Por Orlando Cadavid Correa
Se le alborotó la bilirrubina al ex presidente Ernesto Samper cuando coincidió en algún sitio del norte bogotano con gente oriunda del departamento de Caldas, donde está Manzanares, la patria chica del más contumaz de sus oponentes durante su tormentosa permanencia en la Casa de Nariño.
Este pequeño episodio ocurrió una tarde en la puerta principal del club El Nogal, donde se encontró casualmente con el recién fallecido Federico Mejía y Felipe Alberto Naufal, dos manizaleños a los que les preguntó sin pérdida de tiempo cómo estaba y qué era de la vida de su ex vicepresidente Humberto de la Calle.
Mejía y Naufal respondieron casi en coro que se hallaba divinamente dedicado a la práctica del periodismo y al ejercicio de la abogacía.
El ex presidente respondió con propósito descalificador y pendenciero: “Sí, debe estar muy bien quien termina como locutor de emisora”. (De la Calle hacía por entonces parte del equipo que realizaba las emisiones matinales de Radiosucesos RCN, bajo la dirección de Juan Gossaín, en la Torre Sonora de Teusaquillo).
Flaca memoria la del ex presidente que tuvo un catastrófico cuatrienio por culpa de Andrés Pastrana, el fiscal Alfonso Valdivieso, los narco-casetes, el proceso 8.000 y la parábola del elefante, que hizo famosa el arzobispo de Bogotá, el cardenal Pedro Rubiano, con el apoyo de monseñor José de Jesús Pimiento.
Se le olvidó al doctor Samper que su segundo vicepresidente, Carlos Lemos, fue el afortunado precursor de los ex ministros que hicieron periodismo en la radio. El recordado humanista caucano sostenía una deliciosa columna política llamada “Entre la romana y el pasaje”, en el vespertino bogotano “El Espacio”, que después se volvió una despreciable combinación de sangre y sexo barato. Y llegó al medio electrónico de la mano de Yamid Amat, en la mejor época de 6 a.m. – 9 a.m. de Caracol.
Se le olvidó al doctor Samper que el dos veces presidente Alberto Lleras fue considerado, a mucha honra, el mejor locutor de Colombia, y que cuando se creó la licencia obligatoria para ejercer la profesión de perifoneador, el ministerio de Comunicaciones de entonces le otorgó al Demóstenes de Chía la número 001.
Se le olvidó al doctor Samper que el ex magistrado José Gregorio Hernández, compañero de fórmula de Horacio Serpa en su segunda candidatura presidencial, se costeó sus estudios universitarios oficiando como locutor de Radio Tequendama, una de las emisoras más populares de Bogotá.
Después de Lemos creció la fila de ex ministros que se vincularon a los grandes rotativos de las mañanas radiales. A unos les fue bien; a otros, no tanto. Unos pocos se quedaron; otros, más sensatos, desertaron rápidamente, porque entendieron que es mejor oír la radio que madrugar a hacerla.
El más estable de la camada siempre ha sido el ex ministro Alberto Casas Santamaría, brazo derecho y compañero inseparable de aventuras hertzianas de Julio Sánchez Cristo, amo y señor de la W. El ex ministro bogotano, que tiene entre sus libretistas de cabecera a los editorialistas, columnistas y redactores de El Tiempo y Portafolio, le cogió el ritmo a la radio, en la que derrocha a veces sabiduría y conocimiento.
Se levanta bien temprano, de lunes a viernes, para ponerse al frente del micrófono en Súper, Fernando Londoño, que hace gala de sectaria sabiduría en “La hora de la verdad”, el noticiero de su propiedad.
Entre los ex ministros que ya no son de la partida radial recordamos, entre otros,. a Carlos Rodado, Rudolf Hommes, Juan Camilo Restrepo, Julio Londoño, AlvaroLeyva y Juan Felipe Gaviria. Faltan nombres, pero se agotó el espacio.
La apostilla: A propósito de personajes de buenas voces, en una gran fiesta celebrada en el Club Militar de Bogotá, el ex presidente Alberto Lleras sacó a bailar a su nuera, la fallecida cantante Matilde Díaz, y le dijo al son del porro “Salsipuedes”: “Matilde, usted y yo somos las mejores voces de Colombia”.