Ana Bejarano Ricaurte
Hace una semana las españolas ganaron el Mundial femenino y durante la celebración el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, agarró a la jugadora Jennifer Hermoso de la cara y le zampó un beso. Después se viralizó la imagen de Rubiales con las manos prendidas a los genitales para celebrar desde el palco.
Inicialmente se encendió el tema en redes sociales, que acusaban el abuso de Rubiales contra la campeona mundial. Pero apenas se empezó a hablar de la dimisión del presidente besucón, despertaron los negacionistas, los inconformes con la cultura woke, los de “no es para tanto”.
El viernes Rubiales tomó la palabra ante la asamblea de la Federación y ofreció un discurso digno de estudio por la reproducción de tantas excusas baratas para justificar agresiones sexuales; además, con el ímpetu de un enviado de Dios en la Tierra. Repitió emocionado que no dimitiría. Alegó que le había preguntado a la jugadora si podía besarla y lo que siempre suelen decir los señores poderosos acusados de estas cosas: que nunca se había comportado así, que el beso no provino del deseo sexual ni se impuso desde una posición de dominio, que una cacería del “falso feminismo” pretende asesinarlo moralmente. Sumó una buena lavada de cara con mujeres, refiriéndose a sus hijas en varias ocasiones, pidiéndoles que no lloraran, llamándolas “verdaderas feministas”.
Solamente a un abusador se le ocurre justificar su actitud con la coartada de que el beso fue consensuado –que no lo fue–, pues nada tiene que hacer el presidente de la Federación al proponer un “pico” a una jugadora. Además, inmovilizó la cara de su víctima para poder acosarla.
En un giro emocionante, la misma Hermoso, sus compañeras de equipo y ochenta futbolistas más, le contestaron ese mismo día con su renuncia a la selección si permanecía Rubiales en el cargo. Hermoso también negó categóricamente que el beso fuese consensuado y lo consideró la “gota que derramó el vaso” de tantas agresiones, maltratos y discriminaciones enfrentadas desde hace años. Dijo Jenni: #SeAcabo.
Y aunque no se acabe, es el comienzo de otra pequeña revolución que nutre al movimiento feminista y su búsqueda de siglos por la igualdad. Porque el episodio de Rubiales pone de presente la distancia que todavía existe para cambiar las conciencias de la gente.
Muchos alegan que la gravedad de la ofensa no amerita la severidad de la sanción. No es cierto. Es hora de que tengamos que dejar de explicar por qué invadir el espacio personal de una persona para besarla a la fuerza no es un asunto menor, además en vivo y en directo ante los ojos del planeta. En esas actitudes descansan las dinámicas que permiten el acoso sexual en todos los rincones de la sociedad, que destruye las carreras y vidas de muchas mujeres.
No es intrascendente que en el ámbito laboral se crucen esos límites, porque además en la estruendosa mayoría de los casos se trata de actos que ejercen los señores poderosos contra sus subordinadas. Incluso si es en “chiste” o en modo de celebración, es un abuso que no puede continuar. El acoso generalizado perpetúa las estructuras machistas que conducen a otras desigualdades más evidentes y fáciles de entender.
Por eso, si no es suficiente el beso estampado que lo sea el vergonzoso discurso ante la RFEF, porque las excusas son tristes: como negar que el presidente de la organización tiene una posición de enorme poder sobre las jugadoras, como resaltar el hecho de que tiene hijas y eso lo exime de incurrir en violencia machista, como intentar distorsionar los hechos que ocurrieron en millones de pantallas. Ante la inacción de la RFEF, la FIFA suspendió temporalmente a Rubiales y ordenó que se abstuviera de ejercer cualquier contacto o presión a su denunciante.
La lucha por la igualdad de las mujeres en el fútbol no empezó ahora, pero sí ha quedado retratada en esta puesta en escena del acoso y discriminación que enfrentamos desde siempre. La rebeldía de Rubiales contra lo que llamó el “falso feminismo” es aquella de los del “sí, pero no así”. De los que dicen abogar por la igualdad, aunque creen que estos son gestos livianos que nada tienen que ver con el fútbol. Que se persigue a un buen profesional y dirigente que no debe pagar su “euforia” tan alto. Tantos años de luchas han empezado a cambiar la realidad, los estándares de lo que es aceptable, y es apenas normal que los que han vivido en la cima del statu quo no lo soporten.
Hermoso y su combo proponen el #MeToo del fútbol femenino, que seguramente tendrá muchas historias que contar. No me lo pierdo.