Por Óscar Domínguez G.
Hace 33 años, el 29 de octubre, el periodista Jorge Enrique Pulido fue asesinado por el narcotráfico. A su muerte le envié unas líneas que retomo en su memoria:
Viejo Puli:
Quisiste tanto esta hilacha de vida que a la hora de partir tu rostro lucía sereno, tranquilo. Lo dijeron los médicos que te vieron partir. Hasta el final, mostraste gran estado de ánimo.
Diste gracias al personal científico del Seguro Social que te quiso mantener de este lado de la vida. Pero el de arriba te tenía tiquetiado para que entraras a la leyenda por la vía del martirio.
Sólo cuando se ama la vida como la amaste tú –enamorado de profesión, según lo atestiguan las varias epístolas que te hiciste leer-, se adquiere visa para irse a averiguar, como el personaje de Papini, lo que hay más allá de la muerte, la única noticia que no habías cubierto.
Como fuiste fundamentalmente un reportero, nos vas a chiviar a todos como nos chiviaste una vez en Washington: entrevistaste al presidente Carter, junto con Juan Guillermo Ríos, mientras los demás mirábamos a los gringos descomunales de la seguridad mascando chicle o escuchando sus diminutos monitores. Ese trabajo de alta reportería te valió el más importante premio internacional de periodismo que te adjudicaron los chapetones de la agencia EFE.
Estabas titino y severo en tu ataúd en la sala “Rodrigo Lara Bonilla” (salúdalo de nuestra parte, es otro sacrifricado por los narcos) del Concejo de Bogotá que se comprometió a construir una biblioteca con tu nombre.
Quedaste tranquilo, viejo Pulido, porque hiciste las cosas bien. Tu esmoquin nuevo, estuvo que ni mandado a hacer. Parecías vestido para una fiesta eterna.
Una procesión interminable pasó frente a ti para rezarte un réquiem de despedida con un taco en el alma y en la garganta.
Todo Bogotá se dio cita a tu alrededor el día de tus exequias. Los del gajo de arriba, los del centro, los de abajo. Primero en el Concejo, después en la Catedral.
Hasta el club de “enemigos” de Jorge Enrique Pulido (la JEP) reventó infantería a lo largo de la Carrera Séptima arriando coche mortuorio rumbo al Mausoleo del Círculo de Periodistas de Bogotá, en el Cementerio Central.
Lo que más envidia nos dio, chiquito Pulido, fue la gente del pueblo, que, adolorida, te acompañó. Fue un reconocimiento a tu oficio. Un plebiscito contra quienes te sacrificaron. Si pides más, que te piquen caña.
Detrás de tus hijos Jorge Enrique y Lina María, de Omayra, tu esposa, la gente de la programadora, tus colegas y amigos, iba “El hombre sin rostro”, a quien le ayudaste en uno de tus programas.
Me vas a decir cañero de vereda pero la loquita que se echa todos los días el mismo discurso sobre el Holocausto del Palacio de Justicia, en pleno Parque Santander, incorporó tu muerte a su repertorio el día de tus exequias.
Armaste un lío de la madona en el tránsito bogotano, orquestada por el director de Tránsito, Rubiel Valencia Cossio, tu entrañable amigo. Que no falten los transmóviles con la gente del Circuito Todelar, donde arrancaste tu parábola periodística, encabezando el perplejo cortejo.
En el Cementerio Central nos sorprendió un conjunto de cuerdas. Cuando llegaste, arrancó con “Amigo”, de Roberto Carlos, la canción que priva al Papa Juan Pablo II. Y para terminar nos regalaron con “Flores negras” que supongo era una de tus preferidas en tus noches de bohemia con agua aromática de los últimos tiempos, cuando habías renunciado al licor.
Rafael Galves, presidente del CPB, te gastó discurso a nombre de todos nosotros. Un espontáneo corrido de la teja anunció en medio de la solemnidad con suspiros del momento, que en las próximas elecciones el candidato lo pondrá Dios. El precandidato Gabriel Melo Guevara esbozó una cierta sonrisa.
Descansa en paz, viejo Puli, porque harto te lo mereces. Te lo dijo un país adolorido que te despidió para ese viaje con tiquete de ida únicamente. Ojalá que ya que no tenemos derecho a la vida, algún día, con tu muerte y tantas muertes pasadas y futuras, tus hijos, los nuestros, los hijos de ellos, tengan derecho a escoger la muerte.