Andrés Caicedo. El loco genial que se murió de amor

Andrés Caicedo. Foto archivo particular

Por Óscar Javier Ferreira Vanegas

Andrés Caicedo. (29 de septiembre de 1951, Santiago de Cali – 4 de marzo 1977 – Cali)

Su padre nunca lo entendió; lo consideraba un vago improductivo, y jamás vislumbró su grandeza creativa. Andrés fue incomprendido iconoclasta del sistema imperante. Escapaba y se encerraba horas enteras a escribir las historias que su gran mente creativa le dictaba, amparada por su corazón; un hippy auténtico inmerso en sus fantasías y juegos literarios, destacándose como escritor, crítico y guionista.

Estudió en el Colegio Pío XII y el Colegio del Pilar, en su natal Cali.

A los 16 años escribió su primera obra de teatro: «Las curiosas conciencias»  y  su relato «Infección», y a los 17 escribió los textos «El fin de las vacaciones. Con la obra «La piel del otro héroe» ganó el Primer Festival de Teatro Estudiantil de Cali. En 1969 conoce a Enrique Buenaventura y trabaja adaptando guiones y como actor en el Teatro Experimental de Cali. Escribe para El País, Occidente y El Pueblo.

Su cuento «Maternidad», escrito en 1974, fue para Andrés su mejor obra. En 1975 publica su relato «El atravesado», con el apoyo económico de su mecenas: su querida madre.

Su genio literario aflora en el panorama cultural, cuando en 1970 ganó el Primer Concurso Literario de Cuento de Caracas, con su obra «Los dientes de caperucita», bajo el pseudónimo Blanquita de Sinisterra.

El cine era su pasión, y entraba a las funciones rotativas continuas, para ver y rever las mismas películas. El cine era su doping espiritual para huir de la realidad que lo circundaba y entristecía. Su otra pasión, con la que se narcotizaba, era la música, su amante compañera en las largas jornadas literarias frente a su máquina de escribir. Amaba el rock y la salsa.  Era fanático de Mick Jagger y The Rolling Stones. En la capital vallecaucana, creó el grupo literario Los Dialogantes, y en 1971 el Cine-Club de Cali, y la revista Ojo al Cine.

Visionario luchador incomprendido, encontró siempre el apoyo de su madre, quien le financió el viaje a Nueva York y Hollywood, donde Caicedo creyó realizar sus sueños como guionista, pero se encontró con la barrera anti latina y una pésima traducción de sus guiones, lo que le hizo imposible el acceso a la meca del cine, debiendo regresar a su natal trinchera caleña. 

La soledad era su compañera, frente a la feroz arremetida de un sistema que lo acorralaba y lo deprimía. Entonces departía con sus amigos libando en amenas tertulias intelectuales. Enamorarse fue su gran error. Se despertó un sentimiento nuevo y desconocido por Patricia Restrepo, la amante de su amigo, el director de cine Carlos Mayolo; ella despertó en Andrés el amor desconocido y las pasiones profundas. Pero solo era un ave libertina de paso, que llegaba a su ventana y se iba de pronto, consumiéndose en una gran depresión. A ella escribió «Patricialinda». Sin duda alguna, si esta mujer hubiera entendido la grandeza del escritor y hubiera correspondido íntegramente su amor, tal vez el fin hubiera sido otro. Parece que Patricia había decidido dejarlo ese día, y Andrés entró en pánico y desesperación y le escribió una carta a su amada, confesándole su tristeza y decepción: 

«De nuevo te llamo Patricita, mi amor único, mi vida entera, mi redención y mi agonía…Dame algo de alegría, porque tú eres mi alegría y yo tengo en estos momentos el corazón en pedazos y ya no sé dónde recogerlos, o no sé qué hacer con ellos. Me deprime también la posición tan inestable mía en este apartamento. Finalmente he recorrido la Sexta de arriba abajo, el centro, y partes de la Quince. Oigo el sonido de las llaves y creo, faltándome la respiración, que eres tú». 

Ese día había recibido el primer ejemplar de su obra «Que viva la música», editado por Colcultura; pero su alegría no era completa, pues no tenía a su lado a su adorada Patricia. Por esa inestabilidad sentimental estaba consumiendo barbitúricos y preparó el cóctel mortal que le quitaría la vida. Su angustia y desesperación por ese desamor, lo llevaron al suicidio. Y ella llegó tarde; cuando abrió la puerta del apartamento, ya Andrés estaba muerto. Contaba con tan solo 25 años. 

El éxito esquivo que siempre añoró llegó después de su muerte, cuando salieron a la luz todas sus obras.

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