo de antiguos soldados habían sido contratados para asesinar el presidente de Haití. Allí murieron el presidente Juvenel Moïse y tres mercenarios procedentes de Colombia. 

El Caribe, España, Ecuador, Tailandia… los despojos de colombianos aparecen por toda la geografía. El África ha sido especialmente dramática. El 31 de diciembre de 1980 murieron en un golpe terrorista en Nairobi, Kenia, el director del Icetex, Álvaro Camargo, y su hijo. En marzo de 2021 un misionero antioqueño cayó asesinado a puñaladas en Angola, donde llevaba cinco años ejerciendo su ministerio. En abril de 2022 un biólogo de la Universidad de los Andes que trabajaba con animales en un parque natural de Uganda sufrió el embate de un elefante enfurecido que lo pisoteó hasta causarle la muerte.

Aun de países tan lejanos como la China llegan noticias trágicas. En febrero de 2017 el gobierno chino ejecutó con inyección letal a un colombiano de 74 años capturado en 2010 con cuatro kilos de cocaína. 

Tierra, mar y aire han sido escenarios fatídicos de inmigrantes nacionales. El 30 de julio pasado, una estudiante bogotana murió en las playas de Sydney, Australia, ahogada por una enorme ola. Apenas cuatro meses antes, un incendio en el centro de inmigración de Ciudad Juárez, México, dejó treinta y nueve fallecidos. Uno era compatriota nuestro. 

No hay medio de transporte en el que no haya ocurrido un percance fatal de colombianos en el extranjero. En julio de 2013 se produjo el peor accidente ferroviario español, cuando descarriló un veloz tren en Galicia. Saldo: ochenta muertos, dos de ellos con pasaporte tricolor. Otro récord, esta vez por causa de un atentado islamista, fueron las casi doscientas víctimas fatales en la explosión de cuatro trenes madrileños en marzo de 2004. Dos colombianos murieron y veintiocho resultaron heridos.

También en el escalofriante ataque terrorista de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, pasaron a mejor vida varios connacionales. Diecinueve figuran en la lista de 2.977 víctimas mortales del histórico atentado. 

Las catástrofes aéreas en el exterior han enlutado a muchos hogares colombianos, sobre todo si se trata de vuelos vinculados a nuestro país. Pero no solo en ellos. En marzo de 2015 el piloto suicida de un avión alemán que volaba entre Barcelona y Dusseldorf embistió los Alpes franceses. Fallecieron ciento cincuenta personas, entre ellas dos paisanos nuestros.

Al mismo tiempo, varios colombianos han logrado sobrevivir a desastres formidables. El 13 de abril de 1977, un vuelo de la desaparecida aerolínea Spantax (juzguen por el nombre) se estrelló e incendió al despegar en el aeropuerto de Málaga (España). Cincuenta ocupantes perecieron. Entre quienes salieron con vida se encontraba una bogotana, Rocío Piamonte, reconocida guía turística internacional especializada en asuntos culturales. Rocío solo bajó del avión en llamas cuando recuperó de un maletín sus papeles de residencia en Estados Unidos. Allí sigue trabajando y volando.

Fue mayor la mortandad en el vuelo de Spanair entre Madrid y Canarias el 20 de agosto de 2008. Cuando despegaba del aeropuerto de Barajas, el avión cayó a tierra. Ciento cincuenta y cuatro ocupantes —varios de ellos compatriotas nuestros— quedaron destrozados; sobrevivieron dieciocho milagrosamente. Entre estos estaban, ilesos, la hija colombiana y el yerno español de la periodista Ligia Palomino, muy conocida y querida en Colombia y en Madrid.

No hay día en que no fallezca algún paisano en el exterior, circunstancia apenas normal en una diáspora que, según el Ministerio de Relaciones Exteriores, llega a 4.7 millones de personas: más que el doble de cualquier ciudad colombiana, salvo Bogotá. Entre quienes decedieron fuera de su patria están los hermanos Cuervo, el sabio Ezequiel Uricoechea, Porfirio Barba Jacob, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y, recientemente, Fernando Botero.

Casi todas son muertes naturales; pero llaman la atención los óbitos accidentales e inesperados. Muchos acontecen en carreteras para turistas. Cientos más en guerras ajenas. Han finado conciudadanos en Corea, Vietnam, Ucrania (por ahora van tres: dos en lucha contra Rusia y otro en lucha contra Ucrania) y hasta en la guerra civil mexicana, donde los conservadores fusilaron al expresidente colombiano José María Melo, que combatía al lado de los liberales.

Durante la guerra civil española algunos colombianos tomaron las armas en el bando de la República. Todos salieron bien librados. En cambio, los antifranquistas pasaron al paredón a siete religiosos de San Juan de Dios nacidos en Colombia. El Vaticano los declaró beatos en 1992. 

De este repaso salen conclusiones que quizás son semejantes a las de otros países del Tercer Mundo cuyos habitantes buscan en el exterior un mejor futuro. Una es que aceptan los empleos más duros y de mayor peligro, pues prefieren el riesgo a la pobreza. Otra es que la violencia tradicional de nuestra sociedad ha especializado una mano de obra criminal bien acogida en el extranjero: sicarios, mercenarios, soldados de fortuna. Y la última es que el colombiano es poco amigo de la inmigración, pero cada vez emigra con más firmeza. Aunque le cueste la vida.
 

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