De la arepa y otras delicias afines

Arepa dorándose al sol eléctrico

Por Oscar Domínguez Giraldo

En el día mundial de la arepa (septiembre 12) “es digno y justo, equitativo y saludable” hablar de una variante proletaria, más bien olvidada: las migas. 

Las consumo desde  cuando empecé a maridar vocales y consonantes. Me saben tan rico como comer con los dedos. 

La jurásica receta de Doña Genoveva, mi amá, cabe en un “cuasisemiexsuspiro” de servilleta: Arepas más bien dejadas del tren, huevo y cebolla. 

Dios ponía la materia prima y las Empresas Públicas el fuego. Nosotros poníamos las ganas, el buche.  

Solo conozco un restaurante donde se pueden pedir migas al desayuno sin que te miren maluco: La Bagatelle, en Bogotá (calle 109 con no sé qué carrera). Me quedo con las de doña Geno. 

A las migas les toca de refilón un elogio que hizo de la comida montañera Gregorio Gutiérrez González en su Memoria sobre el cultivo del maíz: “Salve, segunda trinidad bendita, salve, frisoles, mazamorra, arepa”. 

Por el refranero sabemos que cada hijo trae su arepa debajo del brazo. Y ganar la arepa es ganar el pan. Más dichos en el libro El refrán antioqueño en los clásicos, de Jaime Sierra García. 

En lengua cumanagota arepa significa maíz. El diccionario de la lengua nos dice sobre cumanagota: De un pueblo amerindio de la familia caribe que habitó en la antigua provincia de Nueva  

Andalucía o Cumaná, y cuyos descendientes habitan actualmente al norte del estado de Anzoátegui, en Venezuela. 

Las arepas venezolanas merecen plato aparte. Son famosas en el mundo y diez kilómetros a la redonda. Es más, el día mundial de la arepa fue idea de una organización llamada Venezolanos en el mundo. La efemérides de celebra desde 2012 y se creó para ayudar a hermanos venecos en el exilio. 

MÁS GLOTONERIAS 

Las migas les hacen compañía a otros platos a los que les guardo lealtad como el arroz con huevo, el huevo con arroz, o la carne en polvo o molida con su majestad el arroz, otra de las joyas de la carona de la mecatología o gastronomía sin estrés.  

Si el violín es toda la orquesta, sin confirmar sí lo digo: el arroz es toda la comida. 

De muchos aguaceros data mi devoción sin arrugas por la papa rellena aunque suelen prepararlas inmensas. Solo se las come un preso. Me quedo con las que preparan mis hermanas, o las del restaurante Guasdualito, a la salida a Las Palmas, en Medellín: pequeñas como suspiro de monja de clausura, manejables, suculentas como Tatianita de los Ríos. Sirven seis papas bonsái, se engulle usted tres y se lleva el resto pa’l perrito (el perrito es el amo al desayuno). 

De amor dormido el pollo que preparaba Alvarito Vasco para los paseos de olla con nuestras bellas amigas de La América, las Echeverrys, las Sanines, las Arangos, las…. El pato a la naranja que preparaba Álvaro en su edad adúltera, perdón, adulta, era como para mandar doblar. Era famoso también su steak pimienta.  

MECATOLOGÍA 

Tales ricuras les hacen eterna compañía a los esquimales de La Fuente, el cofio y el minisicuí que no conoció la generación de internet. 

Entrado en gastos, mencionaré también las colaciones de Támesis versión criolla de las magdalenas de Proust. Ricas las magdalenas que preparan los Londoño en La Petite Madeleine, de El Poblado. En Bogotá se consiguen en la pastelería Philippe de la calle 108 (¿). (Escribe Proust: “Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalena, que parece que tienen por molde una malva de concha de peregrino…”). 

Puerta Falsa, famoso desde 1816, el más viejo de Colombia

Imperdible el chocolate solo o con tamal de la Puerta Falsa, al lado del hígado de la Catedral Primada, en Bogotá. Todos los dulces bogotanos se encuentran allí. Los diabéticos pasan por la acera de enfrente para no enfermarse. En tiempos del presidente Lleras Restrepo, los ministros que iban para algún Consejo, hacían escala gastronómica en la Puerta. También los reporteros que cubríamos la información palaciega. 

Otra opción de «no te lo puedo creer» de lo rico, es el chocolate con todo de La Florida, Séptima con calle 20… Ojalá sobreviva a la pandemia con la ayuda de la Universidad de El Rosario. 

Ni hablar de los encarcelados del fallecido (?¡) club de ajedrez Maracaibo. Los he vuelto a comer en la panadería de las Palacio de la Avenida Ochenta. La original está en el centro de Medellín. 

Es inexplicable, como el misterio de la Trinidad, cómo no detestamos los frisoles si nos los servían diario. Debe ser porque la nostalgia entra por el buche. Y la nostalgia es la segunda primera infancia.  

Y perdón por lo desperdigado de esta nota. Pero fue con mucha sazón. O esa era la idea… 

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