Por Óscar Domínguez G.
Hace quince años, Carmencita Ramírez Boscán, recibía en sueños la visita de su padre, Nacho Ramírez Pinzón. El cronopio bogotano no quiso despertarla y le dio –dormida- la noticia de su próxima muerte, tan anunciada como deseada y aplazada. Periodista desde el alfa hasta el omega, dio la chiva de su partida y diez minutos después se confundía con el silencio.
Karmencita, actual congresista por el Pacto Histórico, narró la partida del Cronopio en un breve correo mañanero que me envió:
Mi querido Óscar: Mi padre del alma, el gran Cronopio, vino esta madrugada muy a las 2: 50 de la mañana a encontrarme donde estaba. Me dejó sentir su angustia y desespero. Yo le dije que si tenía que irse que no me esperara, que no sintiera miedo y que volara con sus alas nuevas de ángel, y que siguiera el olfato que bien podía orientarlo con su ¡tremenda nariz! Pocos segundos después, una gran paz interior me invadió, al mismo tiempo que decía adiós. Solo quería contártelo primero. Karmen
Esta fue mi respuesta:
Karmencita, gracias por compartirme ese bello sentimiento. Sí, dejemos que el gran Nacho comparta su calidad y calidez con otros Cronopios que se nos adelantaron. Celebro la paz interior que te invadió después de pedirle que emprendiera el vuelo.
Nacho te regaló el pez y te enseñó a pescar. Lo mismo hizo con tus hermanos Gretel y su doble, Miguel Iván. Y con quienes estamos por fuera de su exótico árbol genealógico wayúu-bogotano, en calidad de amigos. Menos mal clasificamos dentro de su corazón, siempre más grande que tres estadios Maracaná llenos.
Los mortales solemos tener algunos amigos. Nacho tenía amigos de todos los tamaños, en todos los oficios. No había una esquina, un aeropuerto, un silencio, una flor, donde no abundaran sus amigos.
El Cronopio de la nariz quevedesca puede irse ya a oler las flores del jardín del tío Miguel en otras esferas. Tiene el visto bueno de quienes nos lucramos lícitamente de su amistad, fuerza, generosidad y desbordado talento literario.
Me alegró mucho ver de nuevo a Gloria, la Toya, tu mami. Y conocer a tu tía. Más me gustó todavía que el coqueto Nacho le hubiera gastado parte de su poética prosa a la princesa wayúu, la madre de sus vástagos. Que le haya acariciado su cabello en su habitación de la clínica, fue una forma muy suya de decirle adiós con toda la delicadeza del caso. Cuando me contaste sobre ese encuentro se me escurrió una nada furtiva lágrima. od
Catala final para nuestro Cronopio
Ese mismo 19 de diciembre de 2007, la escritora Lina María Pérez, daba la misma noticia a través de la red de Cronopios. Lo hacía así:
Ignacio esperó paciente. Por fin la muerte lo liberó a la vuelta de cualquier minuto en ésta madrugada. En el prólogo de Fantasmas felices, su bello libro recién salido del horno, en el que retrató a los escritores que lo marcaron y a los parientes y amigos cronopios, Nacho escribió:
«Vivo con la muerte bajo el brazo. La llevo a todas partes y la gente me la reconoce en el semblante…embrujo a los brujos, compruebo a los yerbateros que yerbamala siempre muere, los curas se crucifican bendiciones en el nombre del padre… Ahora soy un feliz fantasma y ahora sé que la muerte es vida disfrazada de tiempo escurridizo… y me las doy de muerto de la risa mientras llega la hora de retornar a mi condición de calavera y luego al polvo que seré volando hacia la nada y el misterio con ínfulas rampantes de Barón Calvínico….»
En su lento adiós se lleva, como cola de cometa, la solidaridad y el cariño de todos sus amigos.
QUERIAMOS HARTO AL CRONOPIO
El Cronopio Nacho Ramírez Pinzón fue un bogotano que nació y vivió en todas partes. Desde hace una década sobrevivió a las múltiples despedidas que le hicimos sus amigos (¿¡). Finalmente, “lo recogió el silencio” en su habitación 102 de la Clínica del Bosque donde lo mimaron.
Junto a su lecho, estaba su último libro “Los fantasmas felices”, editado por Teresa Montealegre. Sólo faltaba la crónica de su propia muerte que no escribió. Prefirió vivirla intensamente.
“No sé por qué no clasifico para muerto todavía”, decía en medio de los achaques que el azar en su extraña bondad le deparó en los últimos tiempos.
Desde siempre, le sacó el mismo jugo a su destino trabajando en una emisora de pedal en Quibdó o en la Guajira (región que le regaló a su amada Gloria Boscán, su princesa wayúu, presente en la despedida, madre de sus tres hijos), que organizando festivales culturales en Viena.
O entrevistando cerebros prófugos en Europa. O jalándole a su oficio de hombre de palabra en Nueva York donde se movía como Woody Allen en Manhattan.
En uno de sus recorridos de reporetero, sacó tiempo para dejarse morder de un tiburón que le dejó su huella en pleno rostro. Nada de cirugía plástica. Esa condecoración lo acompañó siempre.
Tuvo por hábitat el mundo que recorrió desde al alfa hasta el omega.
Cuando una persona conoce tanta gente y nadie despotrica de él, como fue su caso, es porque su andadura fue correcta.
Utilizó sus destrezas para darse al prójimo. Por ejemplo, dando a conocer la vida y zozobras de escritores no mimados por las editoriales.
Puso la cultura en la canasta familiar al lado del pan y de la leche.
Dejó huella en cine, radio y televisión. En periodismo fue de la vieja y de la nueva guardia al mismo tiempo. Decenas nos lucramos lícita – e ilícitamente- del Cronopio que partió. Nunca se dio el lujo subalterno de la quejumbre.
A “alegríadeleer” Ramírez Pinzón la plata – y la pensión que nunca apareció – le llegó en forma de amor, humor, viajes, bohemia, cine, teatro, lecturas, escritos. En síntesis, de vida, que en él fue de una integridad y limpieza a prueba de polígrafos.
Activista aventajado de la cofradía del “carpe diem”, hizo del escepticismo una religión.
Reservó lo mejor para dejar salir el Quijote que lo habitaba, dándole vida a su agencia cultural-virtual Cronopios. Su corazón fue la casa de todos.
“Hasta que la vida nos vuelva a encontrar”, Nacho, “fantasma feliz”.