Enrique Santos Calderón
Dabeiba, que en lengua emberá-katio significa “diosa de las tempestades”, es un municipio de veinte mil habitantes del occidente antioqueño apodado “la puerta del Urabá”, donde paramilitares, guerrilleros y militares libraron durante décadas una guerra sin cuartel. Tan encarnizada que más de dos mil soldados murieron en esta región en los últimos cuarenta años, según datos del Ejército citados en estos días por El Colombiano de Medellín.
Se podría pensar que los colombianos estamos saturados ya de cifras y testimonios sobre el conflicto armado y que más relatos sobre el tema son machacar “la misma historia”. Pero no es así. ¿Cuánta gente sabía, por ejemplo, del número de militares allí caídos? ¿Quiénes recuerdan que hace veintitrés años en el cañón de la Llorona se libró la “Batalla de Dabeiba” en la que murieron cincuenta y cuatro uniformados? ¿Quién puede pretender que estas realidades no le conciernen? Siguen reapareciendo rostros de un pasado triste y doloroso que tenemos que conocer y asimilar más a fondo para algún día ponerle punto final.
Para que no se repitan hechos como los que salieron a flote esta semana en la audiencia pública sobre falsos positivos que convocó la JEP en Dabeiba, en la que ocho militares de distinto rango revelaron en impresionante detalle la forma como engañaron, asesinaron y desaparecieron a cuarenta y nueve personas inocentes, que fueron presentados como miembros de las Farc. Los militares comparecientes, sindicados de crímenes de guerra y lesa humanidad, ya habían confesado por escrito su responsabilidad, pero la audiencia de Dabeiba fue inédita porque allí debían referirse públicamente a sus conductas y reconocer frente a las víctimas, y al país entero, los crímenes cometidos. Y así lo hicieron con testimonios tan elocuentes como crudos.
“Vengo aquí a reconocer mi responsabilidad (…) después de analizar que mi silencio, mi cobardía, mi actuación criminal, mi deseo de darles gusto a mis superiores generaron esta práctica inhumana…”,dijo el sargento (r) Jaime Coral Trujillo. El excomandante de un Batallón de Contraguerrillas coronel (r) Efraín Prada reveló que dos días después de haber presentado una ejecución extrajudicial fue premiado con un viaje al exterior y que esos procederes degradaron a la institución militar. El coronel (r) Edie Pinzón habló de la estrecha alianza con los paramilitares a los que se referían como “los primos”. Y cabe recordar que el subteniente Jesús Javier Suárez que en 2005 protestó por los falsos positivos fue asesinado poco después. “Pero no por las Farc”, como manifestó su padre en dicha audiencia.
Lo de Dabeiba fue especial no solo por lo que allí confesaron los procesados, sino por la difusión sin precedentes que tuvo a través de la radio y televisión públicas, o de emisoras privadas como la W, y por la presencia de dos ministros (Defensa y Justicia) que evidenciaron el compromiso del Gobierno con la justicia transicional. Para que no quedara duda, al día siguiente el presidente Petro calificó los falsos positivos como “los peores crímenes cometidos contra la humanidad en la época contemporánea”.
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La historia de estos hechos se conoce. Ahí está, entre muchos otros, el informe final de la Comisión de la Verdad, el expediente más completo sobre el tema que también detalla la barbarie de la guerrilla. Pero traza además caminos hacia una paz más estable y duradera. La pregunta es hasta dónde los colombianos se la juegan por esta ruta y si los que la rechazan son capaces de bloquearla. Hay señales inquietantes. Doce personas, entre magistrados, investigadores y militares procesados, fueron amenazadas para que guardaran silencio en Dabeiba, por lo que el Comisionado de Paz dijo que “se siguen viviendo experiencias de violencia (…) que impiden decir que hemos superado esos tiempos de zozobra, terror y dolor”. Cierto, pero ¿quiénes amenazan? ¿Por qué se siguen presentando estos hechos? ¿Qué hace el Gobierno para detectar a sus autores?
Yo no sé si esa audiencia de la JEP marcó un antes y un después. Lo que sí es claro es que ya no es posible negar o disimular lo sucedido en este país. “La verdad es la garantía suprema de la no repetición”, dijo bien el Mindefensa Iván Velásquez y por eso hay que celebrar la entereza de los militares que han reconocido su responsabilidad y pedido perdón. Reivindican así la imagen de un cuerpo armado cuya cuota de sangre en defensa de las instituciones supera con creces a la de cualquier fuerza pública del hemisferio.
No habría cómo agradecerles. Basta imaginar en qué estaríamos si aquí hubieran prevalecido la tiranía mafiosa de Pablo Escobar, la “patria refundada” de los paramilitares o la revolución marxista que durante medio siglo impulsaron las Farc. Por eso mismo nunca pueden parecerse al enemigo que con tanto sacrificio han combatido. Dabeiba nos habla.
PS: Acertada y oportuna la condena del presidente Petro a la sanción de la dictadura venezolana contra la líder opositora María Corina Machado. Habrá que ver cómo reacciona el amigo Maduro.