Esteba Jaramillo Osorio
Cambia el fútbol a pasos agigantados. Pero sus reglas siguen siendo obsoletas, a pesar del VAR que continúa ajustando sus características: quiere ser menos estricto con nalgas, uñas, narices, codos y rodillas.
La transformación del juego pasa por el mercado de fichajes, la revolución del dinero, el efecto de los petrodólares y la compra- venta no solo de figuras desgastadas, en declive y próximas al retiro, sino de famosos, activos y en la cima de sus carreras.
Un salto acrobático y riesgoso, para limpiar la imagen de sus nuevos patrones, para maquillar la ética, la moral y los principios que durante tantos años se han vulnerado.
Los futbolistas de hoy piensan en tatuajes, lujos, bellas mujeres, en su ego y en su dinero. Escudo y camiseta, importan poco. Los dirigentes en las taquillas, en la proliferación de torneos y no en el impulso al fútbol para darle calidad a las competencias.
Lo de Arabia Saudita, de moda en titulares deportivos, asaltando la ventana de transferencias, lo vivió Colombia en los años cincuenta del siglo pasado, cuando llegaron futbolistas de clase, procedentes de distintos lugares del mundo, especialmente de Suramérica, para prodigar un sinigual espectáculo, con mucho cartel, en nuestro medio.
Fue un impulso inusitado a un torneo naciente. Se denominó El Dorado, inolvidable para los hinchas de la vieja guardia.
Perfilan hoy sus nóminas los países exóticos, especialmente Los Árabes, como lo hicieran los chinos en su momento con estruendoso fracaso, con base en futbolistas millonarios, de reconocimiento único y cifras escalofriantes.
En contraste, está deprimido el mercado en nuestro medio. Lanzan bombas informativas sin confirmación, los periodistas, sobre jugadores que en el papel valen cuatro veces más y en la realidad, por su rendimiento, tres veces menos. Pese a los picos emocionales del cierre, el torneo sigue siendo discreto en varios aspectos.
Futbolistas con rendimiento irregular, poco comprometidos, dispuestos, como recientemente se demostró, a sabotear a los entrenadores, a preparar su salida o a maniatar un equipo por sus caprichos.
En este nuevo orden futbolero, vale la pena plantearse si los aficionados contemporáneos ven o viven los partidos. Si su preferencia está sobre los jugadores o los clubes. Si el resultado desplazó, definitivamente, la calidad del juego. Si el paso de un club a otro se ve como un salto de calidad, un negocio lucrativo, o la traición a unos colores.