Nota del editor: a partir de hoy, Dialogo a Fondo tendrá contribuciones ocasionales de autores invitados. El objetivo es ampliar el espectro de visiones, experiencias e investigaciones académicas sobre temas relevantes para América Latina y el Caribe. Las opiniones en este artículo son del autor y no reflejan las opiniones del FMI, su personal o el Directorio Ejecutivo.
Por Hernando Vargas Herrera
Entre los aspectos únicos de la crisis del COVID-19, cabría quizás resaltar su alcance. A diferencia de la mayor parte de eventos que afectan a las economías, el COVID-19 fue un duro golpe tanto para los países avanzados como para los países emergentes. Sus consecuencias sobre la oferta y la demanda incidieron en los mercados financieros, la economía real y el comercio mundial. Esta combinación única afectó nuestra capacidad para prever la trayectoria del crecimiento, la inflación, el desempleo, la deuda y otros “signos vitales” de la economía. Nos preguntamos si modelos y herramientas eficaces en circunstancias normales captarían plenamente la enormidad de lo que estaba sucediendo. Concluimos que era necesario actualizarlos. Imaginemos un equipo médico que debe reemplazar un dispositivo importante en medio de una cirugía compleja. Avanzamos significativamente en este frente y uno de los elementos clave de ese éxito fue la estrecha cooperación con los expertos en fortalecimiento de capacidades del FMI.
El COVID-19 ha causado daños económicos significativos en Colombia. Las restricciones sobre la movilidad cerraron total o parcialmente sectores enteros de la economía. En el segundo trimestre, el PIB se redujo 15,5% (en relación con el año anterior); entre febrero y julio, el desempleo se disparó ocho puntos porcentuales, y el precio del petróleo y la demanda de nuestras exportaciones se desplomaron.
Las autoridades reaccionaron rápidamente con grandes programas de transferencias y subvenciones para respaldar el empleo y el ingreso de las personas, a los que se sumaron otros recursos para combatir la pandemia. El Banco de la República, el banco central del país, adoptó rápidamente medidas para estabilizar los mercados financieros, proporcionar crédito y asegurar que los sistemas de pagos siguieran funcionando. Desde marzo, la tasa de política monetaria se ha reducido 250 puntos básicos.
Un shock sin igual
Este shock económico hizo cuestionar algunos aspectos técnicos relacionados con la forma en que el Banco de la República y el Ministerio de Hacienda y Crédito Público realizan sus análisis y elaboran las previsiones que guían las políticas macroeconómicas.
Pero si el shock es algo que nunca ha sucedido, es posible que los modelos no las capten adecuadamente y no nos proporcionen una orientación clara.
Ello sucedió en la crisis de la pandemia, dificultando la formulación de la política monetaria. Nuestra estrategia de fijación de metas de inflación, por ejemplo, se sustenta tanto en los mercados financieros, para que transmitan las medidas de política monetaria a la economía, como en análisis prospectivos para comprender cómo estas políticas funcionan a lo largo del tiempo. Durante la crisis, sin embargo, el impacto sobre la oferta y la demanda fue diferente de lo que habíamos observado anteriormente. Los agentes económicos y financieros no necesariamente estaban actuando como nosotros en el Banco creíamos que lo harían. Además, la incertidumbre en torno al futuro de la pandemia hace muy difícil determinar cómo decisiones adoptadas hoy afectarán los resultados futuros.
La necesaria respuesta a las crisis sanitaria y económica cambió muchas directrices y supuestos macroeconómicos. Como consecuencia de la fuerte contracción de los recaudos de impuestos y con el fin de movilizar recursos y destinarlos a servicios sanitarios y respaldo económico para la ciudadanía, el Gobierno suspendió la regla fiscal de 2020 y 2021. Puesto que se prevé que la deuda pública aumentará significativamente, la política fiscal futura tendrá que ser más restrictiva que lo supuesto anteriormente para asegurar que el Gobierno pueda alcanzar las metas fiscales a mediano plazo.
Fue, por lo tanto, una coincidencia feliz que, antes de que estallara la crisis, ya hubiéramos empezado a reconfigurar nuestros modelos para mejorar la instrumentación de las políticas monetarias y fiscales, labor iniciada originalmente para incorporar acontecimientos centrales como los grandes flujos migratorios procedentes de Venezuela e importantes reformas fiscales. Al respecto, el respaldo del Instituto de Capacitación del FMI fue fundamental, sobre todo una vez que comenzó la pandemia.
Los equipos del Banco de la República y el Ministerio de Hacienda y Crédito Público aunaron esfuerzos con los expertos del FMI en dos ámbitos centrales: el impacto estimado de la pandemia en el corto plazo y el perfeccionamiento de los modelos de pronóstico a mediano y largo plazo. En cuanto al corto plazo, el FMI nos ayudó a mejorar el análisis sectorial empleando una metodología que conjuga tres elementos: los eventos en sí (por ejemplo, confinamiento obligatorio), su gravedad y su persistencia.
Con respecto al análisis a más largo plazo, formulamos conjuntamente un modelo de equilibrio general nuevo, adaptado a las características de una pequeña economía exportadora de petróleo como la de Colombia, y calibrado empleando nuestras metas fiscales específicas. Se denominó COFFEE, por la abreviación en inglés de Sistema Colombiano de Evaluación Fiscal y Económica.
Esa labor complementó las revisiones de la estrategia operativa y comunicativa del régimen de fijación de metas de inflación que el Banco puso en marcha hace algunos años. Además, hemos creado procesos de previsión a muy corto plazo (indicadores de actividad en tiempo real) y empleamos información de modelos satélite para comprender mejor fenómenos específicos de la economía real.
Las enérgicas medidas adoptadas para combatir la pandemia, conjugadas con las sólidas variables económicas fundamentales de nuestro país, han permitido atenuar el impacto nocivo de la crisis. De la misma manera que una persona fuerte tiene mayor probabilidad de recuperarse rápidamente de COVID-19, nuestra economía ha logrado combatir hasta ahora la ‘inflamación’ y se prevé que recobrará el equilibrio. El camino por delante, que sin duda alguna será largo, se supedita en parte a la recuperación de nuestros socios comerciales mundiales y regionales, pero también depende fundamentalmente de la medida en que mantengamos buenos fundamentos. Cuantificar cabalmente nuestros signos vitales macroeconómicos es esencial para acertar con nuestros pronósticos y asegurar que sigamos comprendiendo cómo está funcionando la economía colombiana.
Participe en el CD Talk del 21 de octubre para saber más sobre como el Banco de la República y el Ministerio de Hacienda y Crédito Público de Colombia han ajustado su marco macroeconómico durante la crisis.
Hernando Vargas es el Gerente Técnico del Banco de la República. Tiene un doctorado en economía de la Universidad de Illinois en Urbana- Champaign. Se incorporó al Banco Central en 1994 y trabajó como investigador y director de estudios económicos antes de convertirse en Gerente Técnico. Ha escrito sobre la transmisión de la política monetaria en Colombia, la utilización de encajes en un régimen de inflación-objetivo, los efectos macroeconómicos de las reformas fiscales, intervención cambiaria y en temas de economía política sobre la política monetaria. Se ha desempeñado como docente en cursos de microeconomía macroeconomía y política monetaria en varias universidades de Colombia.