Daniel Samper Pizano
Supe de Les Luthiers gracias al contrabando de bolsillo, como la mayor parte de sus seguidores andinos. El casete en que un pirata grabó migajas del espectáculo; un disco comprado en Buenos Aires; un informe de alguien que los vio en Rosario; un recorte de prensa laudatorio… Así empezaron otras religiones que luego se extendieron por el mundo y así ocurre con la adoración por Johann Sebastian Mastropiero, la proteica figura espiritual que insufla la obra de Les Luthiers y cuyo éxito sigue siendo un magno secreto.
Digo que los conocí por artes del matute en 1975 y luego me enteré de que su asesor creativo era el Negro Fontanarrosa, célebre ya en Colombia, donde lo conocíamos como “el último argentino humilde”. En 1982, al anunciarse el debut en Bogotá de los incombustibles apóstoles del humor, los conversos que hacíamos cola en la ventanilla de boletas del Teatro Colón éramos ya una multitud. Fontanarrosa resultó el puente de oro para acercarme a ellos y conocer en persona a Acher, López Puccio, Maronna, Mundstock, Rabinovich y Núñez Cortés. “Seis en total, no ocho”, me aclararon.
No bien besé sus manos, dejé de ser un periodista altanero y rebelde y me convertí en un lagarto colosal, una especie de babilla antediluviana gigantesca y untuosa. Los seguí, y sigo siguiéndolos. Me pegué a ellos, y sigo pegado. Mi mujer ha preparado en su honor litros de ajiaco con guascas, y sigue preparándolos. Un día, compadecidos, me escogieron como su escriba. Fue así como cambié todos mis títulos, honores y doctorados por el de Biógrafo Oficial de Les Luthiers y Hagiógrafo Honoris Causa de Johann Sebastian Mastropiero.
La formación actual de Les Luthiers con uno de sus instrumentos.
Pero volvamos a aquella primera temporada colombiana de 1982. Fueron varios días de funciones repletas, a las que asistió incluso el presidente de la República (era Belisario, y no pagaba boleta por ser de Amagá, nombre que copia la instrucción imperativa a un centrodelantero argentino). Al llegar la última presentación, me invitaron, en gesto inolvidable, a aparecer en escena con ellos. ¡Las guascas habían obrado el milagro! Dejé testimonio de aquella noche estelar en un artículo internacionalmente famoso del cual copio, para ilustración de ignorantes, algunos apartes.
Entramos a los camerinos del teatro y me dispuse a enfundarme el esmoquin que me suministraba el grupo. El lector se preguntará qué siente un gran artista cuando se prepara en el vestier para enfrentarse a un público exigente. Les Luthiers tampoco lo sabían, pero se comprometieron a preguntárselo a Serrat… La última función empezó a la hora señalada, más quince minutos de gracia que se dan a los bogotanos. Esos quince minutos fueron en realidad los más graciosos del espectáculo.
Me asignaron el papel de Archibald, Guard on Duty (Centinela de Turno), en el clásico número de Johann Sebastian Mastropiero que lleva por título El rey enamorado. Se trata de la conocida historia romántica que comienza así: “El rey Enrique VI ha rezado la 9ª en su 4º, y después de unos 2os atraviesa la 5ª…”. Archibald irrumpe entonces en la escena, trastorna una serenata y hace raudo mutis.
No alcancé a darme cuenta de cómo había sido mi debut (añade la memoriosa crónica). Me parecía que todo había durado apenas cuatro segundos, cuando en realidad se prolongó durante seis. Pero la platea aplaudió. Emocionados por mi desempeño, todos me felicitaron entre bambalinas. El resto de la función fue relleno. Al final, salí a saludar al delirante público e invité a Les Luthiers a hacerlo conmigo. Había triunfado. Se escucharon muchos gritos de “¡Colombia! ¡Colombia!” y tan solo unos pocos comentarios desapacibles, que criticaron los extremos a los que había llegado la exigencia de una cuota de artistas nacionales en espectáculos extranjeros. Cuando volví solo al estrado, empujado por la modestia de mis compañeros, el público estaba de pie. Pero no solo estaba de pie, sino que se estaba yendo.
Al día siguiente recibí una propuesta económica de Les Luthiers para que me vinculara en forma permanente al equipo. Así lo relaté en el aplaudido escrito:
Aún no hemos llegado a ningún acuerdo, pero hay buenas bases de entendimiento. No me molesta que me toque cancelar mis hoteles y tiquetes; es más, considero justo pagar unos pesos a los muchachos cada vez que actúe; pero veo excesivo que me cobren cien mil pesos por el alquiler del esmoquin.
Huelga decir que cien mil pesos de entonces equivalían a dos o tres millones de ahora, sin IVA. Fue ese el obstáculo que impidió mi ingreso a Les Luthiers. Debo agregar, sin embargo, que han sido generosos conmigo: en su repertorio brilla un vallenato de mi autoría por el que nada me cobraron y un puñado de chistes cuya inclusión cancelé con abundantes dosis de ajiaco con guascas.
Esta semana, tras cuarenta y un años de aquella noche y cincuenta y cinco de su nacimiento, Les Luthiers vienen, ¡ay!, por última vez a Colombia. El genial compositor ha optado por un merecido retiro. Lo hará con un estreno final, Más tropiezos de Mastropiero, creación inédita que obsequia a sus admiradores apoyada por nuevos instrumentos musicales. Con él se jubila también el grupo, actualmente compuesto por dos de sus fundadores —los venerables Jorge Maronna y Carlos López Puccio, autores de la obra— y por Roberto Antier, Tomás Mayer-Wolf, Martín O’Connor y Horacio TatoTurano. En la banca de suplentes, Santiago Otero Ramos y Pablo Rabinovich.
En realidad, el retiro de Les Luthiers es apenas físico. Como la de otros inmortales —Beethoven, Bach, Agustín Lara—, su obra vive y se prolonga en grabaciones, videos, discos, partituras, libretos… Ah, y en su espléndida biografía, Les Luthiers de la L a la S.
Subsiste, sin embargo, una torturante incógnita: ¿cuál es el secreto del éxito de Mastropiero? Según me indican, la agrupación está dispuesta a revelarlo al noble público colombiano en su espectáculo de despedida. Acudiré a averiguarlo el jueves, aunque me cueste un decalitro de ajiaco con guascas y el alquiler de un esmoquin.
ESQUIRLAS. Me extraña que pocos se hayan mosqueado con la retransmisión por casi todos los canales de tv del discurso de Gustavo Petro ante la OEA. Así como creo que está en su derecho de gobernar con los ministros que quiera, me parece escandaloso aquel efímero pero abusivo control de la señal.