Por Carlos Alberto Ospina M.
Alguien que alcanzó el favor del 30% del censo electoral 2022 no puede coger la bandera de la representación popular ni amontonar la simpatía de los 39.002.239 colombianos habilitados para ejercer el derecho al voto en la pasada elección presidencial. De entrada, insistir en esa narrativa sustenta el desorden mental, la personalidad presuntuosa y la debilidad del mandato. Tanto de ello que da señales de padecer síndrome de pánico, enajenación de ánimo y alucinaciones.
De manera premeditada, este individuo lleva tres décadas despotricando de lo divino y lo humano, mintiendo con toda la boca y azuzando el resentimiento de clases. Tres tácticas siniestras que restan validez y credibilidad ideológica dado que no respeta el consenso ni el diálogo, tan solo ejerce el privilegio odioso de acomodar las cosas a su trastorno obsesivo-compulsivo.
Más fácil mean las gallinas que hallar coherencia conceptual en ese sujeto. En presencia de la división de poderes niega el juicio, la institucional y la razón; pone en marcha la cacofonía verbal y los rebuscados giros idiomáticos para engañabobos, amenazando con la movilización social en las calles. Un indicio de puñalada de pícaro.
Nunca desmovilizó el ánimo guerrillero que lleva por dentro ni la convicción en las distintas formas de lucha. Recuérdese cómo en plena pandemia motivó e indujo a la furia reprimida de algunos delincuentes disfrazados de campesinos, indígenas, población afrodescendiente, colectivos feministas, estudiantes y degolladores de La Primera Línea, a quienes apodó ‘estallido social’. Meros rencorosos u oportunistas políticos que hoy reproducen al pie de la letra el manual de las asonadas y el bloqueo de vías, dándole de tomar de su propio guiso. Sencillo, la turba no encarna la mayor parte de la gente.
En el momento menos pensado, el personaje de marras sufre de alteración de la salud mental en el tiempo en el que no lograr imponer sus ideas o es cuestionado sobre la intención de las solapadas facultades extraordinarias. Entonces, pasa rápido a la fase maníaca. Con un ademán se toca el costado izquierdo, expone lo que le conviene y saca la lengua de estropajo para endilgar la culpa al estado de cosas.
¡Mira quién habla! En campaña aseguró no negociar con delincuentes ni hacer pactos con la clase política tradicional. Se jactaba de conocer las necesidades de los pobres y por eso, expresaba que “subir la gasolina es un crimen que aumenta el hambre” (sic). Ahora bien, defiende el régimen de Maduro a la par que pide al Consejo Permanente de la OEA redactar una nueva Carta Democrática Interamericana y de dientes afuera, en el mismo foro supuestamente condena las dictaduras. Es cuestión de confianza y de coherencia con los principios que se profesan.
El 73% de los encuestados por Invamer perciben que las cosas en el país han empeorado y el 57% desaprueba la gestión de Gustavo Petro. De por ahí, la decisión desesperada de llamar a las trincheras y salir al balcón, cual caudillo antes del día del ahorcamiento.
Unos jóvenes se activan a partir de las emociones, lo que no permite comprobar e interpretar la veracidad de ciertas informaciones doctrinarias. En cambio, otros, saben de buena parte y bajo el amparo de la libertad personal que, la opinión pública, coincide con la imagen desfavorable del actual gobierno y el alto grado de desaliento de la mayoría de ciudadanos.
El empoderamiento realizado por la izquierda radical colisionó contra la decepción de los desfavorecidos y el derecho particular a disentir con la visión de país que se quiere imponer. Este es el punto neurálgico y el talón de Aquiles de Petro, no contar con el respaldo irrestricto de la base de la pirámide social ni tener alineadas a las organizaciones sindicales, a los indígenas y demás minorías étnicas.
El afán por sacar a patadas la denominada ‘paz total’ lleva consigo el modo dominante del faraón Tutankamón, quien firmaba acuerdos de paz con el fin de extender su poder y en el caso de la arremetida de nuevos enemigos, pasar la cuenta de cobro a los signatarios. La composición de lugar y el plan a seguir consiste en el valor entendido planteado en el siguiente símil: ‘Hoy que estamos unidos debemos defender la permanencia y la perpetuidad de nuestra alianza. Tenemos enemigos en común a combatir’. Esto explica con claridad la verdadera causa de deber. Así, nace un nuevo statu quo al estilo de los colectivos cubanos y venezolanos. Acá todo es más evidente.
Mentiras van y vienen, hipotéticos diálogos, promesas incumplidas, espíritu de contradicción fuera de tono y aparente construcción en común; es decir, pura paja. Tanto es lo de más como lo de menos, puesto que Petro solo conoce el resentimiento y el deseo de venganza. Él es un lobo vestido de oveja.
Enfoque crítico – pie de página. Es preciso andar con cien ojos y realizar la inteligencia de datos para mostrar la infinidad de falsedades e inconsistencias expelidas por Gustavo Francisco Petro Urrego. A golpe seguro, ganaría el premio Guinness World Records como el presidente más embustero del siglo XXI.