Por Guillermo Romero Salamanca
Han pasado 40 años, pero el maestro Darío Montoya, uno de los más destacados flautistas del país, tiembla cuando recuerda aquellos 20 fatídicos segundos del 31 de marzo de 1983, Jueves Santo.
Ese día madrugó. Estaba con su esposa en la ciudad y debían trabajar esa tarde con la Orquesta Sinfónica de Colombia. Él como flautista, ella como violinista.
El desayuno con café y empanadas de pipián sirvió para conversar un poco sobre los temas que interpretarían esa tarde en la capital del Cauca.
“Estábamos en Popayán porque fuimos a participar con la Orquesta Sinfónica de Colombia en el Festival de Música Religiosa como lo hacíamos cada año.
Recuerdo también que todos los miembros de la orquesta estábamos alojados en diferentes hoteles de la ciudad. No había un hotel para todos y nos repartieron”, cuenta ahora.
“En principio, María Mercedes, mi esposa, y yo habíamos decidido llevarnos a Daniel nuestro único hijo en ese momento, que tenía un año y medio. Hicimos contactos en Popayán para alojarnos en un conjunto de apartamentos llamado Pubenza, contratando también a una niñera para que nos ayudara durante esos días de Semana Santa. A última hora cambiamos de opinión y finalmente no llevamos al niño con nosotros y nos alojamos entonces con una gran parte de los miembros de la orquesta en el Hotel Chayani, que quedaba a la entrada de la ciudad”.
“Después nos enteramos que este conjunto de apartamentos donde íbamos a estar en principio sufrió de manera fatal las consecuencias del terremoto. Caso milagroso y providencial para mi esposa, el niño y yo”, rememora.
“El Jueves Santo por la mañana nos disponíamos a salir del Hotel hacia el teatro para hacer el ensayo general del concierto que íbamos a realizar esa noche.
No tengo claro en mi memoria la obra que íbamos interpretar, tal vez un Réquiem o algo así. Sé que había un coro muy numeroso”.
“Tomé mi flauta, le dije a mi esposa que la esperaba abajo donde estaba el bus que nos esperaba para llevarnos al teatro y salí de la habitación, estábamos en un tercer piso. Bajé por las escaleras, y llegando al primer piso, miré el reloj y eran las 8 y 15. Entonces el edificio comenzó a sacudirse, bramaba la tierra, el ruido era aterrador, se desprendían y caían cosas de todas partes que se sumaban al ruido ensordecedor del terremoto. ¡Qué susto! En principio no sabía qué sucedía. Luego entendí que era un sismo. Alcancé a ver el bus afuera que saltaba por el fuerte movimiento de la tierra y en ese momento me devolví llamando a gritos a María Mercedes, llegué al pasillo donde ella estaba debajo del marco de una puerta con uno de los compañeros de la orquesta”.
“¡Qué susto! Fueron unos 20 segundos eternos. Bajamos despacio y con mucho cuidado en medio de todas las cosas que había en el suelo, maderas, vidrios, varillas, materas. El edificio se averió bastante, pero gracias a Dios estamos hoy contando la historia”, recuerda.
“La ciudad era toda una nube de polvo como consecuencia de la destrucción, y obviamente había un caos total causado por el pánico de la gente corriendo para un lado y para otro, preguntando por sus familiares. Había muertos y heridos en las calles. El caos dominaba a la ciudad. Llantos por doquier, gritos de angustia, preguntas iban y venían. Seguían cayendo tejas, paredes, techos, postes, árboles y todo lo que uno se pueda imaginar”.
“Nos reunimos los miembros de la orquesta y con otros huéspedes al frente del Hotel que quedaba muy cerca de la carretera que llevaba a Cali. Hubo muchas réplicas, y entre una y otra, arriesgando un poco, subimos rápidamente a las respectivas habitaciones para sacar todas nuestras pertenencias. En medio del horror y la incertidumbre, estuvimos ahí frente al Hotel en la absoluta impotencia”, evoca el maestro.
“Durante el transcurso de la mañana se anunció oficialmente que todos los actos programados dentro de la Semana Santa y el Festival de Música Religiosa quedaron cancelados. Hacia el mediodía apareció un bus desocupado y milagrosamente el conductor nos dijo a todos que iba para Cali y se ofreció a llevarnos hasta el aeropuerto, y al llegar, en cosa de una hora abordamos un avión hacia Bogotá dejando atrás toda una terrible experiencia de horror y de dolor”, recapitula en estos momentos.
“Unos pocos años después volvimos a Popayán y había mucha desolación todavía.
Muchos de los terrenos donde se habían demolido totalmente edificaciones, estaban prestando servicio como parqueaderos.
“Lo demás está escrito ahí en la historia: Magnitud de 5,5. Epicentro en Cajibío
Mucha destrucción, especialmente en el centro histórico. Más o menos 300 muertos. Cientos de heridos y unos 10.000 damnificados”.
El año pasado tuve el privilegio de volver después de tantos años para participar con la orquesta Nueva Filarmonía en el festival de música religiosa 2022.
La ciudad no solo se recuperó, sino que creció en población, en comercio, en turismo, y continúan también los festivales de música religiosa.