El Tribuno del Pueblo

Don José Acevedo y Gómez, Tribuno del Pueblo de Santa Fé. Ilustración FLICKR

Por Hernán Alejandro Olano García

Se evoca al Tribuno del Pueblo, el tribunus plebis, que, como en Roma cuando se creó el cargo en el año 493, hace 1530, se le dio una potestad sacrosanta (sacrosanta potestas) y, tenía la misión de defender a los ciudadanos (ius auxiliandi), vetar las leyes que afectarán a la población (ius intercessionis) y convocar la asamblea del pueblo (Concilium plebis).

El Tribuno disponía de ayudantes, los ediles de la plebe (Aediles plebei) y los jueces decenviros (judices decemviri), algo parecido a nuestros jueces de paz.

El primer tribuno romano fue Lucio Albinio Patérculo y, nuestro Tribuno del Pueblo, don José Acevedo y Gómez, nació en 1773 en Charalá, Santander, siendo bautizado en la parroquia de Nuestra Señora de Monguí, en Monguí, Boyacá. Era hijo de Miguel Acevedo y Catalina Gómez Sarmiento. Esta presencia familiar en el territorio neogranadino se retrotrae, en el caso de los Acevedo, a mediados del siglo XVII y, en el de los Gómez, a Pedro Gómez de Orozco, uno de los compañeros de armas de Gonzalo Jiménez de Quesada en su expedición de conquista y fundación de Santa Fe de Bogotá en 1538. 

Acevedo realizó sus estudios en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, aunque no obtuvo un título profesional. En cambio, desarrolló habilidades en el comercio, emprendiendo diversas empresas en Bogotá junto a su primo y socio Miguel Tadeo Gómez Durán.

Dedicado al comercio, en 1799 fue nombrado diputado del consulado de Cartagena en Santa Fe. Desde este empleo, en el que permaneció hasta 1807, reivindicó el establecimiento de un tribunal de comercio independiente en la capital virreinal, que defendiese los intereses de su comunidad mercantil y garantizase el fomento del tráfico comercial de las provincias internas del virreinato.

Fue procurador síndico de San Gil, alcalde comisario y de comercio, y diputado consular. Fue elegido procurador general y, desde 1808 nombrado Regidor Perpetuo del Cabildo de Santa Fe. Como tal, participó en la proclamación y jura de obediencia al rey Fernando VII, el 11 de septiembre de 1808 al producirse la invasión napoleónica a España. Sobre este acto de proclamación y jura, Acevedo y Gómez publicó un folleto de 49 páginas titulado “Relación de lo que executó el M.I. Cabildo Justicia y Regimiento de la M.N. y M.L.” Ciudad de Santa Fe de Bogotá, Capital del Nuevo Reino de Granada. 

Como Diputado y Vocal, el Regidor don José Acevedo y Gómez, dijo que “el pueblo soberano tenía manifestada su voluntad por el acto más solemne y augusto con que los pueblos libres usan de sus derechos, para depositarlos en aquellas personas que merezcan su confianza”.

Acevedo y Gómez, fue el autor del Acta de Independencia del 20 de julio de 1810, la cual, firmada a las 6 de la tarde de ese viernes por los notables neogranadinos, siendo el más importante documento político de nuestro paso a la nacionalidad, expedido tan solo diez días después del Acta de Independencia del Socorro. Allí, el Muy Ilustre Cabildo, en calidad de extraordinario, depositó en toda la Junta el Gobierno Supremo interinamente, mientras la misma Junta formaba la Constitución que afiance la felicidad pública sobre las bases de libertad e independencia en un sistema federativo.

Igualmente, firmaría la Constitución Política de Cundinamarca en 1811, y la Declaración de Independencia Absoluta de la República de Tunja, el 10 de diciembre de 1813. Tras la independencia, fue nombrado, en 1814, jefe político y militar de Zipaquirá, Ubaté y Chiquinquirá. Ocupó este cargo durante dos años, hasta que la campaña de reconquista española, dirigida por el general Pablo Morillo, lo obligó a huir.

Acevedo gozó de cuantiosa fortuna por las ventajas que le había proporcionado lo que se llamó nobleza de cuna bajo el régimen colonial y de cuántas consideraciones y comodidades podía apetecer una familia distinguida y bien educada. Según su hija Josefa Acevedo de Gómez su padre fue notable entre sus contemporáneos por la energía de su carácter la noble independencia con que se sabía sostener sus derechos y por el acendrado patriotismo con que sacrificó sus aspiraciones y su fortuna ante el altar Santo erigido a la libertad americana.

Nos legó a la historia, esa arenga que dice así: “Santafereños: si perdéis el momento de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta oportunidad solos y felices, dentro de doce horas seréis tratados como insurgentes: he aquí los calabozos, grillos y cadenas que os esperan”.

Haber sido el tribuno del pueblo el 20 de julio lo llevó a sacrificar el brillante porvenir de su familia, su riqueza, su tranquilidad y su propia vida por sostener la causa de la independencia y de la libertad contra el odio implacable de los sostenedores de la tiranía con lo cual se vio precisado emigrar al aproximarse el ejército pacificador y encontró la muerte temprana a los 44 años, arrebatándole de esa manera a la patria uno de sus mejores hijos y a su numerosa familia, el sostén más respetable y el más digno e interesante modelo.

Estuvo casado desde el 1 de julio de 1798, con Catalina Sánchez de Tejada y Nieto de Paz, hija del también sangileño Ignacio Sánchez de Tejada, oficial mayor de la Secretaría de Cámara del virreinato entre los años 1794 y 1806. De la unión de Don José y doña Catalina nacieron nueve hijos Pedro José, Liboria, Josefa, Eusebia, José Prudencio, Juan Miguel, Alfonso, Catalina y Concepción.

Murió en lo que hoy es la jurisdicción de Belén de los Andaquíes, Caquetá, en 1817.

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