Por Orlando Cadavid Correa
Se acaba de cumplir el primer aniversario de la muerte repentina del periodista Edgar Artunduaga y sus amigos todavía no conseguimos hacernos a la idea de aceptar que se haya ido a morar al universo de los párpados cerrados.
Deseosos de sumarnos a los homenajes a su memoria, rescatamos con la anuencia de nuestros directores este panegírico que le dedicamos el 25 de junio de 2019, el día del infarto fatal, en Neiva.
Un día viajamos sin mucho entusiasmo de Bogotá a Neiva a ver si había alguna posibilidad de abrir un eslabón más de Radiosucesos RCN, esta vez, en la capital del Huila.
La única emisora de los Ardilas en esa ciudad era la más sombría de la meca del sanjuanero. Resultaba tan pobre, que los “opitas”, en vez de “Armonías”, la llamaban “Agonías del Sur”.
La dotación de la estación era tan precaria como el sonido que ofrecía en el dial. Su puesto en un rincón del cuadrante daba lástima. Los bromistas sostenían que se necesitaban dos radios para sintonizarla. En la plaza acaparaba la sintonía la arrolladora “Radio Colosal”.
Entre tantas cosas negativas que nos ponían el ánimo a la altura del betún de los zapatos, el gerente nos presentó de pronto a un joven profesor de un colegio que al mediodía peroraba por ese remedo de emisora sobre los problemas comunes de la ciudad. El docente se llamaba Édgar Artunduaga, y quería ser periodista. Tenía su buen chorro de voz y excelente manejo del micrófono. Adivinamos que tenía pasta de reportero y le ofrecimos engancharlo de una vez, siempre y cuando renunciara al magisterio para dedicarse por completo a la radio. El muchachón aceptó ‘irrevocablemente’. Salió velozmente a pasarle la carta a su rector y retornó a recibir las primeras instrucciones sobre el que en adelante sería su naciente rol en los medios electrónicos. Él no sabía que lo esperaba el enorme escenario bogotano con muchas luces y grandes reflectores.
Transcurridos seis meses de su “período de prueba” en Neiva, resolvimos trasladarlo a Bogotá, donde de entrada empezó a descollar en el competido mercado periodístico. El “importado” del Huila brilló con luz propia en todos los escenarios de la información: radio, televisión y prensa. El tiempo le alcanzó hasta para ocupar una curul en el senado y escribir unos diez libros que tuvieron gran aceptación.
Justamente, de su tomo de “Anécdotas y lecciones de periodismo” transcribimos este generoso perfil que hizo de su descubridor:
“Con su 1.90 m. de estatura, bien fornido y una causticidad que se le nota incluso sin hablar, Orlando puede suscitar temor de inmediato.
Yo doy testimonio de que tiene una paciencia inderrotable, olfato para escoger reporteros y la capacidad de dirigir sin presión y liderar sin que se note, cualidad sólo alcanzada por los grandes dirigentes.
A Orlando se le reconoce haber formado a muchos buenos periodistas en Manizales y Bogotá. Yo soy de los menos aplicados.
Se inició como corresponsal de El Colombiano en Bello. En Manizales (su segunda patria chica) desarrolló una intensa labor como director de noticieros de RCN, Caracol y Todelar. Fue corresponsal en Caldas de El Tiempo y El Espectador.
Pasó fugazmente por la subdirección de El Espacio. Participó en el despegue de la agencia de noticias Colprensa. Hace 10 años es director del Servicio Informativo de Caracol, en Antioquia.
Hablando de anécdotas, a Cadavid no se le puede olvidar aquella madrugada del lunes 20 de abril de 1976, en la vetusta sede que entonces ocupaba RCN, a media cuadra del Parque Nacional de Bogotá.
El equipo periodístico que dirigía llevaba 26 horas de extenuante cubrimiento de una jornada que no tuvo sorpresas. Estaba secuestrado por el M19, desde el 15 de febrero, el jefe sindical José Raquel Mercado, el “mandamás” de la CTC.
Mi intuición de periodista me dijo, aquella madrugada del 20 de abril, que podría tener un desenlace el abierto desafío subversivo al Gobierno de López.
Y cuando vi que mis reporteros salían para sus casas en busca del descanso reparador, hice quedar a dos: Harvey Ocampo y Pedro Fuquen.
La prolongada espera se rompió con el duro repicar de un teléfono de la redacción y una voz que dijo, al otro lado de la línea: Si quieren a José Raquel Mercado, pueden encontrarlo en el parque de El Salitre… allá los espera. Y colgó.
No sé por qué, pero la voz se me pareció a la del médico Carlos Toledo Plata.
Para ese punto salió disparado con los reporteros el pequeño campero que servía de móvil a nuestro servicio informativo.
Harvey divisó un bulto envuelto en una manta roja y en una bolsa plástica, y le buscó la cara para identificarlo.
“No hay duda –gritó por radioteléfono– es José Raquel Mercado, y todavía está caliente.
Eran las 4:30 de la madrugada de ese lunes poselectoral, y nos tocó despertar a Colombia con tan macabra primicia informativa”.
La apostilla: El inolvidable Lucas Caballero Calderón, “Klim”, describió en seis palabras a Artunduaga: “Periodista de sal y de dulce”. Así era el gran pupilo que ahora busca chivas en la dimensión desconocida.