Por Orlando Cadavid Correa
¿Que tuvieron en común doña Luz Marina Zuluaga y don Fernando Mazuera Villegas? Que ambos nacieron en Pereira y sus madres, en plena dieta, se los llevaron para Manizales.
El señor Mazuera vino al mundo en agosto de 1906 y murió en Nueva York en octubre de 1978, debido a una trombosis. Sus biógrafos lo describen como un personaje singular, que fue importante porque nació con el espíritu para serlo y fue ejemplo de superación personal. Además de consagrarse como uno de los mejores alcaldes que ha tenido Bogotá, don Fernando fue empresario, político, clubman, campeón nacional de golf, jugador de tenis, aficionado a la caza mayor y gestor de un gran imperio urbanizador levantado de la nada, pues había llegado a la capital muy joven (a sus 16 años) y sin un céntimo en sus bolsillos.
Su sobrino Gonzalo Jaramillo Mazuera recuerda que su tío abandonó en 1921 el precario bachillerato y entró a trabajar en la Compañía Fosforera de Manizales. Simultáneamente estudió mecanografía y taquigrafía. El 28 de febrero de 1922 se marchó para Bogotá y se vinculó al Banco de Colombia, donde trabajó durante dos años. Se inició luego en el negocio de traviesas para ferrocarril, actividad en la que en principio duró un año y a la que volvería en 1926 por varios años. En 1923 fundó la compañía “El Gran Tax”, la que vendió un año después, y fundó otra con 50 automóviles, llamada “Taxis Azules”, conocida también en su época como “Taxi Número Uno A”. Fundó la fábrica de medias “Modelia” en 1937, la que vendió en 1945. A continuación, inició la firma urbanizadora “Fernando Mazuera y Compañía”.
Este caldense ejemplar impuso un verdadero récord: fue alcalde de los bogotanos en cuatro oportunidades, entre 1947 y 1958: en el gobierno de Mariano Ospina Pérez en dos ocasiones, o sea, antes y después del trágico 9 de abril; en el interregno de la Junta Militar, y en la administración del presidente Alberto Lleras Camargo, en el despegue del Frente Nacional. Desde el Palacio Liévano le puso su impronta personal al cargo con la ejecución de obras tan trascendentales para la futura megalópolis como la carrera décima, la avenida de Las Américas y los polémicos puentes de la calle 26, que sus adversarios aprovecharon para lograr su caída. También tuvo que ver con la ampliación del estadio “El Campin”. Los periodistas aficionados a clasificar los cargos de la alta burocracia siempre han dicho que la alcaldía mayor de la urbe bogotana es el segundo puesto de importancia en el país, después de la Presidencia de la República.
Tras dejar histórica huella en sus cuatro alcaldías – febrero de 1947; abril de 1948, después del “Bogotazo”; mayo de 1957, y mayo de 1958–, don Fernando fue en 1960 candidato presidencial del “MIL” (Movimiento Independiente Liberal), su única intervención en política banderiza, rápidamente olvidada por lo tímida e intrascendente. Le fue mejor como presidente del exclusivo Country Club de Bogotá, al que prestó grandes apoyos y en el que realizó planes de gran alcance.
En la hoja de vida de este infatigable promotor y ejecutor de grandes proyectos, se destaca que formó empresas como Urbanizaciones y Construcciones Mauren, Malibú, Mirandela y Multifinanciera, entre otras sociedades anónimas, que luego se transformaron en la reputada Constructora Mazuera. Llegó a ser don Fernando accionista importante de “Avianca”, pero vendió su participación al fracasar en un par de intentos por hacerse al control mayoritario de la compañía aérea, que ya estaba en manos de Julio Mario Santodomingo.
El valor humano que destacamos hoy vivió 9 años en París, donde se dedicó a estudiar cultura general bajo la sabia orientación de los profesores Blasco y Duverger, pertenecientes a la famosa Universidad de la Sorbona, y redondeó sus conocimientos en bellas artes y ciencias políticas en múltiples viajes por distintos países.
Estuvo casado con doña Elena Aya Schroeder, unión de la que tuvo dos hijos, Luis Fernando y María del Rosario, quienes les dieron cinco nietos. La familia debió radicarse en Nueva York ante el auge que tomó el secuestro de gentes adineradas en el país. Sus sobrinos radicados en Manizales atribuyen su muerte al profundo dolor que le representaba tener que vivir lejos de su patria. Nadie se explica por qué los distintos gobiernos de Bogotá rehusaron perpetuar la memoria de este gran visionario, dándole su nombre a los controvertidos puentes de la 26, que finalmente fueron claves en el desarrollo de la primera urbe capitalina.
Queda comprobado que la ingratitud es uno de los estados naturales del ser humano.
La apostilla: En su alto mundo social, cuando algún contertulio intentaba hacer un parangón entre las alcaldías de Mazuera Villegas y Virgilio Barco, para establecer cuál de las dos había sido la mejor, don Fernando solía responder: “No nos digamos mentiras: el mejor alcalde que ha tenido Bogotá ha sido el Papa Paulo VI”. O sea, que ponía fuera de combate a Barco y de paso se sacaba del improductivo alegato.