Jonathan Bock
A principios de esta semana, el presidente Gustavo Petro escribió en su cuenta de Twitter: “Hay cosas que ya no entiendo en la relación entre la prensa y mi familia. Pero esto me dejó boquiabierto. Algo pasa con mi hermano. Jamás he recibido un diagnóstico sobre el síndrome de Asperger”. Su reacción era por las respuestas que, la noche del domingo, Juan Fernando Petro, le dió al programa de entrevistas Los Informantes, de Caracol. Declaraciones que fueron tomadas por otros medios y que convirtieron en el principal tema de conversación.
El martes, el presidente volvió a referirse al tema, pero, esta vez, insinuando que el medio había manipulado: “¿Qué hizo el programa «Los Informantes» para transformar una entrevista, editándola, en su contrario?” En ese mismo sentido, Juan Fernando Petro, anotó: “Quiero pedir excusas al presidente @petrogustavo y a la ciudadanía por la información transmitida en los @InformantesTV, esta fue editada con el fin de descontextualizar la entrevista para atacar al presidente y al gobierno”. Sin más pruebas que sus palabras los hermanos Petro acusaron a un medio de fabricar una noticia. Una nueva versión de esa vieja frase, de los graciosos hermanos Marx: “A quién va usted a creer, a mi o a sus propios ojos”.
Dos días después, el jueves, la mesa de radio de la FM, entrevistó a la ministra de agricultura Jhenifer Mojica, la conversación debía ser sobre la reforma agraria, pero no lo fue. La llamada duró 5 minutos y terminó abruptamente. “No le mienta a la gente y respéteme. Está poniendo mi vida en peligro diciendo cosas que no he dicho. La puedo denunciar por injuria y calumnia”. Esa fue la última frase de Luis Carlos Vélez, director del medio, cerrándole de esa manera los micrófonos a la ministra. Como si de una pelea de boxeo se tratara desde cada esquina se le dió una interpretación diferente a lo que acababa de suceder.
El periodista Germán Yances escribió: “Censuran a la ministra de agricultura porque no compartía lo que la funcionaria estaba diciendo. El periodista decide entonces qué es verdad y qué es mentira y le cierra el micrófono”.
La directora de Semana, Vicky Dávila dijo: “Lo que le sucedió a Luis Carlos Vélez con la ministra de agricultura es el accionar arbitrario de este Gobierno con la prensa que se atreve a preguntar y a cuestionar”.
Esta primera semana de septiembre no ha sido tan diferente a muchas otras de este último año, una conversación más en el infierno. Los poderes, el político y el mediático, mantienen sus espadas por todo lo alto, una confrontación que, como consecuencia, deja a buena parte de la ciudadanía recibiendo información polarizada y una conversación hirviendo de ira. Ese parece ser el callejón sin salida en el que nos encontramos.
Para entender el debate, hay que desplumarlo de las acusaciones cruzadas y de los gritos, y así poder ver el fondo de la discusión, como por ejemplo: ¿Está llamado el periodismo a tener un lugar activo en, lo que algunos llaman, la defensa de la democracia? ¿Cuál está siendo la manera en la que cierto sector de los medios está cubriendo al gobierno de Gustavo Petro? ¿Cómo medir si los medios le están fallando a la ciudadanía?
La primera pregunta plantea un asunto central y se refiere a si los medios están llamados a buscar convencer a la ciudadanía de que vean el mundo de la misma manera que ellos lo hacen. Una cuestión que se plantea aquí y en otros países. Hace pocos días, Will Brunch, columnista estadounidense escribió un texto que era un llamado a que el periodismo debía cubrir de una manera diferente las elecciones. “Necesitamos que los medios vean 2024 no como una elección tradicional, sino como un esfuerzo por movilizar un movimiento de masas que desharía la democracia. Necesitamos entender que si los próximos 15 meses siguen siendo las elecciones peor cubiertas en la historia de Estados Unidos, también podrían ser las últimas». Su texto se propagó inmediatamente.
Algunos medios colombianos, sin juzgar si su preocupación es genuina o no, plantean la misma cuestión que Brunch. Consideran que Colombia vive un momento crucial y “peligroso” y que eso implica ajustar la función de los medios para no ser solamente unos “observadores”.
Al mismo tiempo que este «nuevo encuadre» sucede, el Presidente y algunos de sus funcionarios los confrontan constantemente, retratándolos como equivocados, malos o corruptos de alguna manera.
Tener de saco de boxeo al periodismo es util para crear una duda permanente sobre la veracidad de los hechos, y que cualquier persona pueda decir: «eso no es cierto, los medios lo están manipulando”.
Al mismo tiempo, ese discurso despierta a la ciudadanía que tiene en mano un largo listado con las cuentas pendientes del periodismo colombiano, como el hecho de que los principales medios de comunicación sean propiedad de las cuatro familias más poderosas; el rol que pudieron tener en amplificar el discurso paramilitar; y, cómo el nuevo modelo del negocio está provocando que cada vez se trate menos de periodismo y más sobre contenido sin ningún valor para la ciudadanía.
Pero, el debate no termina ahí y lanza una pregunta adicional ¿Cómo medir si los medios están fallando? ¿Cómo juzgar a los medios, no solo por su veracidad, sino también por cómo enmarcan la información, cómo interpretan, priorizan y presentan la información, quién cuenta la historia?
Para responder a estas preguntas se debe proponer una hoja de ruta clara y entender la urgencia, casi que existencial, con la que se necesita dar la discusión sobre varios de estos puntos. Mientras tanto, los ataques de siempre persisten y se incrementan durante las elecciones, como las amenazas serias y graves que recibió Estefanía Colmenares, directora del Diario La Opinión de Cucuta, cómo retaliación al cubrimiento que están haciendo sobre el exalcalde de esa ciudad, Ramiro Suárez Corzo.
Para avanzar, es necesaria la responsabilidad de todos los actores involucrados. Le corresponde al presidente responder si tiene algún plan, que vaya más allá de sus dardos, en función de fortalecer la pluralidad y la transparencia en el periodismo, cómo en algunos de sus discursos ha prometido. Y, a los directores y dueños de los medios les debería urgir participar de este debate. Su lugar y su valor está siendo cuestionado y el silencio cómo estrategia ya no parece ser más una opción válida para la ciudadanía.